CUATRO.

3.8K 182 9
                                    

La cabeza me latía con un constante ritmo continuo, por lo que, cuando mamá me despertó no evité quejarme. El dolor inaguantable en mi espada me había impedido dormir durante la mañana.

Eran las diez y media. Ella me preguntó si estaba bien, le aseguré que sí, que no había podido dormir bien, pero era visible cuan mal me sentía por más que intentara verme bien. 

—Levántate y despabila, desayuna y luego podrás dormir. —Me dijo, y tuve que asentir.

Esa mañana la sentí como el infierno, con cada paso sentía que soltaría algún gemido o llanto de dolor, aun así, puse mi mejor cara al bajar. Ni siquiera quise tomarme el trabajo de mirar bien los moretones porque solo me rompería. Me cubrí bien, me alisté un poco y bajé.

Me choqué, literal, con el cuerpo de Harry, quien llevaba tazas con el desayuno a la mesa. Gotas marrones de café ensuciaron su camisa blanca. Esbocé una cara de espanto que lo hizo reír.

—Lo siento mucho. —Le dije apenada.

—Buen Día... —Me sonrió, y de una manera preciosa.

—Buen Día, Doctor Pierce. —Me sentí pequeña y débil a su lado luego de haberme visto en ese estado deplorable, pero aun así le sonreí de la misma manera, sincera y alegre, porque por alguna razón me llenó de alivio que aún estuviera en casa. Me gustaba pensar, que omitiendo lo de anoche, todo volvía a ser como antes, por lo menos entre nosotros.

Mi padre estaba con mamá sentados en la mesa conversando muy entretenidamente. Como siempre Harry se sentó frente a mí.

Saludé y tomé mi taza, agradeciéndola.

La mirada de Pierce estaba sobre mí, parecía como si quisiera decirme algo, por el otro lado mis padres hablaban sobre alguna salida para dispersarse del trabajo, también de trabajo y de dinero, todo junto.

—¿Cómo te sientes? —Murmuró finalmente, y aunque no lo había oído, pude leer sus labios.

—Bien, gracias. —Asentí, asegurándoselo.

—Al igual que la tarjeta. —Decía mi madre. —Tu hija usó la suya de crédito de emergencia ayer, las otras de débito están vacías. —

La miré incrédula, pero no podía defenderme cuando era cierto.

—¿Qué compraste? —Me preguntó papá.

—Solo un vestido... —Le dije, tocando inevitablemente mi cabeza y queriendo tontamente que así el dolor se detuviera.

Mi padre miró a mamá buscando el problema.

—Condenadamente caro, costó un salario mínimo de la clase baja. 

La miré. 

—Siempre la dejamos usar sus tarjetas. —Mencionó confundido papá. —Y nunca la educamos para saber manejar el dinero. Es mi error. —

—No dejaré que use ese vestido. —Terminó ella de decir, lo que realmente le molestaba. La miré aún más molesta. Papá esperó a que ella dijera el motivo y por supuesto ella no terminó ahí.

Me sentí molesta y con vergüenza, Harry seguro sabía del vestido que estábamos hablando, porque era el mismo que él señaló entre sus regaños, el mismo que William aprobó y me aseguró que me veía hermosa.

—Es corto y muy ajustado. Yo dejé muy en claro la forma precisa en la que no debe vestirse. Tiene que ser una mujer elegante. —

—Te aseguré que no lo usaría aún ¿Por qué no confías en mí? —Quizás, si ella de verdad creyera en mí y verdaderamente confiara en mí, todo sería diferente, quizás no escaparía, quizás no la desobedecería, porque si jamás obtengo aprobación, ¿por qué debía hacer las cosas bien?

ARDER EN LIBERTADOù les histoires vivent. Découvrez maintenant