Mi mano chorreaba sangre y no sabía cómo ocultarla. Era un desastre y hasta temí desmayarme por el dolor y la impresión de ver la herida abierta. Presioné mi mano en mi abdomen sobre la camisa blanca para que dejara de sangrar, pero ésta no hizo más que provocarme más ardor y que por supuesto se ensuciara del líquido rojo. 

Me la quité y la envolví en mi mano, quedando solo en una blusa de tirantes blanca que por hacer frío esa mañana elegí llevar debajo.

Cerré mis ojos y respiré continuadas veces tratando equilibrar el dolor. 

Podría desmayarme ahí mismo si continuaba hiperventilando.

Inconscientemente Imaginé verla a unos metros de mí, sonriendo con aquellos ojitos que siempre traen picardía y su sonrisa angelical que puede trasmitirte calma y dulzura a su vez. Tan solo quería mirarla, escucharla y sentir junto a ella que había hecho algo increíble al cuidarla mientras se convertía en aquella nena maravillosa que es hoy.

Desde la primera vez que mis padres comenzaron sus viajes solos, creyendo que sería menos estresante para nosotras, sentí la necesidad de jamás permitir que le faltara algo, sentí el deseo de protegerla y cuidarla hasta el resto de mi vida.

Su dulce voz en mi mente calmaba el dolor.

"¡Me duele! No puedo ir al colegio" Había dicho un día después de haberse caído de la cama. Cayó sobre su brazo izquierdo y lo gracioso fue, que, en ese entonces, se tomaba el derecho, acariciándolo y llorando sin lágrimas.

«Cuando sea grande quiero ser como tú.» Y fue eso lo que me mantuvo de pie hasta el día de hoy. Saber que una pequeña niña confía en mi como nadie más lo hace.

Recordé también una noche que estábamos solas, nos encontrábamos en el patio trasero jugando las hamacas y cuando fue mi turno ella hamacó ésta sin mí, logrando que cayera y quedara con dolor por una semana. Ella se refugió tras un árbol por miedo a las consecuencias, resulta ser que eran la una de la madrugada y me había obligado a salir de la cama para jugar a algo que yo no quería, hacía un frío de muerte y estaba resfriada.

Recuerdo también que adolorida me puse de pie y la perseguí por toda la casa. Cuando la encontré le hice tantas cosquillas que se hizo pipí encima. Y esta vez yo me maté de la risa. Ambas éramos tan pequeñas que dábamos ternura, pero nos protegíamos una con la otra. Su amor siempre lo hizo.

Abrí mis ojos, llena de dolor, sin poder ocultarlo. El auto de Harry apareció frente a mí, él se detuvo al otro lado de la calle.

Suspiré, todo parecía estar más que bien en los pensamientos, divagando en recuerdos inocentes y llenos de vida. El problema era el tiempo presente.

Nada estaba bien.

Escondí mi mano e intenté ponerme de pie, reprimiendo el dolor. Él bajó del auto y corrió hacia mí.

—¿Estás bien? —Preguntó preocupado tomando con sus manos mi rostro. Asentí. —No sabía dónde podías estar. No te alejes demasiado por favor. —Besó mis labios.

—De acuerdo. —Asentí. Humedecí nuestros labios con mis lágrimas.

—La encontraremos, nena. —Musitó con suavidad en mi oído. —Todo estará bien. —

Él me abrazó. Sentí su pecho llenarse de aire y me concentré en sus latidos. Pero de pronto me solté. Estábamos perdiendo tiempo.

—Ya pasaron cinco horas. —Le dije, débil. Mi vista ahora estaba nublada. Presioné mis ojos.

—Ella es valiente, al igual que tú. Ella se aferrará a ti. —Sus ojos estaban cristalizados y aun así me transmitían lo que necesitaba, aquella confianza, aquella fortaleza de continuar de pie. —Sé que podremos contra esto. Es Louana. —Me sonrió. —Si nosotros no podemos ella hará algo. —

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora