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Carlysle

La situación frente a mis ojos era absolutamente desconcertante. A decir verdad todo desde hacía unas horas lo era; todo pasó tan rápido que recién lo estaba procesando.

Luego de salir de casa y vagar un largo rato por la ciudad buscando a Aidan, de la nada me había enviado un mensaje, un simple “necesito que vengas por mi” seguido de la dirección de este lugar, un orfanato a las afueras de la ciudad, en un área tranquila y abierta; por alguna razón Aidan había estado aquí, un lugar del que nunca había hablado, nunca lo había mencionado, y yo nunca lo habría imaginado.

No esperaba que Aidan me hubiese perdonado en estas horas, por el contrario, esperaba que  siguiera tan molesto como en la mañana, pero si ahora me buscaba tal vez era porque necesitaba algo; y de todo lo que pude haber esperado, de todo lo que pude haber predicho, jamás me había imaginado que tenía que ver con William Beck.

No sabía qué pasaba, pero nada más llegar bajé del auto y me acerqué, por un momento llegué a pensar que la dirección que Aidan me había enviado era alguna clase de broma, pero en cuanto llegué a la entrada y vi a Aidan en brazos de William supe que no era un broma, que algo pasaba, algo serio.

Llamé sorprendido y un poco asustado a Aidan, este alejó a William y corrió hacia mí, necesitaba con urgencia una explicación, estaba demasiado confundido como para procesar adecuadamente la situación, todo me parecía sumamente extraño.

—¡Mami!—gritó una pequeña niña de cabellos castaños corriendo hacia donde estábamos Aidan y yo, pero William fue más rápido y la alzó, interceptando a la niña.

Aidan rápidamente se limpió la cara con el dorso de la mano, me dió su chaqueta —que tomé apresuradamente antes de que se cayera—  y fue hasta William, le quitó a la niña y comenzó a caminar hacia el interior de la casa con la niña en brazos.

—Mami, ¿qué pasa? ¿Por qué lloras?— preguntó la pequeña niña mientras le acariciaba la cara a Aidan. Si antes no entendía nada ahora estaba mucho peor.

—¿Recuerdas lo que te dije sobre llorar?— preguntó él. La niña asintió.

—Sí, dijiste que llorar estaba bien porque…— la voz de la niña dejó de escucharse, Aidan y ella habían entrado a la casa.

William me miraba con una severa molestia, no le presté gran atención. No pasó mucho hasta que Aidan salió de la casa, pasó junto a William y se detuvo un segundo, lo miró, parecía que quería decirle algo, pero al final solo siguió caminando hacia mí, me tomó del brazo y nos guió lejos.

—Quiero que quede claro que sigo molesto contigo, pero necesito salir de aquí y cuando pensé en llamar a alguien fuiste la única persona en la que pude pensar, así que, por favor, no digas nada y vámonos— habló Aidan rápida y entrecortadamente.

Asentí, le puse la chaqueta pues hacía bastante frío como para estar en el exterior sin un abrigo adecuado, lo tomé de los hombros y lo guíe hasta donde había dejado el auto, una vez que estuvimos en el auto y ambos nos habíamos puesto el cinturón de seguridad comencé a conducir con cuidado, pues nevaba un poco, lo suficiente como para tomar serias precauciones.
No sabía a dónde quería ir Aidan, tal vez a su casa, tal vez a mi casa, tal vez a otro lugar, no lo sabía, y la única forma de saberlo era preguntando, así que aproveché que estábamos en un semáforo en rojo y le pregunté.

—Donde sea está bien— respondió con voz áspera.

Tenía los ojos hinchados y lloraba en silencio como siempre, no podía apoyarlo mucho sabiendo que todo esto había comenzado por mi culpa.

Seguí conduciendo despacio, y sin darme cuenta terminamos en mi casa, no me había dado cuenta de que estaba conduciendo hasta ahí, supuestamente solo estaba conduciendo sin rumbo, aunque todo fue muy inconsciente, automático.

En cuanto estacione el auto, un Aidan visiblemente cansado de llorar y agotado de todo salió del auto y entró en la casa, lo seguí apresuradamente y vi que él simplemente evadió todo y a todos y se recostó en el sofá, simplemente se dejó caer, tomó un cojín y se lo puso en la cara, hizo ademán de cubrir con este un grito y luego lo abrazó.
Me distraje un momento viendo a mi mamá y a Cyra y, cuando volví mi atención a Aidan, este ya estaba profundamente dormido.

Suspiré aliviado por al fin saber que estaba bien, tal vez estaba cansado, triste y enojado, pero físicamente estaba bien, eso ya era algo. Estaba muy aliviado de por fin tenerlo cerca y de saber que estaba a salvo, ahora solo necesitaba descansar, ambos lo necesitábamos.
Me acerqué a él y lo cubrí con una frazada y para que descansara mejor, apague la luz y ahuyente a todos los que estaban cerca. Dejarlo descansar para luego intentar hablar con él me parecía una buena idea.

Nada más darme la vuelta comencé a sentir mucha ansiedad, no sabía si él iba a querer hablar conmigo, no sabía si en serio elegiría acabar con todo lo que había entre nosotros, pero al final la última palabra la tenía él, porque sin importar si le rogaba, si él estaba decidido, no podría hacerlo cambiar de opinión.

El tiempo pasaba absurdamente despacio, cada segundo parecía eterno, y sin importar en qué intentara distraerme nada lograba captar mi atención realmente, ni siquiera podía dormir, no podía dejar de darle vueltas al asunto, no paraba de pensar en los peores escenarios posibles con respecto a la decisión que tomara Aidan.
Lamentaba cada segundo de las malas decisiones que había tomado, que me habían llevado a este punto; mis malas decisiones me atormentaban, me perseguían y me torturaban.

¿Cuáles eran las mejores palabras para disculparme? ¿Cómo debía comenzar? ¿Siquiera querría escucharme?

—Ya despertó— anunció Kaori bajito, sacándome de mis pensamientos. Mi corazón, que ya latía absurdamente rápido, se exaltó en mi pecho y se aceleró aún más.

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La Sacra CoronaWhere stories live. Discover now