9.1 Reiniciación.

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Una patada se dirigió a mí con avidez impactando en mi mentón. Me llevé la mano al lugar del impacto y lo miré con rabia, resentida. Sonrió con crueldad sin detenerse más a observar cómo evitaba disimular el dolor. Un nuevo impacto se aproximaba, me agaché con rapidez y por una milésima de segundo logré esquivar el puño que venía dirigido hacia mi estómago. Agarré ese mismo puño, retorcí su brazo y, antes de que mi contrincante fuese capaz de reaccionar, logré colocarlo detrás de su espalda. Lo tiré al suelo con fuerza bruta y me coloqué sobre él para que no tuviese oportunidad de seguir peleando. Devian gimió de dolor, pero se mantenía firme, al igual que lo había hecho yo durante los últimos días, intentaba disimular el daño que le estaba haciendo, por lo visto, tenía apego a su ahora débil orgullo. Las comisuras de mis labios se alzaron, formando una sonrisa de victoria, aquel momento compensaba todos los golpes que había recibido de él. Se empezó a retorcer debajo de mi pequeño cuerpo, pero no se logró zafar de mí. Aún no aflojaría la llave que había hecho, quería disfrutar un poco más de aquel agradable momento, viendo como Devian apretaba la mandíbula, como tenía los ojos medio cerrados, como tenía la cara de un color semejante al azul, como respiraba tan apresuradamente.

—¿Qué se siente al haber sido derrotado por una chica? —pregunté con maldad, a la vez que con mis manos presionaba su cara contra el suelo.

Unas profundas carcajadas salieron de su aplastado cuerpo. Me sentía desconcertada, ¿qué era lo que le hacía tanta gracia?, tenía la cara aplastada contra el suelo y le estaba haciendo daño. Pronto lo comprendí, pronto comprendí por qué se estaba riendo de aquel modo. Empezó a removerse con más fuerza que antes, esta vez sí que logró deshacerse de mí. Casi sin ser consciente de ello, se giró, me agarró por los brazos y se puso encima de mí para inmovilizarme. No me gustaba haber perdido aquello. Se inclinó hacia mi cara, cada vez estaba más cerca.

—Recuerda esto: nunca has vencido hasta que tu enemigo ruega clemencia —me susurró al oído, respirando en mi cuello—. Yo gano. Otra vez —dijo esta vez en alto.

Rodé los ojos. Se levantó y me tendió una mano para ayudarme levantar. La ignoré, estaba enfadada, había herido mi orgullo. ¿Tanto le costaba dejarme ganar aunque fuese de vez en cuando? Perder en el último momento había sido como quitarle el caramelo a un niño.

Me recosté sobre las colchonetas de la sala de entrenamiento. ¡Una casa con una sala de entrenamientos! Disponía de cualquier objeto que pudieses imaginar para la lucha cuerpo a cuerpo. La sala era demasiado tétrica, estaba poco iluminada y la poca luz que llegaba provenía de unas antorchas distribuidas estratégicamente por la pared de piedra. Por si fuera poco, aquella habitación estaba bajo tierra y la puerta estaba hecha de barrotes de acero lo que le daba aspecto de ser una mazmorra medieval. Estaba dividida en tres partes bien diferenciadas. En la primera parte se situaban las armas para la lucha, había desde cuchillos, dagas, espadas, lanzas, arcos, flechas, hasta armas de fuego; todas estas expuestas en tablones colgados de la pared. En la segunda zona había varias colchonetas dispuestas a lo largo del suelo unas pegadas a otras a modo de ring. La última parte era la que menos encajaba en aquel lugar tan siniestro, un pequeño vestuario con duchas propias, era evidente que la instalación era para más de dos personas. Se notaba que todo aquello había sido construido bastantes años atrás, las colchonetas estaba carcomidas, los barrotes de la puerta estaban oxidados, no había ni el primer enchufe, las duchas solo echaban agua fría, las tuberías hacían ruidos extraños...

Se comenzaron a oír pasos rebotando en las paredes. Alguien que estaba bajando las escaleras. Alban apareció sonriendo de oreja a oreja con un paquete debajo del brazo. Me acerqué con curiosidad. ¿Qué había en aquel paquete y por qué le producía tanta felicidad?

—¿Qué tienes ahí? —pregunté mientras deshacía la cola de caballo que me había hecho con anterioridad.

—Oh, esto —hizo una pausa para quitarse la sonrisa tonta que llevaba encima—, es una nueva arma que llevaba muchos meses detrás de ella.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora