23.2 Pide un deseo.

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Me desperté debido al ruido del agua corriendo por las tuberías; alguien se estaba duchando. Todavía adormilada me levanté con lentitud. Estiré los brazos, desperezándome. Delante de mí, Sarah estaba roncando cual anciano tomando una siesta después de llenar el estómago con el almuerzo. Parecía ser que el viaje nos había dejado machacados a todos. Me apoyé contra el cabecero de la cama, encogiendo mis piernas a la vez que las rodeaba con los brazos y hundía mi rostro entre ellas.

Miré el reloj que había encima de la mesita de noche. Stella llevaba más de media hora encerrada en el cuarto de baño y las demás también necesitábamos asearnos. Bueno, al menos yo, ya que Sarah continuaba con la boca abierta y la cara pegada a la almohada.

Sonreí maliciosamente, la despertaría al igual que lo había hecho ella una vez.

Posé mis pies descalzos en el suelo, dando pequeños gritos al notar lo frío que estaba este e intentando hacer el mínimo ruido posible, deslizándome hasta su cama. Le di unos amistosos golpecitos en el hombro, para comprobar que estaba profundamente dormida. Me coloqué encima de ella, intentando hacer poca presión para que no se despertase todavía. Aproximé mi cara a la suya, manteniendo una distancia prudente. Grité su nombre lo más alto que mis pulmones me lo permitían.

Sarah cogió aire por la boca, al igual que lo haría cualquiera persona que ha aguantado la respiración debajo del agua más de lo que debiera. Se movió, intentando que el asesino sin identificar que estaba encima de ella cayese. Al instante, me estaba retorciendo de dolor en el suelo, frotándome el codo que había topado de lleno con el borde de la mesita de noche. Vale, quizás lo de gastarle una broma no había sido muy buena idea.

Abrió los ojos como platos, al darse cuenta de lo que realmente estaba pasando, al darse cuenta de que no había ningún asesino que pretendiese acabar con su vida.

—¡Roxy! Pero que… —exclamó. Empecé a reírme por no llorar, mientras levantaba mi magullado cuerpo de la alfombra persa que adornaba la tarima de madera. Me miró con una ceja arqueada, evaluando la posibilidad de echarse a reír conmigo o reprenderme por mi intento de venganza. Finalmente, se decido por algo intermedio—: ¿Acaso te parece divertido despertarme de mi maravilloso sueño en el que yo era una empresaria multimillonaria casada con un guitarrista cachas de una banda de rock? ¡Estaba a punto de cerrar un negocio de vital importancia para la continuidad de mi empresa…! —se lamentó en tono burlón.

Reímos hasta que nos dolió la barriga y alguien golpea la puerta con los nudillos. Stella, que apareció ante nosotras con el rostro rojo y los ojos llorosos debido al agua de la ducha, se ofrece voluntaria a abrir la puerta mientras nosotras nos recuperamos del ataque de risa. Aprovechando que salió del cuarto de baño, me colé para asearme.

Abrí el agua con la esperanza de no tener que bailar debajo al abrasarme la piel o helarme debido a esta. Deseaba que la regulación de aquel baño fuese más sencilla que la del vestuario de la sala de entrenamientos. Al introducirme en la ducha pude apreciar que no me estaba  quemando ni helando, por lo que me demoré un poco más de lo habitual debajo del gran chorro de agua.

Después, rebusqué en uno de los muchos armarios hasta dar con un pequeño secador replegable. Desenrollé el cable para conectarlo al enchufe más cercano. Presioné el botón de on de este. Alterné la boca del secador entre mi cabello mojado y el vaho del espejo en el que me veía reflejada. Era estúpido cuanto me podía llegar a divertir el hecho de desempañar el espejo con el calor del aparato que tenía entre manos. Cuando ya no había nada más que secar o desempañar, me dediqué a mover mi pelo con el aire caliente del secador, moviendo mis labios al ritmo de una canción, creyéndome una mezcla de estrella del pop y una de esas chicas de los anuncios de champú. Decidí que era hora de vestirme cuando noté como mi cara comenzaba a arder debido al aire caliente.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora