» capítulo 13

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Fue imposible pegar uno ojo en la noche entera. No estaba segura de que fuera un sueño o en realidad haya pasado. Salí con Luke Hemmings y fue lo más hermoso del mundo. Lo primero que vi al abrir mis ojos fue el jarrón junto a mi cama con las hermosas flores que tomé anoche. No pude evitar acercarme para olerlas. Frescas. Mi abuela alguna vez me dijo que las flores se mantienen gracias a la armonía que le daban las personas, que mis vibras eran tan puras que por eso me duraban tanto. Esperaba que así se mantuvieran, vivas.

Hoy tenía que ir a la clínica, sólo tenía una hora para arreglarme o no. Me metí a una dura rápida –ya que en la noche no lo hice-, y no me maquillé en absoluto. Me coloqué unos jeans cómodos y un suéter de lana junto con una bufanda y unos mocasines. Normalmente cuando asistía a la clínica, me gustaba usar mis lentes de armazón y no de contacto. Debía descansar un poco de ellos, tal vez y reconsidere volverlos a usar. Después de todo no era feos y creo que me iban. Bajé desayuné un tazón de cereal y caminé a un mueble viejo, metí mi mano debajo de un cajón y saqué una caja, ahí guardábamos nuestro dinero. Miré el sobre blanco que me dio la señora Hemmings. Apreté mis labios y tomé temblorosamente el pequeño paquete. Algo dentro de mí no se sentía bien. Jamás debí haberlo aceptado, con dos de mis dedos lo abrí y vi de nuevo todos los billetes verdes. Eran exactamente mil dólares. Mil dólares para tratamiento, medicamento, servicio y gastos extras. Y todo por hablar con su hijo, cielos. Miré la caja y vi un pequeño fajo de billetes de mi padre y el fondo de emergencias –el cual era intocable-, suspiré y tomé el sobre para guardarlo en mi bolsa. ¿A quién engañaba? Lo necesitaba.

Le mandé un mensaje a mi padre diciéndole que iba en camino a la clínica y me respondió con un pulgar arriba. Vaya. Tomé el primer autobús que me dejara en la esquina del hospital y caminé al consultorio donde tomé asiento en la sala de espera. No tardó más de quince minutos cuando ya estaba sobre la camilla, con el doctor Burke, revisándome. Le platiqué dos que tres malestares y me puso bajo los láseres para la quimioterapia. No era nada dolorosa, y era bastante rápida, eran como si me tomaran muchas fotografías con flash. Terminaron con el procedimiento, me dieron un bote de pastillas y gotas.

Fui a la caja a pagar y salí de la clínica, decidí pasar a casa de Stef. Tenía que contarle todo sobre Luke. Sabía que escucharía sus «yo sabía», «te lo dije», «siempre tengo la razón». Pero a este punto, en realidad no me importaba. Sólo quería desahogar toda esta emoción. Llegué a su casa, el señor Reed siempre me recibía muy bien, aparentemente se estaba bañando por lo que decidí esperarla en su habitación con fresas y crema batida, nuestras favoritas siempre. Ella salió del baño y caminó en toalla frente a mí, llevaba una toalla en el cabello y otra rodeada a su cuerpo. Dejó caer su toalla para secarse el cuerpo y no pude evitar reír en mi interior.

"¿Qué haces para mantener tu trasero tan parado y redondito?", dije y ella gritó tapándose. Solté una carcajada. Ella aventó su cepillo de cabello a la nada.

"¡¿Qué haces aquí?!", gritó asustada.

"Vengo a aprovecharme de ti", ella frunció el ceño y reí fuerte.

"No es gracioso Zazil-Ha. Pudiste haberme dicho que estabas aquí cuando salí", dijo.

"Ya, no te enojes. Vengo en paz", confesé. "Y traje fresas".

Ella cruzó sus brazos y reí.

"Cepillaré tu cabello", ofrecí y ella intentó mantener su rostro enojado pero no pudo cuando comenzó a reírse.

"Aquí no pasó nada", dijo y me acerqué a ella para abrazarla.

"Ten, cámbiate", le acerqué su ropa que estaba sobre la cama y me di la vuelta para que se pusiera su ropa interior. Cuando la tuvo puesta ya no importó.

Airplanes » l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora