35. Purgatorio

1.3K 138 17
                                    

Estábamos en la sala de entrenamientos a la hora acordada, esperando por Alban, ya que traía noticias frescas según nos había comunicado por teléfono hacía un par de horas, cuando había salido a "investigar". Aunque ahora, sabía de sobra que con investigar se refería a buscar a nuestra familia. No quería hacerle daño, pero pensaba que era inútil seguir buscando, había malgastado demasiado tiempo de su vida buscando en vano, y ahora, que cada vez el final estaba más cerca, el tiempo era el bien más preciado del que disponíamos, casi tanto como la esperanza, a pesar de que a cada momento se resquebrajaba un poco más.

Tras media hora de tardanza, oímos unos pasos pesados, aunque acelerados, bajar por las escaleras.

Pronto apareció con su rostro sudoroso y enrojecido del esfuerzo de transportar un extraño artilugio que llevaba entre sus brazos. Nos acercamos para ayudarlo a depositar dicho objeto en el suelo.

—¿Qué demonios se supone que es esta cosa? —preguntó Katherine toqueteando todos los botones que encontraba.

Ante la mirada de alerta de Alban, se detuvo. Este, hizo un gesto con la mano para que esperásemos a que recuperara el aliento.

—¿Qué es esto? —preguntó Devian impacientado.

—Lo he encontrado en Iris.

Antes de seguir explicando dónde lo había encontrado, tuvo que explicarles que era Iris, y un pequeño resumen de todo de lo que me había contado a mí la semana anterior, ya que no había tenido ánimos ni tiempo para hacerlo.

—Veréis, no tengo muy claro todavía como funciona, pero trataré de haceros una pequeña demostración.

Dicho esto, se acercó de nuevo a lo que tenía aspecto de ser la torre de un ordenador sin carcasa, muy antiguo y exageradamente grande. Comenzó a mover cables de un lado para otro, pulsar botones que se iluminaban al contacto y pronunciar palabras en latín cerca de este aparato, como si pudiese entenderlo.

Este hizo un click metálico, Alban se apartó para mantener una distancia de seguridad por lo que pudiese ocurrir. Los seis observábamos todas las luces parpadeando, expectantes a la espera de que sucediese algo. Tras varios minutos manteniendo el aliento y aumentando considerablemente nuestras dudas de que fuese suceder algo, mi padre se decidió a hablar:

—Vaya, tal vez lo haya programado mal... —se disculpó a la vez que se aproximaba de nuevo.

—O tal vez esté roto —sopesó Sarah, exasperada por la tardanza.

En ese instante, una luz tan blanca que hacía que fuese incapaz de mantener los párpados abiertos, inundó la estancia. Era tan fuerte, que no bastaba con tener los ojos cerrados, sino que tenía que mantener ambas manos colocadas sobre ellos.

—¿Qué está pasando? —exclamé.

Nadie me respondió, o al menos, no alcancé a escuchar la respuesta. Mis gritos o cualquier otro insignificante sonido se veían ahogados por un estruendo similar a la de una turbina de un avión a punto de despegar. Mis manos pasaron de mis ojos, a mis oídos; no estaba segura de cuál de las dos sensaciones era más horrible: si estar a punto de quedarse ciega o sorda.

De repente, como si mi cuerpo fuese una masa efervescente, comencé a flotar. Notaba burbujas llenas de aire moviéndose dentro de mí, subiendo y bajando. Habría disfrutado de aquella sensación si no fuese porque notaba que las burbujas estallaban, hasta reducirse a la nada, para después caer al vacío.

No sabría decir durante cuánto tiempo sentí que estaba descendiendo, podrían haber sido segundos, minutos u horas. Semejaba que el tiempo se detenía o que al menos, ya no tenía valor. Habría intentado moverme, o gritar, o intentar detener todo, pero no conseguía mover ningún músculo, ni ver, ni oír. Sólo poseía dos cosas, un conocimiento y un temor: sabía que me estaba desplomando y que tarde o temprano acabaría estrellándome a tal velocidad que acabaría hecha papilla. Y lo peor era que por alguna razón que no comprendía, me daba igual.

—¡Eh, chicos! Se está despertando —llegó hasta mis oídos.

