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Aidan

Al despertar lo primero que vi fue el techo de una casa desconocida, por un momento me asusté, pero luego recordé todo y el miedo dio paso al dolor, a la tristeza. En realidad, ya no me sentía enfermo, pero me sentía sumamente triste, y agotado.

Aún estaba medio cubierto con mi camisa, me senté en la cama y una toalla cayó sobre mis piernas, estaba ligeramente húmeda, y por donde había caído asumí que alguien me lo había puesto en la frente.

Estaba casi desnudo, con excepción de mí ropa interior y la camisa arrugada, así que me sentía muy incómodo, me levanté y me puse la parte inferior de mi ropa. Mientras me ponía la camisa noté que temblaba, pero no de frío, temblaba porque estaba llorando, y ni siquiera lo había notado.
Me permití llorar y sacar todo lo que tenía, el dolor y odio que sentía por William, el asco que de alguna forma sentía de mi mismo, el repudio que sentía por la situación en la que me encontraba...

Mientras lloraba de un momento a otro sentía que no podía respirar, por más que respiraba sentía que el aire no llegaba a mis pulmones, sentía que me ahogaba. Caí sobre mis rodillas y mientras que con una mano recargada en el suelo ayudaba soportar parte de mi peso mi otra mano estaba en mi pecho, a la altura del cuello, como si eso fuera a ayudar a aliviar lo que me pasaba.

Intenté levantarme mientras mis lágrimas seguían cayendo y entraban a mi boca, pues como sentía que no lograba respirar intentaba que la mayor cantidad de aire entrará a mis pulmones. Por el tembloroso estado en el que se encontraba mi cuerpo levantarme fue prácticamente imposible, por lo que terminé cayendo de nuevo al suelo, solo que esta vez sobre mi trasero.
Al caer hice un estruendo, mismo que debió llamar la atención de alguien que estaba afuera, porque oí la puerta abriéndose y pasos apresurados hasta dónde estaba, era Carlysle quién había entrado. Me vio con sorpresa y algo parecido al temor, se hincó para quedar a mi altura y con su mano cubrió mi boca.

—¿Un ataque de pánico?— preguntó otro hombre a mis espaldas.

—Eso creo— respondió Carlysle, luego volvió su mirada a mi y continúo —: intenta calmar tu respiración.

Si se trataba de un ataque de pánico o no, no lo sabía, pero los latidos de mi corazón eran tan fuertes que los sentía en los oídos. Las manos me sudaban, tenía escalofríos, temblores, me sentía débil y mareado. Sentía las piernas entumecidas y me dolía el pecho, y el estómago.

Como él cubría mi boca solo podía respirar por la nariz, así que de a poco me obligué a tranquilizar mi respiración, y una vez que me encontré mejor Carlysle quitó su mano de mi boca y sacó un pequeño pañuelo de tela de su saco, mismo con el que intentó limpiar mis lágrimas, pero por reflejo moví la cara para que no pudiera hacerlo, él solo tomó mi mano y dejó el pañuelo en ella.

—¿Te sientes un poco mejor?— preguntó. Solo asentí.

—¿Y la fiebre?— preguntó poniendo su mano en mi frente.

—Estoy mejor— respondí a la defensiva.

Carlysle asintió no muy convencido, se levantó y me extendió la mano para ayudarme a levantarme, tomé su mano porque no estaba muy convencido de poder levantarme solo. Me ayudó a levantarme y sentarme en la cama, y mientras me enjuagaba las lágrimas Carlysle tomó la toalla que antes estaba en mi frente y la lanzó a un cuenco con agua que descansaba sobre la mesita de noche, no había notado que estaba ahí hasta que él lo tomó y se lo llevó al baño de la habitación.

Escuché pasos alejándose, probablemente el hombre que estaba a mis espaldas.
Inconscientemente comencé a morderme mi tembloroso labio inferior, justo como hacía cuando estaba estresado o angustiado… o al menos eso decía William, y de la nada, estaba llorando de nuevo.

No quería llorar, no quería que un desconocido me viera llorar, y menos si se trataba de la persona que me había secuestrado.

Mientras lloraba sentí que alguien se sentaba a mi lado y acariciaba cuidadosamente mi espalda.

—¿Por qué… ahora e-res tan a-ama-ble?— pregunté mientras me alejaba un poco.

—Porque no soy un monstruo,— respondió Carlysle —podré ser un asesino o un traficante, pero no soy un monstruo… y disculpa por lo de hace rato…

—¿Por qué yo?

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué no secuestrar a su amante?— pregunté entre sollozos y con la voz entrecortada.

—Porque ni siquiera yo sabía que tenía un amante…

—Incluso tú abrías sido más honesto…— murmuré antes de volver a llorar inconsolablemente.

Carlysle pasó su brazo por mis hombros, como en un abrazo, pero ese abrazo se sentía un tanto forzado, incómodo.

Pero a pesar de eso, en el ambiente ligeramente iluminado de la habitación y el silencio casi sepulcral de la noche, apenas interrumpido por nuestras respiraciones y mis sollozos, Carlysle no dijo nada, solo se quedó ahí, apoyándome de una manera silenciosa, fastidiosa e incómoda, yo empezaba a tranquilizarme cuando oí pasos y voces acercándose a dónde estábamos, poniéndome en alerta tan pronto identifique un par de voces.

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La Sacra CoronaΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα