30.3 Viviendo con el enemigo.

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Regresamos en silencio, aunque podría jurar que nuestros pasos marcaban el ritmo de una marcha fúnebre. A fin de cuentas, era como un entierro. Tenía la corazonada de que al final del día las buenas intenciones de Alban acabarían bajo tierra y sus verdaderos objetivos saldrían a relucir.

Tras tomar bebidas calientes para devolverle la vida a nuestros cuerpos helados y asegurarnos de que no había rastro de él por ninguna parte, decidimos entrar en su despacho.

—¿Cómo se abre esta pared? —pregunté—. Cuando hablamos de entrar en su despacho nadie ha dicho que había que atravesar una pared-puerta que no se abre. ¿Hay mover una pieza para que un mecanismo se active, tiene un teclado con números para introducir una contraseña, lector de huellas o hay que asestarle golpes hasta que decida abrirse? —dudé mientras llevaba a cabo la opción más sencilla: asestarle golpes hasta que se me ocurriese una idea mejor—. Devian se acercó a la pared y pulsó un botón  que sobresalía lo suficiente para que fuese visto a metros de distancia—. Aunque creáis que estaba hablando en serio, os estaba vacilando. Ya sabía que había un botón ahí, sólo estaba comprobando vuestra capacidad de reacción ante situaciones adversas...

A todos debió hacerle mucha gracia la cara de estúpida que se me había quedado y mis palabras, porque pronto empezaron a reírse. De verdad, no sabían mantener la seriedad ni en las situaciones que más la requerían.

—Vale, ya ha pasado —calmó Sarah a la multitud al mismo tiempo que se limpiaba las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos—. Ahora hagamos lo que hemos venido a hacer y que sea lo que tenga que ser.

Un chillido nos hizo detenernos. El harkad nos estaba gritando.

—Vamos a entrar, lo quieras o no —anunció Lisa.

Dio botes de un lado a otro a la vez que soltaba gritos de exasperación. Después, se marchó no sin antes volver a gritar.

—¿Pero qué diablos le pasa?

—Que ese bicho traidor sabe lo que oculta —respondí recordando que con un poco de azúcar ese bicho asqueroso hacía lo que le pidiesen— En fin, sigamos.

Entramos con las espaldas unas pegadas a otras. Sólo nos faltaban las antorchas, la vestimenta adecuada y cientos de ojos observándonos desde la oscuridad para ser como los exploradores en una pirámide que acabarían muertos al final del día de una película barata.

Sintiendo el ridículo de la situación, fui la primera en separarme del pelotón. ¡Por el amor de Dios! Era un maldito cuarto más de la habitación, no saldría ningún bicho mutante o un faraón momificado con sed de sangre y venganza.

No recordaba haber estado allí jamás, aunque claro, podría ser alguno de los pocos recuerdos que se quedarían encerrados en mi mente para siempre.

Había recuperado la mayoría de mis recuerdos hacía ya varios meses, pero seguía sin recordar nada antes de haber encontrado a Devian. Era como si no hubiese existido antes, como si hubiese nacido en aquel momento, sin padres, sin familia, sin memoria. Sólo con un nombre, un destino y un chico que estaba tan roto que amenazaba con herir a cualquiera que intentase componerlo de nuevo. Pero a pesar de que estuviese roto, había sido lo suficientemente fuerte para tratar de rehacer otro rompecabezas deshecho.

Examinamos la habitación de pies a cabeza, rebuscando en todos los muebles, todos los armarios, todos los cajones y todos los papeles que encontramos; pero no había nada que levantase sospechas, es más, era un lugar de lo más normal, sin nada que indicase que estuviese a cargo de cinco ángeles.

—¿Habéis encontrado algo de interés? —pregunté con la esperanza de que hubiesen encontrado lo que estábamos buscando.

Kath se frotó la frente.

—Lo más "interesante" que hay es que se ha atrasado en el pago de la luz un mes —comentó haciendo aspavientos al pronunciar interesante.

Quizás lo hubiésemos juzgado antes de tiempo. ¿Por qué iba estar ocultándonos algo?

—Podemos mirar en su cuarto, allí quizás sí encontremos algo...

Sólo nos faltaba por rebuscar en la mesita de noche. Si no había nada allí dentro todas nuestras teorías sobre una conspiración en nuestro propio hogar se habrían ido al garete.

Rodeamos la mesita de noche y estiré el brazo para abrirla. Se produjo un ruido hueco al deslizar el cajón.

No había nada, sólo libros y más libros. Nada sospechoso. Aun así, decidimos echarle un vistazo a los libros. Cada uno cogió uno.

—¡Vaya! —exclamé.

—¿Qué has encontrado? —preguntaron al unísono.

—¡Este libro está firmado por el mismísimo Charles Bukowski!

—¡Céntrate en lo que estamos! —Y a modo de advertencia, Lisa me lanzó el libro que tenía entre sus manos a la cara.

Este se abrió por una página que tenía una foto a modo de marca páginas.

Alguien se adelantó a cogerla.

—La leche —exclamó Devian con los ojos a punto de salir de sus órbitas.

Katherine le arrebató la fotografía de las manos.

—¿Qué ocurre? Oh, parece la familia de Alban —dijo posando el dedo sobre alguien en la foto—. Madre mía, en esta foto está muchísimo más joven, debe ser muy antigua. Además, tiene el pelo castaño... Espera, ¿no se suponía que era albino? —Movió el dedo hasta detenerse en otro punto—. Esta debe ser Jocelyn... Vaya, era hermosa... En esta imagen tiene el pelo negro y los ojos claros... —Continuó deslizando el dedo—. Hay un niño con unas gafas de sol y dos niñas, pero a una de ellas no se le ve el rostro porque está de espaldas. Estos deben ser los hijos de los que ha hablado esta madrugada. Deben estar muertos.

El chico que había exclamado al encontrar la foto, respiró varias veces antes de decir:

—No, no están muertos. Al menos, uno de ellos no lo está.

Fue pasando la imagen, uno a uno, pero todos se quedan con el ceño fruncido, sin comprender por qué ha dicho que esas criaturas no habían muerto.

El corazón me latía con tanta fuerza que sentía que en cualquier momento estallaría en mil pedazos.

Llegó mi turno para verla. Devian me agarró con fuerza por los hombros, temiendo mi reacción. Y habría sido lo correcto que me hubiese agarrado, porque me echaría a correr, como tantas veces lo había hecho. Pero estaba congelada de pies a cabeza, no era capaz de mover ni un solo músculo.

Había visto aquella imagen una vez, pero se había quedado grabada en mi cabeza. Cuando habíamos visitado aquella ciudad fantasma de ángeles habíamos entrado en una casa que resaltaba sobre las demás, porque al contrario del resto de la ciudad, no reinaba un orden sepulcral, es más, estaba en ruinas. Pero entre aquellas ruinas había encontrado una fotografía clareada por el sol. Era una imagen exactamente igual a la que tenía ahora en mis manos. Alban había vivido en la ciudad, con una familia que jamás había mencionado, pero lo que más me asustaba no era la evidencia de que nos ocultaba más cosas de las que creíamos...

—¿Alguien me puede explicar que rayos ocurre y por qué tienes cara de funeral? —preguntó Sarah exasperada.

Le tendí la imagen para que la observase con más detenimiento.

—Fíjate en la niña a la que se le ve la cara.

Al fin se dio cuenta y sus ojos se abrieron como platos sin levantar la vista de mí.

—Creo... creo que Alban nos ha mentido, creo que se ha inventado toda esa patraña del Protector. Él es un ángel de la ciudad fantasma... Y yo soy su hija —afirmé llevándome las manos a la cara.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora