17.1 Hasta los ángeles se equivocan.

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Nos quedamos bajo la lluvia, sin hablar, sin decir nada, limitándonos a mirarnos. Tragué saliva sonoramente. Todavía estaba repitiendo en mi mente cada una de las palabras que acababa de decir. A mí me está pasando lo mismo. Y quizás no seas la persona indicada, quizás no seas la persona correcta, pero a pesar de todo… A pesar de todo, quiero correr el riesgo y averiguarlo.

Agarró delicadamente mis mejillas entre sus manos, dirigiendo su vista hacia mis labios. Se me hizo un nudo en la garganta al mismo tiempo que sus pupilas se dilataban hasta tal punto que apenas se distinguía su iris color avellana. Ahora era cuando la protagonista de la película romántica dejaba que el chico le diese un bonito y memorable beso en los labios, bajo la lluvia. Pero esto no era ninguna película romántica, ni yo su estúpida protagonista, fue por eso por lo que comencé a correr, alejándome lo más rápido posible de él.

—Correr no te alejará eternamente de los problemas o decisiones —susurró lo suficientemente alto para que lo escuchase, ya que esa era su intención.

Posiblemente tuviese razón, pero en aquel instante era lo mejor que se me ocurría hacer. Correr. Me ayudaba a pensar, era mejor que dormir tras un día agotador. Corría más rápido que nadie, de hecho, había ganado varias competiciones de atletismo sin esfuerzo.

Llegué a La Isla sin aliento, aún más empapada, si era posible, con los nudillos todavía sangrando y con varios rasguños en la cara recién adquiridos tras rascarme con los arbustos que la separaban del mundo.

Observé como las gotas de lluvia deformaban mi rostro reflejado en la turbia agua del pequeño lago. De nuevo, tenía el rostro demacrado por unas profundas ojeras; los exámenes y las últimas pesadillas habían acabado conmigo.

Suspiré pesadamente. Mi reacción al huir no había sido lógica, en realidad, nada de lo que había hecho en todo el día había sido lógico. Me había comportado como una demente. Por si no fuese poco, lo que me había dicho me estaba haciendo devanar el seso. ¿Qué pasaba si tenía razón? ¿Qué pasaba si estaba empezando a sentir cosas por él? Tal vez sí lo estaba haciendo. Tal vez por eso me había puesto de tan mal humor cuando los había visto juntos. Tal vez por eso no había hecho ademán de separarme de él cuando me había intentado besar en el instituto. Tal vez por eso, en ocasiones, cuando estaba con él me sentía completamente feliz.

Pero, ¿por qué él? Nos conocíamos desde críos, éramos como hermanos separados al nacer, o eso creía. Habíamos sido muy buenos amigos, mejores amigos incluso, inseparables. Pero nunca habíamos sentido más allá de una gran amistad. Al menos yo no. Yo no.

¿Por qué yo? ¿Por qué se había fijado en mí? Él podría conseguir cualquier chica. Cualquier chica mil veces más hermosa de lo que era yo. Todas ellas ahogaban suspiros cuando pasaba por el pasillo del instituto, caminando con la cabeza alta, balanceando sus brazos con gracia. Cualquier chica hubiera aceptado salir con él; era guapo y que estuviese solo la mayoría del tiempo hacía que tuviese una especie de aura de misterio a su alrededor. En cambio, yo no era hermosa, al menos no en el modo que lo eran ellas. Era muy baja, con el rostro surcado por pecas que nunca me habían gustado demasiado, tenía el pelo moreno y los ojos verdes. Quizás mis ojos era lo único que me gustaba de todo mi cuerpo. Mientras ellas se contoneaban con sus tacones de infarto, yo apenas era capaz de sostenerme en pie con mis zapatillas planas. Mientras ellas vestían minifaldas ajustadas, yo vestía vaqueros. Mientras ellas llevaban camisetas ajustadas marcando pecho, yo adoraba los jerséis o sudaderas flojos. Mientras ellas se embadurnaban la cara con maquillaje, todos los días, yo apenas me echaba rímel muy de vez en cuando. Ellas eran bellas. Yo no.

Nunca le había hecho caso a todas las veces que Sarah, Stella o Lisa habían bromeado que Devian era el amor de mi vida, nunca le había dado importancia a esos comentarios, ya que hasta el momento no había creído que eso fuese cierto. Me sentía muy confundida, no estaba segura de nada de lo que sentía. Bueno, sí estaba segura de que sentía que me moriría de hipotermia como no regresase pronto a casa para darme una ducha de agua caliente.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora