34.1 Magia versus ciencia

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Seguimos hablando durante un buen rato, en el que descubrí que mi madre era un ángel de alas negras, que había llegado a Iris con sus padres, cuando todavía era una niña. Tarde o temprano acabaría conociendo a Alban, era evidente, ya que no era una ciudad tan grande y los ciudadanos se conocían unos a otros, pero el sino pareció adelantar los hechos a una tarde de verano en la que el tiempo no concordaba con la estación: hacía un frío de mil demonios y el cielo estaba encapotado, aunque si lo pensaba bien, no era tan peculiar que estuviese nublado; en aquella localidad lo inusual era que no lo estuviese, y aún lo seguía siendo. Mi madre se había aventurado a investigar y conocer un poco mejor la zona. Después de horas andando, en lo que parecían círculos, llegó a la cumbre de una pequeña colina, donde encontró a un chico observando el atardecer con ojos cristalinos y lágrimas rodando por sus mejillas. Se sentó a su lado sin mediar palabra a contemplar el atardecer junto a él. Se sobresaltó al ver a una extraña sentarse a su lado, pero pronto se sintió seguro, cuando ella le cogió la mano, queriendo decirle que todo estaría bien. Tras compartir aquel momento tan íntimo se hicieron inseparables. La gente pensaba que se habían hecho amigos, pero no se habían percatado que había un lazo mucho mayor que una buena amistad.

—Qué historia más bonita —exclamé—. ¿Me la contarás cada vez que te pida que me la repitas?

Él asintió con una sonrisa triste en los labios.

—Por supuesto.

De repente, una duda llegó a mi mente.

—¿Puedo hacerte una pregunta muy importante? Bueno, en realidad son cuatro. —Afirmó con la cabeza—. Me tienes que jurar que no se lo contarás a nadie, ¡ni a Devian! —Tras una mueca burlona por su parte al pronunciar el nombre, proseguí—: Hace algún tiempo, estaba en un lugar..., que no pienso decirte donde está porque era el lugar secreto de Leo y mío —pronuncié su nombre sintiendo un fuerte escalofrío—, pero el caso es que, hay un pequeño lago, y ese día, vi unas alas gigantes en mi espalda dibujadas en el reflejo del agua, pensé que había sido cosa del frío que empezaba a afectarme al cerebro, ¡o yo que sé! Cada ala era de un color. Aunque eso no es lo que me preocupa, lo que me inquieta es que cuando me crezcan las alas, si me crece un ala negra, como había visto en el lago, o incluso ambas negras... ¿Me rechazaréis o me odiaréis?

Llevaba mucho tiempo guardándome esa duda. Estaba convencida que mis alas no serían como las de mis compañeros y tenía miedo de lo que pudiera pasar.

Él meditó un rato lo que sirvió para ponerme más nerviosa.

—No, claro que no. Yo al menos, no. Ya sabes, tu madre... —se rió, pero al ver mi preocupación se detuvo—. No lo sé, cariño. Espero que no. Te conocen desde hace mucho tiempo, sobre todo Devian, saben de sobra que tus intenciones son buenas... Pero ese color no les trae buenos recuerdos, ni a ti. Les han hecho mucho daño, muchísimo daño, más daño de lo que nadie pueda soportar en su sano juicio. No sé cómo reaccionarían, quizás se muestren reacios, contrariados... Aunque acabarían aceptando tus alas, porque te quieren... Pero tus poderes son de hielo, ¿qué probabilidad hay de que sean negras?

Me encogí de hombros. Quizá fuese una especie de híbrido, o algo por el estilo.

—Está bien, ojalá tengas razón. Segunda pregunta: si mis alas fuesen negras, o una mezcla, ¿qué sentido tiene que yo sea parte del bando de los ángeles de hielo, si no lo soy?

—No lo había pensado, a decir verdad. No tengo ni la menor idea —respondió encogiéndose de hombros—. Tercera pregunta, dispara.

Suspiré antes de seguir, esta era la pregunta más incómoda de todas.

—Bueno, sabes que Devian y yo estamos juntos... —dije con la voz temblorosa, después carraspeé—. Cuando nos encontramos al escupe fuego en la biblioteca dijo que nuestra relación era imposible, que acabaría hecha añicos, que el fuego y el hielo no pueden juntarse. ¿Qué hay de cierto en eso? ¿Y si él me acaba odiando?

Obvié la parte en la que había dicho que trataría de conquistarme.

Alban se estremeció al recordar aquel día, se había preocupado mucho porque su aparición no podía indicar otra cosa sino que el final estaba cerca.

—No hay nada de cierto. ¡La ciudad de Iris es un claro ejemplo! —respondió orgulloso—. Lo imposible hubiera sido que dos enemigos, uno de fuego y uno de hielo, que perteneciesen a cada uno de los bandos desde su nacimiento, acabasen queriéndose. Pero este no es el caso, os conocéis desde hace muchos años.

—Soñé que le hacía daño, soñé que me odiaba. Respóndeme, ¿y si me odia?

Chasqueó la lengua.

—No lo hará.

—No pareces muy convencido.

—Sí lo estoy, créeme. Venga, última pregunta.

—¿Por qué no tengo alas?

Estalló en carcajadas.

—¿Tanto te impacienta?

—No, pero los demás ya las tienen desde hace tiempo —exclamé frustrada—. Además, cuando fuimos a La ciudad de los ángeles perdidos, quiero decir, a Iris, vimos los espíritus, o lo que quiera que fuese, de ángeles y había una niña muy pequeña con alas.

La espalda de Alban, anteriormente arqueada, se puso tensa de golpe, para exclamar:

—¿Qué había qué? —preguntó alzando las cejas.

Fruncí el ceño, extrañada por su reacción, pensé que él también lo sabía.

—Veíamos ángeles, aunque no eran reales, quizás fuesen fantasmas o una alucinación colectiva, no lo sé. El caso es que estaba lleno de personas aladas.

Trató de recomponerse de la noticia para responderme.

—Siento esta reacción, no sé qué diablos está pasando allí, pero es imposible que vieseis lo que dices... Respeto a la niña pequeña, siempre hay excepciones, depende de cada uno desenvolver nuestras características antes o después. —Se quedó callado durante lo que parecieron varios años, hasta que decidió volver a hablar, con un resto de temor en su voz—. No entiendo, no entiendo, no entiendo —se lamentó propiciándose pequeños golpes con los nudillos sobre la frente.

Me aproximé a él y lo agarré de las manos, para evitar que se lastimara de verdad. La nueva también me había sorprendido sobremanera a mí, ya que hasta el momento había creído que era normal todo lo que habíamos vivido en aquella ciudad. Bueno, normal, lo que se dice normal, nada en nuestra vida lo era. Pero al ver cómo había actuado, me había dejado bastante claro, que no lo era. Entonces se me ocurrió una idea:

—Quizás hayan sido los escupe fuego, ¿no habías dicho que preferían la tecnología y la ciencia? Puede que hayan creado hologramas o algo por el estilo, lo que no comprendo es con qué fin... —Separó sus manos de mí, tanteando la posibilidad—. A propósito, has dicho que mamá —carraspeé incómoda al pronunciar "mamá" ya que sentía una extraña presión en la tripa—, has dicho que mamá —volví a repetir— había hecho un hechizo por eso no me acordaba de mí pasado, y supuestamente sólo ella puede deshacerlo, ¿no? —Lo miré buscando un asentimiento de cabeza—. Entonces, ¿cómo lo han hecho ellos?

—Una operación quirúrgica, electroshock... No tengo ni la menor idea, no entiendo mucho del tema, pero desde luego, nada que tenga que ver con hechizos, brujas o sapos.

Creo que ya está bien por hoy cielo, ya hemos hablado mucho y tengo muchas cosas que hacer... Y tú deberías hacer tus deberes o estudiar... o lo que se supongo que hace la gente normal de tu edad.

—Ah, que para estas cosas sí soy normal, ¿no? —bromeé abriendo la puerta.

—Oye, deberías pensar en contarles, en contarnos —se corrigió—, todo lo que tus visiones te están revelando.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

—Lo haré, pero necesito tiempo.

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Siento no haber actualizado ayer, me ha sido imposible, ¡pero aquí traigo un nuevo capítulo!

Pues esto es todo por hoy, ¡os leo en los comentarios!.

Un saludo,

Caos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora