18.1 El gran concurso.

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Tenía los nervios a flor de piel. Sentía que en cualquier momento vomitaría todo el desayuno. Pero el sentido de la ridiculez superaba mis ganas de vomitar. Todo el instituto estaba reunido en el salón de actos, o lo que es lo mismo, el gimnasio. Estábamos vestidos con trajes de  baile, peinados como si una vaca nos hubiera pasado la lengua por el pelo varias veces y moviéndonos inquietos de un lado a otro, sin parar, como si tuviésemos ganas de ir al servicio.

Estaba incómoda con la ropa que llevaba encima. El vestido rojo que llevaba puesto era precioso, pero era poca tela para tapar todo mi cuerpo. Tenía el escote en forma de corazón, por lo que tenía los hombros y la espalda al aire. Era un vestido largo, hasta los tobillos, pero tenía un corte por el que se podía ver toda mi pierna derecha. Tenía imitaciones de diamantes repartidos estratégicamente por todo el torso, al igual que sobre mi espalda y hombros desnudos. En los pies llevaba unos zapatos negros con un tacón considerable, lo perfecto para estamparme de bruces contra el suelo. El pelo lo llevaba recogido con un lazo rojo en una coleta que me llegaba al medio de la espalda haciéndome cosquillas. Lo que hacía que me sintiera todavía más ridícula, era el maquillaje: llevaba los labios pintados de un rojo chillón e intenso, había delineado una profunda raya bajo los ojos para después pasarle rímel y en los extremos de los ojos tenía unos diminutos brillantes como las que llevaba en el vestido. En definitiva, parecía que alguien había vomitado purpurina sobre mí.

Miré hacia mi derecha. David y Sarah estaban perfectamente combinados el uno con el otro. Sarah con un vestido con un solo tirante y con el vuelo de gasa. El pelo lo llevaba recogido en una perfecta trenza de espiga. En los pies, llevaba unas manoletinas negras. David llevaba un traje negro, con una camisa amarilla y una pajarita negra. Verlos tan bien juntos me hizo pensar que quizás harían una pareja muy buena.

Lisa continuaba sin dirigirle la palabra a Leo más allá de lo que fuese estrictamente necesario. Aquello era estúpido, estaba segura de que no recordaban ni por qué se habían peleado de aquel modo.

Un poco más allá, Devian estaba hablando con los chicos del equipo de fútbol. Resaltaba entre el grupo tan numeroso de chicos. Mientras que ellos no habían renunciado a sus cazadoras rojas del equipo por el baile, Devian llevaba unos pantalones negros y una camiseta con una pajarita negra rodeando su cuello. De vez en cuando, miraba furtivamente hacia mí, lo que hacía que un cosquilleo me recorriera la punta de los dedos. No sabía por qué notaba un hormigueo en la punta de los dedos, lo usual sería que notara las famosas mariposas en el estómago, pero nada de eso. Roxy Strauss era diferente en todos los aspectos.

Me llevé la mano a las mejillas, recordando inconscientemente lo que había pasado esa misma semana. Notaba como subía la temperatura de mis mejillas al recordar lo que le había dicho, como me había besado. Sabía que no estaba bien. Tenía el presentimiento de que todo aquello me destruiría por dentro. Y a él, también.

—Roxy. ¡Roxy! ¡Roxana Strauss! —gritó alguien a mi lado mientras recobraba el sentido—. ¡Te llevo llamando media hora! —exclamó Sarah irritada—. Nos tenemos que sentar, van a comenzar.

La orientadora comenzó a hablar, esta vez con ropa un poco menos extravagante de lo habitual, en realidad, lo único que separaba el conjunto que llevaba de ser un buen modelito para una fiesta era la combinación mezcla de colores.

Las parejas empezaron a salir, estaban todos ridículos, aunque yo todavía más. Había algo más de cien parejas, porque el concurso era para todo el instituto quitando los chicos del último curso. Malditos afortunados. El orden de parejas era aleatorio. Se había decidido el día anterior por sorteo, como no. Por suerte o desgracia, nosotros estábamos entre las últimas diez parejas por actuar.

Empezó a bailar la primera pareja, el estilo de baila era la samba. Para mi gusto ese tipo de baile era muy ridículo, aunque que lo bailara esa pareja lo hacía todavía más ridículo, no se habían aprendido bien los pasos por lo que tropezaban a cada poco. Para su suerte, la canción finalizó. La chica vestida con un traje de cientos de vivos colores resopló visiblemente aliviada, después, los dos chicos salieron a la par del escenario. Bueno, escenario no era la palabra correcta, ya que ese escenario no era otra cosa que una gran cancha de baloncesto.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora