15.1 Alas de hielo.

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Me desperté con un terrible dolor de cabeza. Parecía que me habían estado martilleando el cerebro durante mi  desfallecimiento. Recordé en la situación que me hallaba antes de llegar allí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, aunque sonreí agradecida al darme cuenta de que me encontraba entre las sábanas de mi cama y no entre las sábanas del hospital que en un último momento antes de perder el sentido había temido visitar.

A pesar de que al removerme en la cama notaba como me dolía todo el cuerpo, era una sensación reconfortante estar envuelta como una larva dentro de una mezcla gigante de sábanas y mantas. Abrí por completo los ojos, que hasta ahora habían estado cerrados. Se oían murmullos silenciosos en el piso de abajo. Me gustaba oír aquel murmullo, hacía que me sintiese completa. Me giré sobre mí misma en la cama para cambiar de posición. Casi chillé al ver que no estaba sola en la habitación, tal como había creído.

Devian estaba sentado en una posición relajada, con las piernas extendidas y la espalda apoyada en el cabecero. Tenía los ojos cerrados, posiblemente se había dormido mientras esperaba a que recuperase el conocimiento. Tenía la mano izquierda sobre el pecho y la mano derecha colgada de un extremo de la cama. Su respiración era agitada, respiraba más rápido de cómo lo haría habitualmente. Sus pupilas se movían inquietas bajo sus párpados. Seguramente estaba teniendo una pesadilla. Lo observé con admiración un rato más, con mi rostro medio hundido en la almohada. Recordé el día que casi me había besado, notando como mis mejillas comenzaban a arder. Me preocupaba que no hubiese evitado que me besara, de hecho, lo único que lo había evitado había sido una llamada a su teléfono. Esto, me llevaba a preguntarme si era cierto que lo odiaba. Sí, me ponía de los nervios continuamente, me irritaba sobremanera. Incluso en más de una ocasión se me había pasado por la cabeza la idea de tener su cuello entre mis rígidas manos. Tenía miedo de que, aunque siendo una posibilidad muy remota, estuviese comenzando a desarrollar una enfermedad rara llamada cariño. O amor. No, jamás, eso no podía ser cierto.

Me olvidé del tema enseguida, pero de repente sentí el impulso de tocar sus labios. Tras varios segundos pensando si era correcto o no hacerlo, me incliné hacia él, pues su cara estaba demasiado lejos del alcance de mis manos. Rocé con delicadeza su labio inferior con mi dedo índice. Era muy carnoso. Por un momento, pensé que qué me hubiese besado tampoco habría sido algo tan horrible. ¿Pero qué diablos estaba pensando? Me reñí interiormente.

Cuando estaba apartando mi mano, se despertó de golpe, como si hubiese estado despierto todo el tiempo, esperando a que hiciese aquel justo movimiento, a que tuviese aquel justo pensamiento, que me encandilase con sus labios. Me caí en el suelo tras el brusco movimiento de mi brazo para apartarme de él.

Sentí como algo se rompía en la parte de mi tripa, como si desabrochase una cremallera o unos botones. Me mordí la lengua para no gritar. Me levanté la camiseta hasta poco más de la altura del ombligo, notando como se abría un poco más. Tenía un horroroso corte en la mitad del abdomen, hacia la izquierda. De él brotaba sangre a borbotones, como si fuese un manantial de agua tras una lluvia torrencial. La observé con detenimiento, con un nudo en la garganta, no soportaba ver tanta sangre junta. Tenía varios puntos que se habían descosido un poco por haberme caído. Fantástico.

A mi lado oí una lamentación, a continuación, los muelles de la cama moviéndose repetidas veces. Devian se acercó a mí, me pasó un brazo por encima de la cadera, con cuidado de no hacerme daño y me ayudó a levantarme.

—Esto es todo culpa tuya —acusé entre dientes.

—No es mi culpa que te gusten mis labios —dijo entre susurros tras lamerse los labios de manera seductora.

Mis sospechas se habían confirmado, sí que estaba despierto. Me avergoncé de mis actos. No sabía ni por qué había decidido hacerlo.

Intentaría discutirle que no tenía razón, pero me había pillado. Me limité a dirigir mi vista hacia la horrenda alfombra de rombos azules y amarillos que decoraba el pasillo.

Me ordenó que me sentara en la tapa del váter, lo hice por una vez, sin protestar, sintiendo un dolor tremendo al sentarme. Rebuscó en un armario del que apareció un botiquín de primeros auxilios. Se acercó, a la vez que cogía unas gasas para desinfectarme la herida. Levanté un poco la camiseta, lo justo para que pudiese observar la herida, pero me ordenó que me quitara la camiseta por completo, a lo que me negué rotundamente. En sus labios ser formaron una sonrisa traviesa mientras que se decía a sí mismo en un susurro que al menos lo había intentado. Se acuclilló entre la ducha y el váter para estar a la altura de mi herida. Pasó la gasa con suavidad. Se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Cogió una aguja con un hilo. Miré la aguja con los ojos muy abiertos y tragué saliva pesadamente. No bastaba con poner una tirita, ¿no?

—Vale, esto va a doler un poco —se disculpó antes de introducir la aguja en mi carne.

Lo que le dediqué no fueron palabras de agradecimiento, precisamente. Cogí una toalla para morderla, así al menos me concentraría un poco en mis dientes clavados en ella, en su asqueroso tacto y en su inquietante sabor a canela, ¿había suavizante con olor a canela?

Volvió a limpiar la sangre que había derramado. Pasó una crema de la que desconocía su utilidad. Por último, colocó una gasa encima de la herida, con pulcritud.

En un incómodo silencio, se quedó observándome con una mirada indescifrable. Negué con la cabeza. Me levanté para llegar ir a mi habitación, pero no era capaz de hacerlo yo sola, el dolor me perforaba la tripa al caminar. Me ayudó, rodeando mi cintura con su brazo. Cuando me estaba ayudando a sentarme en la cama, dije:

—Gracias.

—No es nada, no es la primera vez que hago algo así, de hecho, creo que deberían darme un diploma o algo por haber curado tantas heridas a lo largo de mi corta vida—exageró distraído mientras se apoya en la pared.

—No, no quiero decir eso —negué con la cabeza mientras me tendía una pastilla que tragué rápidamente—. Gracias por todo lo que has hecho hasta ahora por mí.

—¿A qué te refieres? —preguntó frunciendo el ceño.

—Me refiero a que nadie me ha ayudado como lo has hecho tú. —Me acosté sobre la cama, estiré los brazos cuan ancha era y posé mi vista sobre el techo—. Nunca le he importado a nadie. Nunca nadie ha hecho nada por mí. Es una sensación extraña que hagan algo por ti sin querer nada a cambio. —Hice una pausa—. No me gusta que siempre estés haciendo cosas por mí cuando lo único que hago es enfadarme mucho por cualquiera cosa que hagas, aunque la hagas con la mejor intención. Estoy acostumbrada a no recibir nada, por lo tanto yo tampoco doy —dije estas últimas palabras tan rápido que no sabía si las había dicho todas o sólo las había pensado.

Seguía con la vista en el techo, pero por el rabillo del ojo pude ver que se movía inquieto.

—Normal que digas eso, soy encantador y siempre hago lo correcto. —Lo miré con una mirada de reproche—. Está bien, está bien —accedió—. Muchas veces actúo como un verdadero capullo, pero te juro que mis intenciones no siempre son malas. —Paró de hablar, como si quisiese recordar un pensamiento perdido. Resopló—. Roxy… No tienes ni la menor idea. —Sentado en el suelo, con los codos apoyados en sus rodillas, gesticulaba mucho con las manos—. No me debes nada, de hecho, soy yo el que te debe muchas cosas. —Arrugué la frente, sin comprender. Devian sonrió con tristeza—. ¿Sabes lo que se siente al no encajar en ningún sitio? ¿Sentirse una mala persona? ¿No encontrarle sentido a nada? ¿No tener motivos para luchar? —Lentamente, se levantó dispuesto a marcharse—. Pues, tú has hecho que encajara en algún sitio, junto a ti. Tú me diste motivos para actuar como una mejor persona. Tú has hecho que le encontrara sentido a las cosas. —Se mordió en labio inferior—. Tú te convertiste en el único motivo por el que luchar.

Dicho esto, se marchó dejándome con cientos de preguntar por hacer.

“Tú te convertiste en el único motivo por el que luchar”. ¿Eso significa qué…? No, no, no. Él jamás me vería de ese modo. Como mucho, para él sería una hermana o su mejor amiga, pero jamás eso.

No tuve demasiado tiempo para decidir cuál de las tres opciones se ajustaban más a sus palabras, pronto me quedé dormida por el efecto de las pastillas.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora