—¿Y ahora por qué? —Me quejé.

—Por ser tan... imbécil, por no merecerte. —Respondió, le costaba hablar por el frío. —Jessica hay avenidas y carreteras imposibles de cruzar a pie. —

—Entonces tomaré otro camino. ¡Solo déjame! —Exclamé exasperada.

Tomó mi brazo deteniéndome para ubicarse delante de mí.

—¡No te dejaré sola! Te amo, mierda, te amo cada instante más y no quiero tenerte lejos, no quiero verte a la distancia, no puedo no besarte si necesito besarte, no quiero privarme a sentir esto que siento por ti. Pero si tú me pides espacio lo haré por ti, te lo daré aunque me duela, lo haré, amor. —Exhaló, con mil sentimientos desbordándolo. —Pero no dejaré que algo malo te suceda. Déjame llevarte y te dejaré tranquila todo lo que quieras, todo el tiempo que necesites. —Tragó saliva, como si el trato le costara la vida.

Sus manos calentitas viajaron suavemente hasta los lados de mi cuello hasta ahuecar mis mejillas y de pronto su aliento caliente chocó contra mis labios, mis ojos se cerraron al instante, como consecuencia. Y rogué por más, no era suficiente, sus labios aún no se fundían en mí.

—Yo no pondría mis manos en el fuego por ti, Jessica. Yo estoy quemándome entero por ti. —Susurró, en mi boca. —Quizás no lo veas, pero juro que mi vida, desde la primera vez que probé tus labios, eres tú. Elijo estar contigo, besarte y ser completamente tuyo cada día. —Su frente se recargó en la mía. Soltó un suspiro que dejó mi corazón inestable y mi mente hecha una tormenta.

Tomé aire entrecortadamente.

—Por favor vete. Quiero estar sola. —Logré susurrar, aunque ya no quería que se fuera.

Anhelaba que me besara y que me acompañara a casa, pero sobre todo que jamás se fuera de mi lado.

Sus ojos lograron entender que necesitaba de sus labios, y me arrepentí por ello. Lo noté unos segundos deliberar consigo mismo sobre qué caso hacer, lo que yo exigía con mi voz, o lo que exigía con mi alma. Quise hablar y detenerlo, pero antes de que pudiera molestarme, sus labios, vehementes, mágicos y perfectos, chocaron contra los míos, arrebatándonos el aliento.

El me beso, cuando más necesitaba que lo hiciera.

No quería tocarlo porque estaba helada, pero deseé tanto hacerlo que mis manos se deslizaron a su cuello, saboreando sus caricias en mi boca. Su garganta emitió un gemido cuando mis manos tuvieron contacto con su piel, pero no me apartó, me besó más, y más. Y más.

Tuve que romper el beso yo en cuanto tomé las fuerzas para no demostrar que ya no estaba molesta. Porque aun sentía algo extraño allí dentro de mí. Aún sentía miedo.

Al separarme intenté reconstruir mi orgullo, pero ya no era lo mismo.

Había vuelto a caer en él.

Lo miré por unos segundos, deleitándome con el hormigueo que mis labios aun sentían. Tomé aire y antes de irme llevé una mano hacia la piel de su mejilla para trazar con mis dedos una caricia que no pude evitar, porque, aunque lo exigiera no quería su lejanía, no quería que se apartara, no lo quería lejos, y además, quería que él estuviera bien, y él no lo estaba.

[...]

Al llegar a casa agradecí demasiado haber dejado la calefacción encendida. Esa misma tarde hablé por Skype con Bruno. Lo extrañaba demasiado y eso me volvía sensible cuando lo veía, aquel sentimiento débil e inestable se intensificaba aún más. Prometió que volvería y que no sería luego de dos años como ya lo había hecho antes. También preguntó con Harry, al instante supo que algo andaba mal, no quise contarle lo que sucedía realmente porque implicaría hablar de ello y en realidad no estaba lista. Necesitaba tener mi cabeza en blanco si de él se trataba.

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora