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Carlysle

Aidan me besó justo cuando yo planeaba hacerlo, aprovechando la ligereza del ambiente causado por el excesivo alcohol en nuestro organismo.

Aproveché la estratégica posición de mis manos en sus caderas para hacerme más fácil la tarea de cargarlo hasta el sillón.

Lo recosté para luego colocarme sobre de él, inmiscuyendo mi pierna entre las suyas, Aidan desabotonó mi camisa mientras que yo le quitaba la sudadera y playera que estaba usando.

—¿Seguro quieres esto?— corroboré luego de un rato besándonos y acariciando nuestros cuerpos.

—Lo preguntas cuando estás por deshacerte de mi pantalón— rió Aidan.

—Solo quiero estar seguro, aunque no sé si es el alcohol quien está hablando.

—Ambos estamos ebrios, nadie estaría abusando de nadie, así que continua— autorizó.

—Siendo así… ¿deberíamos ir a tu habitación?

—Me parece bien— aceptó Aidan, sonriendo con un rubor en las mejillas muy notorio.

Tomé su cuerpo entre mis brazos y lo levanté, lo cargué hasta su cuarto, donde lo dejé recostado en su cama.

Con unas cuantas señas me indicó donde buscar lubricante, lo encontré fácilmente a pesar de sus malas indicaciones, volví mi atención a él, que estaba a la espera de mi siguiente movimiento, con los ojos llorosos y las mejillas encendidas.

Me deshice de sus pantalones y de su ropa interior en un solo movimiento, rocíe el lubricante anteriormente olvidado en mis dedos y con cuidado los introduje en su interior.
Mientras mis dedos bailaban en su interior, Aidan gemía y se retorcía debajo de mí, me incliné para besarlo y, sin detener el movimiento de mis dedos, con mi mano libre me dediqué a recorrer el delgado cuerpo de Aidan, deteniéndome a jugar con sus pezones de vez en cuando.

—¿Serás… i-igual de rudo que la u-última vez…?— preguntó Aidan con dificultad.

—No lo sé, pero no creo que una sola vez sea suficiente— admití.

—Contigo n-nunca es su-suficiente— se quejó.

—Y lo dices tú, quién luego de llegar de nuestra primer cita, supuestamente estando cansado, te fuiste a poner la pijama, pero regresaste luego de mucho rato, dilatado y rogándome que te hiciera un desastre— recordé, hablando en su oído, haciéndolo estremecer y lloriquear.

—Pero no… te negaste…

—¿Cómo podría negarme? Te me entregaste en bandeja de plata, ¿y esperabas que te rechazara?— pregunté al tiempo que mordía y besaba su cuello.

—Sabía que no lo ibas a hacer.— reconoció Aidan, y tenía toda la razón —Los condones están en el cajón inferior— indicó.

Detuve el movimiento de mis dedos y salí de su interior, busqué los preservativos dónde me indicó, encontrando una tira de estos.
Cuando me disponía a desprender uno de los empaques cuadrados de la tira, Aidan me los arrebató, los examinó detenidamente y luego volvió su atención a mí.

La Sacra CoronaWhere stories live. Discover now