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William

¿Qué estaba haciendo? Este lugar no se sentía igual sin Aidan.
De todas formas por la mañana había decidido que iría, principalmente para ver a la pequeña Marie, convivir un rato con ella y darle su obsequio de navidad pero, por la mañana me había sido complicado levantarme de la cama y, honestamente no quería salir de casa, pero se lo había prometido a Marie…

Estaba fuera del orfanato desde hacía unos minutos, recargado en mi auto, con los regalos en la mano y tratando de reunir el coraje para enfrentarme al millar de preguntas que me haría Marie a causa de la falta, de la ausencia de Aidan, que tristeza, yo ni siquiera la conocería de no ser por él. Pero tenía que seguir con mi vida y hacerle frente a las consecuencias de mis acciones; eso es lo que llevaba diciendome los últimos meses, la ausencia de Aidan aún dolía de vez en cuando, unos días más que otros, no tanto ni tan seguido como antes, pero al menos ya me había acostumbrado a ese sentimiento de melancolía que me embargaba con frecuencia.

Respiré hondo y me puse en marcha hacia la entrada del recinto, a pesar del frío que hacía y del aura habitual de este tipo de lugares, este sitio era distinto, siempre se escuchaban risas joviales de los niños y sus cuidadoras, Julia se preocupaba mucho por darles la mejor vida que pudiera.

En cuanto crucé la puerta y me quité el grueso saco que llevaba puesto comencé a caminar por el pasillo cuando, de la nada, una pequeña figura apareció frente a mi; la pequeña Marie corrió hasta mi llena de felicidad, la alcé en cuanto llegó a mí. Me abrazó por el cuello con fuerza.

—¡Papá!— saludó emocionada. Casi desde que conocí a Marie, cuándo ella era más pequeña, había adoptado la costumbre de decirme papá y a Aidan mamá. Que problema.

—Hola Marie,— saludé enérgicamente mientras le daba un fuerte abrazo —¿dónde está tu mamá?— Antes de andar por ahí, vagando con Marie y los demás niños tenía que saludar a Julia.

—Está en la sala de estar— respondió la pequeña.

—Vamos entonces— anuncié. Marie asintió y yo me encaminé a la habitación contigua que suponía una enorme sala de estar, apta para el torbellino que solían ser los niños.

Antes de llegar a la sala de estar Marie me pidió que la bajara, lo hice y en cuanto ella estuvo de pie en el suelo, corrió.

—¡Marie! Ya te dije que no corras aquí— exclamó una voz para inmediatamente después escucharse un estruendo.

En cuanto entré a la sala de estar eché un vistazo alrededor para darme una idea de que había pasado, un hombre de cabello rubio con aspecto extrañamente familiar se frotaba la cabeza al tiempo que de su boca salían quejidos.

—¿Estas bien?— pregunté ya estando un poco más cerca. Era posible que fuera…

—¿Will…?— susurró Aidan incrédulo una vez que se giró y me miró.

«Eras tú…»

Dejé los regalos en el piso y me acerqué a donde él estaba, mi presencia claramente lo tomó desprevenido, igual que a mi la suya.
Le extendí la mano, él dudó, pero al final tomó mi mano, lo ayudé a ponerse en pie y después a sacudirse un poco.

—Marie, ve a jugar con los demás— ordenó Aidan.

—Pero-

—Ve— interrumpió Aidan a la pequeña, quien salió de la habitación sin objetar nada más.

—No sabía que estabas… por aquí— comentó Aidan.

—Volví al país hace unos días— dije, el ambiente era un tanto incómodo.

La Sacra CoronaWhere stories live. Discover now