Parpadeé hasta que mis pupilas lograron adaptarse a la claridad. Notaba todos mis músculos magullados y los huesos como si estuviesen a punto de fracturarse en miles de pedazos. Puede que sí fuese cierto que nos hubiésemos precipitado y nos acabásemos de estampar contra la superficie.

Traté de reincorporarme con la ayuda de Devian, pero mis piernas se había negado a funcionar y sostener mi peso, así que una vez que me soltó, lo que impidió que sintiese más dolor del que ya sentía, fueron mis manos que frenaron la caída. Mi mano derecha topó con algo húmedo, lo que era imposible porque lo que estaba tocando era una superficie mate y blanca. Presioné con más fuerza hasta que esta desapareció bajo un manto blanco viscoso.

¿Pero qué...?

Dirigí mi mirada hacia los demás ángeles y pude ver proyectado en su rostro el mismo terror que debía estar transmitiendo yo. Aunque todos estábamos asustados, Lisa parecía que estaba a punto de desfallecer cuando soltó con voz oscura:

—Bienvenidos al purgatorio.

No podría haber acertado mejor con sus palabras. La claridad, aunque menos intensa que cuando Alban había activado el cachivache del demonio, seguía quemando en las pupilas. Además, un blanco sepulcral lo bañaba todo. Pero que diese la sensación de que no había paredes, o casi me atrevería a decir, que no las había, era lo que más asustaba. Inclusive podría haber jurado que aun corriendo kilómetros y kilómetros en cualquiera dirección no habría encontrado ningún obstáculo.

Así es como me hubiese imaginado un purgatorio, sin embargo me hubiese esperado más pecadores esperando a ser perdonados y llevados al cielo.

La diferencia es que nosotros no estábamos esperando a ser perdonados, sino reprimidos; ni llevados al cielo, ya que en caso de que existiese, de lo que tenía mis dudas, nos habríamos caído de él una vez más.

—Diago sabría lo que tendríamos que hacer —se lamentó Katherine. Desde que había revelado su gran secreto, o más bien, nuestro gran secreto, los chicos le llamaban por su nombre real.

Alban...

—¿Dónde está Alban?

¿Cómo no nos habíamos dado cuenta de que no estaba con nosotros? Grité su nombre e incluso corrí unos cuantos metros antes de volver a desplomarme en el suelo como un pájaro al que un cazador le ha disparado sin piedad.

—¡Maldita sea! ¿Por qué no consigo caminar? —Estaba levantándome de nuevo, sintiendo un dolor atroz en la columna vertebral, cuando los demás llegaron corriendo sin aliento hasta mí y me obligaron a quedar en el suelo—. ¡Pero... Alban! ¡No sabemos dónde está! ¡Podría estar en peligro!

No me rendía, no conseguía mantenerme en pie, pero me levantaba una y otra vez, hasta que Devian me cogió en volandas.

—Ya está bien, Roxy —me reprendió Devian exasperado—. ¿No ves que tus piernas no responden? —Le gruñí—. Seguro que está bien, lo que quiera que nos haya pasado, casi podría jurar que a él no.

Los demás asintieron.

—¿Estáis seguros?

—Vamos, es lo más probable... —evaluó Katherine.

—Si te das cuenta, lo malo y lo fuera de lo común sólo nos pasa a nosotros —Sarah, no tienes ni la menor idea del sufrimiento que ha pasado mi padre— Además, igual estamos aquí por toda esa patraña de los Siete de Plata... Tendría sentido.

Acepté su planteamiento, por una vez.

—Entonces, tenemos que buscar la manera de salir de aquí.

...........

Ahora sí, es definitivo, ¡estoy de vuelta! 

Espero que me digáis que os ha parecido este capítulo. Aunque sé que no es de los mejores, a partir de ahora (por ejemplo, el siguiente capítulo) habrá sorpresas.

Trataré de actualizar al menos una vez a la semana (supongo que domingo).

Para los que también sigáis mi otra historia, El baúl secreto de Caos, también trataré de actualizarla una vez a la semana. Mañana publicaré un nuevo capítulo.

¡Un saludo muy fuerte! 

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora