61

290 25 4
                                    

Carlysle

El día comenzó de la mejor forma que pude haber pedido, Aidan me despertó cantándome el feliz cumpleaños mientras que en las manos tenía un pequeño pastelillo con una vela, algo muy simple, pero por alguna razón se sentía demasiado especial para mí.
Luego de eso, y de intentar arrancarle la ropa, por fin le hice caso a su petición de alistarme para salir y, una vez que estuvimos listos y que bajamos a la planta baja me llevé la sorpresa de que ya nos esperaban; el festejo comenzó con salir a desayunar.

Era un día sin duda especial, era la primera vez en un tiempo que un cumpleaños se sentía tan especial, y lo mejor de todo era que estaban las personas que más me importaban: mamá, Ben, Kaori y Aidan; sobre todo Aidan, él era el responsable del sentimiento de bienestar.

Cuando terminamos de desayunar y salimos del restaurante, caminamos un rato por las calles de la ciudad, anduvimos por aquí y por allá sin un rumbo aparente; cuando ya era hora de comer, fuimos a un restaurante que, por como lucia, podía deducir que este lo había elegido mamá, a diferencia de donde desayunamos, que era bastante obvio que había sido elección de Aidan, era más su estilo.

Comimos tranquilamente mientras charlabamos y, una vez que terminamos, y que salimos del restaurante comenzaba a sentirme un poco cansado, pero el día aparentemente aún no terminaba, según había escuchado aún faltaban cosas en el itinerario, lo que menos esperaba fue que, justo antes de subirnos a los autos para ir a nuestra siguiente locación, Aidan dijera que se retiraba porque estaba cansado, "Debe ser la anemia" aseguró.

—No, tu tienes que seguir con lo planeado,— regañó Aidan cuando quise acompañarlo a casa —no me maté organizando todo esto para que al final te vayas a casa así porque sí.

—Pero no es lo mismo sin ti— refunfuñe.

Aidan bufó, cansado; se acercó más a mí y habló:

—Vas a ir, vas a pasar lo que queda de la tarde con tu madre y con Kaori y lo vas a disfrutar, ¿entendiste?— advirtió Aidan bajito y con tono amenazante.

—Sí Aidan, digo, sí mi niño, ¿mi amor?— me corregí, haciéndolo reír.

—Nos vemos más tarde en casa— se despidió mientras se acercaba a darme un beso.

Antes de que se fuera, cuando se estaba dando la vuelta, lo tomé de la cadera, lo acerqué a mí y cuidando que no nos estuviesen viendo lo besé apasionadamente mientras mis manos recorrían su espalda y su trasero. “Para” jadeo bajito al tiempo que trataba de zafarse de mis brazos.

—Está bien, está bien— dije a modo de rendición mientras me alejaba un poco de él.

Aidan me miró con picardía y cierta reprobación mientras se acomodaba la ropa.

—Te amo— susurré en su oído, para después depositar un beso en su mejilla, luego se dio la vuelta apresuradamente y se fue mientras yo reía bajito, su expresión inundada en bermellón y su desesperación por huir me parecía linda.

—En serio te gusta Aidan— comentó mamá detrás de mí, asustandome.

—Sí mamá, y mucho— respondí mientras la tomaba por los hombros. —Ahora vámonos, anda. No quiero que me regañen por tu culpa.

Ella rió mientras la guiaba hasta el auto, para luego entrar y ponernos en marcha.

Hicimos una parada en un centro comercial, mamá insistió en que entrásemos a una tienda de trajes e insistió aún más en que me probara algunos, no puse resistencia y eso fue lo que hice, me probé alrededor de cinco trajes distintos; algunos de colores un poco llamativos que otros.

La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora