25.3 Confesiones y despedidas.

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Tras medio millón más de vueltas por todo el edificio, encontramos a la mayoría de los chicos sentados con sus “preciosos” camisones en los sillones de una de las cientos salas de espera. Nos vieron, por lo que en sus rostros se formó una expresión de claro alivio.

Recorrí sus caras una a una, asociándolas a un nombre. Estaba muy desorientada por los efectos de los medicamentos que me habían inyectado, así que me llevaba unos cuantos segundos saber quién era quien.

Veamos. Sarah estaba allí. James también. John. Stella. Y nosotras dos. Faltaban Devian, Leo y Lisa.

Faltaban dos de los chicos que más temía que le hubiese sucedido algo. Maldita sea.

—¿Estáis bien? —preguntó John con un gesto de preocupación en su rostro.

¿Él? ¿Preocupado? Aquel día estaba saliéndose de lo normal hasta llegar a lo imposible.

—Inmejorables —dije con la voz tintada de sarcasmo.

—¿Inmejorables? Já. Yo estoy inmejorable, este traje me sienta fenomenal. ¿Os habéis dado cuenta de que el camisón deja el trasero al aire?—cuestionó a la vez que se levantaba, se giraba sobre sí mismo y dejaba entrever sus cuartos traseros. Sin pantalones ni ropa interior—. Eh, tampoco hagáis tantos ascos que a muchas chicas les gustaría ver lo que acabáis de contemplar —exclamó con voz divertida al ver que evitábamos el contacto directo con su culo.

Por eso se había preocupado por nosotras en un principio. Por su enorme ego.

—Deja de darte autobombo, ambos sabemos que nadie quiere ver tu horrible culo. —La malvada Katherine entró en acción.

El chico le dedicó una mirada hiriente, pero no respondió al asunto.

—¿Podemos dejar de hablar de traseros y centrarnos en lo que nos concierne? Tenemos que buscar a Lisa, Dev y Leo. —Un poco de raciocinio entre nosotros. Bienvenido de vuelta, viejo amigo—. He oído que uno de ellos no está muy bien. Creo que es Dev el que no está del todo bien —finalizó Sarah, dirigiendo su vista hacia mí.

Finalmente, coincidimos en que sería mejor preguntar en recepción donde se encontraban antes de tener que dar vueltas sin rumbo otra vez. Un hombre, con un uniforme amarillo, nos miró a través del mostrador que nos separaba. Tras decirle los nombres de nuestros amigos, introdujo sus nombres en la computadora para encontrar la ubicación de sus habitaciones.

—Bien —inició al encontrar alguno de sus nombres—, Dev Reeds está en la habitación 121, si vais recto por ese pasillo —nos indicó señalando un corredor oscuro—, pronto divisareis la 121. Lisa Collins está en la Unidad de Cuidados Intensivos, no os preocupéis, no corre ningún peligro. —Se mesó la barba—. No estoy seguro de que os dejen entrar, pero podéis intentarlo. De todas formas, si no os dejan entrar, al menos podréis verla a través de la cristalera. —Sus ojos se abrieron de par en par a la vez que se llevaba una mano a la boca, de la cual mordisqueó su lateral como si fuese un trozo de pizza—. El otro chico… Leonard… Está justo en la sala que está enfrente a la de la chica… Si es que todavía sigue vivo. Lo siento, niños.

Un lo siento más y acabaría dándole una paliza digna de mención a alguien.

Nos encontrábamos todos apiñados en un rincón, observando a través de la cristalera que aún no nos habíamos atrevido a pasar (a pesar de que habíamos obtenido el permiso) el balanceo de unas máquinas que le proporcionaban el oxígeno suficiente a los pulmones de Leo para que su corazón continuase latiendo.

 Lisa obtuvo las fuerzas necesarias para levantarse de la cama en cuanto le confesamos gravedad del asunto. Los médicos se habían negado rotundamente a desenchufarla de los numerosos cables a los que estaba conectada, así que lo hizo ella misma.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora