» capítulo 2

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Llegué a mi oficina y me desparramé en la alfombra. Bien, estaba aquí el hijo de mi jefa. Eso sólo significaba que ella ya está por llegar o de lo contrario ya ha llegado. Caminé a mis estantes y tomé su correo. Eso incluía cartas de otros clientes, recados, solicitudes de empleo y sus recibos personales. Lo coloqué todo en el carrito, iría por su café. Dejé el carro en la oficina y caminé al elevador para salir por su café.

Bajé al primer piso y salí para ir a un café local de aquí cerca. Sabía que a ella le gustaba ese café. Era de una familia Cubana, exportaban café de su país natal. Era buenísimo, más un poco más caro que el café regular.

Pedí una taza grande y un panqué de plátano con nueces. ¿Debería llevarlo algo a su hijo? Quizá un café esté bien. Pedí uno mediano para él y caminé con los vasos en mis manos de regreso al edificio. Subí al último piso para ir por el carrito y bajar nuevamente al cuarto. Caminé a través de este para entrar a la oficina después de tocar dos veces.

Al abrir la puerta pude notar a su hijo sentado en una de los sillones frente al escritorio. Ugh, tenía unas fachas terribles.  La ropa sucia y arrugada, el cabello todo despeinado, unas ojeras terribles. Eran más negras que lo que podría ser su alma.

"Mmm... ¿No está la jefa", pregunté y él negó. Era tan raro... Nunca hablaba. O al menos con nadie de aquí. Apreté mis labios y asentí. Tomé dos cajas y unos cuantos sobres. "Le dices que... Aquí está su correo", él me miraba, y observaba como cada movimiento que hacía. Dejé el correo en el escritorio. "Y su café", lo dejé sobre la madera. "Te traje uno a ti también".

Él se me quedó  viendo. "No te pedí que me trajeras café", confesó y apreté mis labios asintiendo.
"Lo lamento, creí que...", me interrumpió y negó. Se veía un tanto desesperado.

"Olvídalo, yo le digo".

"Si... Gracias", me di la vuelta y tomé el carrito para girarlo. Escuché que algo se rasgó, apreté mis ojos. No fui yo, no fui yo, no fui yo. Los abrí. "Mierda", tapé mi boca y vi el tapiz de uno de sus sillones rasgado. Demonios debió atorarse con el tornillo. Sabía que debía quitarlo. Oh Dios, me iban a despedir. La señora Hemmings iba a matarme. ¿Y si me echa su café encima? ¿Qué tal si es de esos días en los que su hijo la hizo enojar y está totalmente de malas. Oh Cielos...

Él observó la línea en el sillón y negó. "Eso te costará..."

"¡No me despidas por favor! Yo...", intentaba juntar la tela con mis dedos. "Lo pagaré lo juro, fue accidente. Tú lo viste.", sentía mi boca temblar y mis ojos enrojecerse.

"¿Vas a llorar?".

Bien, en serio él me ponía de nervios. Tragué saliva y apreté mi boca. No lo haré, no lo haré. Le miré y negué. ¿Por qué esto me pasaba a mí? El día estaba tan bien, diablos no. Las manos comenzaban a sudarme, él me miró y después se le quedó viendo a mis manos.

"¿Tienes una navaja?", preguntó. ¿Qué? ¿Qué le pasa? ¿Una navaja? ¿Por qué cargaría conmigo una navaja? Ni que fuera qué.

"¿Qué? ¿Por qué demonios tendría una...", él se levantó del sillón y abrió el cajón de su madre. Tomó un sacapuntas del cajón y lo rompió golpeándolo con la engrapadora para sacarle la hoja. "¿Qué..."

Se acercó al otro sillón y sin pensarlo dos veces pasó la hoja por el costado, dejando una línea igual de rota que la que yo hice con el tornillo.
"Listo".

Abrí un grande mi boca. ¡¿Es que estaba demente?!

"¡¿Por qué hiciste eso?!", pregunté. Él sólo lanzó la navaja al suelo y se sentó nuevamente. No respondió, ya que segundos después entró su madre y me vio en el suelo intentando recoger la hoja y después observó a su hijo.

Airplanes » l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora