THERE'S SO MUCH LEFT UNSPOKEN

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Tarek había aprendido a calmar esas congojas incontenibles que le hacían perder los papeles y correr a llorar a los confines de la casa. Pasó la etapa amarga de las preguntas que siempre quedaban sin respuesta: ¿estoy haciendo bien al ser cómplice silencioso y condescendiente de su visión de las cosas? Nunca había respuesta para eso. O si la había, confeccionada para administrarse un torpe lenitivo, al cabo de los minutos perdía fuerza el razonamiento y lo encontraba erróneo. Al final, dependiendo de su estado de ánimo, se perdonaba por haber aceptado ser su cómplice o se fustigaba sin ninguna piedad.

No era fácil vivir con ello. Durante buena parte de su relación y su matrimonio al completo el lema había sido: "Vamos a superarlo todo juntos". Cambiar esa casi filosofía de vida por esta espera tensa era algo difícil de sobrellevar. Ahora el lema podría ser: "Vas a apoyar mi decisión hasta el final". La diferencia estribaba en que no era un proyecto en común como todo lo anterior en su vida de pareja. Era un proyecto individual que requería su sustento y todo el amor que pudiera dar de una sola vez.

Mientras tanto Enzo había dejado de hablar del tema. Una vez se aseguró que su marido le apoyaba y que jamás le dejaría en la estacada, solo le restaba esperar a que la maldita enfermedad oportunista le barriera de la faz de la tierra pronto y bien.

¿Cómo se muere uno bien? Lo pensaba a menudo últimamente. Bien sería cerrar los ojos en un sopor romántico, soñar con algo hermoso y luego sencillamente dejar de respirar. Sin ningún dolor, en absoluta y perfecta rendición. Eso sonaba delicioso. 

Tras casi dos semanas sin salir de su habitación, sin fuerzas para nada, Enzo despertó un día con el deseo de volver a Montreux. Quería volver a ver a sus cisnes, las aguas tranquilas del lago Leman y las vertiginosas montañas alpinas rodeándolo todo. Lo quería ver porque imaginaba que sería la última vez y parecía tener las suficientes fuerzas para bajar las escaleras hasta la cocina.

- Contrata el jet, Duncan. ¿Quieres? Me gustaría que me acompañarais todos.

- ¿Estás seguro? -se apresuró a refutarle Duncan con mirada preocupada.

- He bajado las escaleras, amor. Y sin ayuda de nadie.

Duncan observó la fragilidad de su cuerpo envuelto en la magnífica bata oriental, cada vez más holgada. Eso era apenas un argumento pero conocía muy bien a su amigo y jefe. Cuando se le metía algo en la cabeza era difícil hacerle cambiar de opinión.

- Me gustaría pasar las navidades en Montreux -dijo sentándose lentamente en el banco de la cocina y recibiendo la taza de té de Svetlana.

- Falta más de un mes para eso -acotó Duncan.

- ¿Qué estas diciendo? Que estoy columpiándome mucho y probablemente no llegue ¿verdad?

- No, claro que no... -balbuceó apurado.

- ¿Claro que no? -se regodeó, pícaro.

-       ¿Claro que no? -se regodeó, pícaro

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MR BAD GUYWhere stories live. Discover now