31.2 Los ángeles de hielo hieren.

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Narra Devian

—¡Esto es tu culpa, Devian! —acusó Alban con su apariencia normal.

Había dejado su aspecto de anciano cachas para volver a su apariencia real. Seguía teniendo el pelo blanco y los ojos claros, pero las arrugas que acostumbraban cruzar su cara desde hacía unos cuantos años habían desaparecido. Había creído que era buena idea ocultar su verdadera imagen para que ni Roxy ni sus visiones pudiesen relacionar al hombre que nos había salvado de morir a su padre desaparecido.

—¿Mi culpa? —exclamé achinando los ojos—. ¡Tienes que estar de coña! Tú y tu maldita obsesión con los ángeles de fuego nos está... te está alejando de tu hija. ¡De tu única hija! ¡Si de verdad quisieras protegerla, si de verdad no quisieras herirla, le habrías dicho hace años que eras su padre!

Llevábamos más de dos horas echándonos fallos del otro en cara, diciéndonos aquello que no nos atreveríamos a decirnos si no fuese por la situación en la que nos hallábamos: se había largado de nuevo, aunque esta vez, había sido por su propia voluntad.

Era gracioso. Durante sus numerosas ausencias, había comprobado que nos hacía mejores personas a ambos y que sin ella estábamos perdidos. Era consciente de ello cuando la había dejado irse, pero mi orgullo me había impedido retenerla, me había impedido suplicarle que se quedara con nosotros.

Había permitido que se alejara de mí una vez más. Y esto pasa porque era, soy y seguiré siendo imbécil.

—¿Tú crees que se lo tendría que haber dicho? ¿Crees que era mejor que supiera que sus dos hermanos están muertos y que su madre posiblemente también lo esté? ¿Decirle que su padre es un fracasado? ¿Es eso mejor? ¡Al menos así tendría una pequeña esperanza de encontrarnos algún día, sanos y salvos! —Nunca había visto llorar a Alban. Es más, al principio creí que me lo estaba imaginando, pero cuando se sentó y enterró su rostro entre sus manos, supe que algo iba mal. Que iba realmente mal—. Devian, tienes que ayudarme —rogó agarrándose a mi jersey—. Sé que he hecho mal, sé que no tuve que mentirle ni inventarme toda esa patraña del protector, sé que debí hacerte caso cuando me dijiste que se lo dijera... Maldita sea, como lo siento. —Ahogó un llanto—. Tengo que explicárselo, tengo que decirle cuánto lo siento. Oh, dios mío —se mordió el puño—, jamás me perdonará el daño que le he hecho, sentirá que la he traicionado, ¡su propio padre! —Tras unos minutos de silencio, sólo consiguió pronunciar unas cuantas palabras—: Por favor, ella es lo único que me queda.

Y lo único que me queda a mí...

¿Cómo podría haberme negado a ayudarlo?

—Vamos Alban, tampoco es para tanto... Estás montando un drama. Lo comprenderá, tarde o temprano. Anda ven aquí —ordené abriendo mis brazos—. Sólo hay que dejar que asimile lo sucedido.

No era capaz de creer lo que yo mismo estaba diciendo. Había visto como me había mirado cuando supo que yo también se lo estaba ocultando. Esa mirada de terror mezclada con odio no era fácil de olvidar. Entendía que quería decir con que lo estaba perdiendo todo por nuestra culpa, si no podía confiar en nosotros, ¿en quién lo haría?

Entré en mi habitación. Tocar el piano me relajaba cuando estaba de los nervios. Acariciar las teclas, producir una melodía... Era una de las pocas cosas que hacía bien.

Aquel día era diferente, estaba ejecutando una canción y al momento estaba aporreando las teclas sin sentido. Me preocupaba tanto Roxy que no conseguía centrarme en nada que no fuese pensar en donde podría estar o que estaría haciendo.

—A la mierda, voy a buscarla.  

Caminé durante un buen rato sin rumbo, no tenía ni idea de por donde debía empezar. Ya era de noche desde hacía unas cuantas horas, de hecho, ya pasaba de las doce de la madrugada, pero no podía aguantar hasta el día siguiente para saber si se encontraba bien. Pero..., ¿dónde podría buscar? Quizá estuviese en la cafetería de ese tal Beau.

Sí, eso es, seguro que ha ido a donde ese capullo...

El tintineo de una campanita colocada al lado de la puerta avisó de mi llegada. Apenas quedaba gente dentro, sólo un camarero que estaba retirando el café de última hora de algún cliente y el chico que estaba buscando. Allí no estaba, así que di media vuelta, con un poco de suerte nadie se daría cuenta de mi presencia.

—Ey, ¿Dev? —llamó alguien a mis espaldas—. ¿Va todo bien? —El mismísimo Beau me observaba con ojos de búho de arriba abajo.

Apreté los labios.

—Esto... Sí, todo va viento en popa. Oye, ¿por casualidad no habrás visto a Roxy?

Dejó la bandeja que estaba limpiando sobre la barra y se acercó a mí.

—No, no la he visto en todo el día. ¿Por qué? ¿Le ha pasado algo?

Ahora se suponía que debía mentirle o explicarle que se había escapado de casa porque su padre había ocultado su identidad durante años, haciéndose pasar un supuesto protector de ángeles de hielo. Porque ella era un ángel de hielo destinado a salvaguardar el mundo y su especie en una guerra que parecía que no llegaría. Teniendo en cuenta que si le decía la verdad acabaría en un manicomio y que no me caía nada bien aquel chaval, opté por soltarle lo primero que se me vino a la mente.

—Nada, no te preocupes. —Ya lo hacía yo por los dos—. Se ha enfadado conmigo por una tontería y creí que podría estar aquí.

Negó con la cabeza.

—Si quieres te puedo ayudar a buscarla —propuso sacándose el delantal—. Estábamos recogiendo y Sebastian puede cerrar la cafetería.

Dirigió su vista hacia el camarero el cual asintió con la cabeza.

—Descuida, jefe.

De repente, supe dónde podría estar ocultándose. Estaba seguro de que estaba allí. Salí disparado hacia la salida y antes de que estuviese demasiado lejos para que no pudiese oírme, dije:

—No, no te preocupes. Creo que está...

En la ciudad de los ángeles perdidos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora