4.2 Un lugar no tan secreto.

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Me desperté, con el dibujo del pájaro posado sobre mis piernas. Instintivamente me llevé la mano al pecho, donde se suponía que tenía la daga. Nada. Otra pesadilla más para el recuerdo. Estaba harta, estaba llegando al límite. No podía dormir lo suficiente lo que hacía que siempre estuviese agotada. Por si fuese poco, las pesadillas me consumían por dentro. Era demasiado para mí. ¿Por qué tenía tantas pesadillas? ¿Por qué no paraban? ¿Acaso tenían algún significado?

Los acordes de una guitarra hicieron que me alterase. No estaba tan sola como yo creía. ¿De dónde provenía? Me levanté, intentando hacer poco ruido. Observé a través de la cortina de ramas. Al lado de la pequeña cascada había una tienda de campaña de color rojo bastante pequeña. ¿Qué hacía allí? Antes de quedarme dormida no estaba. En ese momento supliqué que nadie me hubiese visto.

Me acerqué de puntillas, para no hacer ruido, pero la nieve crujía bajo mis pies estrepitosamente. La guitarra dejó de sonar súbitamente. Me había oído. Me quedé quieta como una estatua, como si eso pudiese evitar que me viese. La cremallera de la tienda de campaña se abrió. Intenté esconderme dentro del árbol, así que corrí lo más rápido que pude. Fue un error, la pierna que me había herido cedió y me caí en el suelo. Grité de dolor. Me sujeté la pierna con fuerza, cerrando la boca con fuerza para no chillar. Alguien empezó a correr hacia mí.

—¿Te has hecho daño? —preguntó una voz conocida a mis espaldas.

Gruñí, estaba claro que sí me había hecho daño.

Intenté levantarme, sin apoyar la pierna en el suelo. Cuando creí que conseguiría levantarme sin ayuda, me caí. Bufé. El chico del que todavía no sabía el nombre, me cogió por las manos y me atrajo hacia él. Me agarró por la cintura para que no cayese. Me cogió en peso, agarrándome por las piernas y por la espalda. Me llevó hasta la tienda de campaña.

—¿Qué haces aquí? —Me tendió un termo hirviendo, que acepté sin dudar. Le di un sorbo, era té verde, no me encantaba pero por lo menos era agradable tener algo caliente entre manos—. Creí que estaba solo.

—Yo también —coincidí—. ¿No te habías fijado en mi presencia hasta ahora?

—No, sino no estaría tocando la guitarra, créeme —dijo señalando una guitarra acústica en el suelo. Gruñó—. Parece ser que no es un lugar tan secreto como creía —se lamentó.

Ignoré sus palabras, para mí también era una decepción que no fuese la única persona que conocía aquel lugar. Observé su tienda de campaña con detenimiento: había un saco de dormir gigante, ¿acaso tenía pensado pasar la noche allí con el frío que hacía?; la guitarra, una mochila repleta, con aspecto de estar a punto de estallar; un foco con sus pilas tiradas en el suelo, una cámara de fotos y el termo que me había dado hacía unos minutos. Llegué a la conclusión de que era un chico extraño.

—¿Cómo has descubierto este lugar? —La curiosidad me podía— . ¿Qué haces aquí?

Me observó con sus verdes ojos que por un momento parecieron brillar, antes de empezar a hablar. Fue entonces, cuando me di cuenta de que su vida no era tan fácil como aparentaba.

 Había encontrado La Isla (le había dicho el nombre y le había gustado) cuando tenía diez años. Al igual que yo, se había mudado con su familia: sus padres y sus dos hermanas pequeñas. Un día, llegó a casa tras un largo día lavando coches para ahorrar algo de dinero para comprar una guitarra. Por fin tenía el dinero suficiente para hacerlo. Estaba feliz, encantado, maravillado, nada ni nadie podría hacer que se sintiese mal. O eso creía él. No había nadie en casa, cosa que no era muy normal, sus padres habían ido a buscar a las chicas a su colegio. Llamó a los móviles de sus padres, pero ninguno de los dos atendió la llamada. Decidió hacerse un bocadillo y pasar el tiempo viendo la televisión mientras que no llegaban. Un informativo de última hora interrumpió la serie que estaba viendo. Un coche familiar había sido embestido por un camión, tras unas cuantas vueltas de campana se había precipitado por un acantilado. El impacto contra el suelo hizo que ningún pasajero de aquel coche sobreviviera. Había cuatro personas en el coche, dos niñas gemelas y dos adultos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora