» invisible

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Jueves, ya casi termina la semana, al fin. No sabía cuándo tiempo más tendría que durar aquí, pero el hecho de que casi termine la semana y siga aquí me mantiene un poco orgulloso. Lo único que espero es que la paga sea igual de gratificante que mi estado de ánimo el día de hoy. Esta mañana desperté temprano para alcanzar a mi madre y no tener que pasar la vergüenza de mi vida ayer. Hoy no trabajaría realmente, acomodaría el almacén y no sería solo. Salsita me ayudaría, obviamente. Ella es esa clase persona que tiene sus cosas acomodadas y en su lugar. Ni perdí el tiempo poniéndome el disfraz azul, sólo me quedé en la entrada esperando a que llegara.

A los pocos minutos la vi con una flor color rojo en su mano –seguro para su jardinera allá arriba-, vestía unos jeans azules junto con unas botas cortas cafés y usaba un suéter como con figuras extrañas, creo que eran hojas. No tengo idea.

"Vaya, madrugaste", dijo y reí ligeramente. Ella me miró.

"Aunque no lo creas, te estaba esperando", confesé y apreté mis labios. Eso se había escuchado bastante comprometedor.

"¿Y eso se debe a...?", me encogí de hombros. Necesitaba que me ayudara, sólo ella podía hacerme perder el tiempo sin aburrirme. Me le quedé mirando y cerré un ojo. Ella entrecerró sus ojos y suspiró.

"¿Qué necesitas?", preguntó y una sonrisa se formó en mi rostro.

"Organización", limpieza, compañía, diversión.

"¿Almacén?", supuso y asentí. "Necesito hacer algo primero. Podemos hacer esto: Vas adelantando y me esperas al menos una hora o vamos acompañas y me ayudas".

Vaya, ¿una hora o más? ¿Qué tanto puede tardar en entregar cartitas?

"¿Qué es exactamente?", pregunté.

"¿Te gusta leer?", ay no. Arrugué mi nariz y mis hombros cayeron. "Ya, vamos que se me hace tarde".

Empezó a caminar hacia el ascensor y la seguí, era gracioso. Me gustaba estar a un lado de ella. A mi parecer era demasiado bajita, y cuando se enojaba, la hacía adorable. Las puertas se cerraron y presionó el último piso. El silencio era evidente, la miré de reojo, mordía su labio. Sabía que lo hacía cuando estaba nerviosa, pero ¿de qué?

"¿Y... Cómo va tu dedo?", preguntó y le enseñé mi dedo con la bandita limpia. Cuando me duché en la noche quité el curita y noté que mi dedo esta a morado y un poco hinchado, casi se me sale el corazón. "¿Te duele?".

"Casi nada", confesé y me encogí de hombros. Caminamos en dirección a la sala de correos. No pude evitar ver sus pinturas, era tan buenas. Ella prendió el ordenador y decidí sentarme en el escritorio vacío. Ella tecleaba lentamente, qué flojera "¿Y cuál es tu trabajo exactamente?".

"Leer estos, escoger los buenos y borrar los malos, imprimirlos y acomodarlos", apuntó cada una de las cosas.

Salsita por favor, para qué haces eso. Sólo entregas correo. Todos los días leer correos inservibles, imprimir y acomodar, más vale que tenga un buen salario.

"Pensé que sólo entregabas en correo", admití y ella rió apenas.

"Sí... Tenía que practicar otras cosas", ¿practicar? Arqueé una ceja y ella meneó su cabeza. "Olvídalo", regresó la mirada a la computadora. "Puedes ir acomodando esos...", señaló un monto de hojas. "Rojo es de parejas, amarillo de comida, azul para ropa y esas cosas, verde para cómicos, anaranjado animales...", okay, demasiada información en menos de un minuto. Negué confundido.

"De acuerdo, de acuerdo. Lento", soltó una pequeña risa y me dio las hojas.

"Sólo sepáralos, por favor", dijo cansada y asentí.

Airplanes » l.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora