21.1 Corriendo bajo la lluvia.

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Narra Devian.

Los meses pasaron del mismo modo en el que las olas rompen contra las rocas. Rápido, sin revuelos, con imperturbabilidad, efímeramente. Sin posibilidad de que hubiese un día igual al anterior. Sucedieron cosas malas, también buenas, pero nada cambió radicalmente. Todo seguía prácticamente igual. Seguíamos teniendo la esperanza de encontrar a los ángeles que faltaba, aun sabiendo que podrían estar en cualquier lugar del planeta. Alban se negaba a que lo ayudáramos en la búsqueda. Las alas de Roxy todavía no habían nacido, lo que hacía que cada vez estuviese de peor humor; pero a cambio, había recordado todo lo que sabía desde que nos conocimos con apenas ocho años. Sarah continuaba llorando por las noches por la pérdida de su familia cuando creía que nadie la estaba escuchando. Lisa no soportaba la idea de no estar buscando ángeles como lo había hecho todos los años anteriores, pero finalmente se había resignado. Yo seguía sintiendo un vacío dentro de mí, cada vez más profundo. No me sentía completo del todo, quizás fuese porque sentía que no estaba haciendo nada de utilidad con mi vida o aunque sonora ridículo, porque después de haber besado a Roxy hicimos como si no hubiese pasado nada, como si hubiésemos olvidado nuestras palabras.

Estuve recostado sobre el capó del Chrysler durante un buen rato. Estaba en el mirador sintiéndome poderoso, teniendo la ciudad a mis pies. Hacía calor así que la camiseta se me pegaba a la húmeda espalda. La brisa de aire levantaba mucho polvo y además, alborotaba mi pelo rebelde. El sol me cegaba traicioneramente, pero me reconfortaba el contacto con mi piel. Cerré los ojos para dejarme invadir por las sensaciones que recorrían mi cuerpo.

En apenas dos días sería el baile de fin de curso y el viaje a Nueva York. Suspiré pesadamente con los ojos cerrados. Nunca había ido a un baile, me parecían de muy mal gusto. Cientos de parejas bailando pegados al son de una música la cual nadie recordaría al día siguiente debido a la borrachera que cogerían por el alcohol que habían colado en el ponche. Otros tantos marginados en una esquina de la pista del baile, sentados en una silla plegable, vestidos de traje, sin pareja, con ponche sin alcohol en un vaso de plástico entre las manos, mirándolos a todos como si fuesen los seres más abominables del mundo. Pero esta vez sería la excepción. Iría al baile, con ella. La arrastraría si hacía falta, pero la llevaría al baile por mucho que me costase. Ya estaba bien de hacer como si nunca hubiese pasado nada.

Me quedé en el mirador hasta el atardecer, viendo como el sol se fundía con los edificios que reflejaban sus rayos anaranjados. El horizonte se convirtió en una explosión de colores violáceos, mientras que las pocas nubes que poblaban el cielo se transforman en algodón de azúcar de color rosa.  ¿Algodón de azúcar de color rosa? Dios, estoy comenzando a pensar como una chica. Después, volví a casa.

Las chicas se estaban volviendo locas haciendo las maletas para Nueva York, a pesar de que todavía quedaban un par de días. Llevaban más de una cansina semana hablando sobre qué llevar y qué no llevar. En ocasiones vivir rodeado de mujeres podía llegar a ser horrible. Yo también estaba emocionado por el viaje, pero a diferencia de ellas sabía disimularlo. Después estaba  el baile, que las tenía todavía más histéricas (en realidad solo a Lisa y Sarah, ya que Roxy se negaba a ir), a pesar de que iban a ir solas.

Golpeé dos veces la puerta de la habitación de Lisa para hablar con ella. Esta corrió de un lado de la habitación a otro, supuse que recogiendo el desastre que tenía dentro, para después abrirme la puerta. Asomó la cabeza por la puerta, tímidamente, para no dejarme ver lo que había dentro.

—Necesito tu ayuda —dije a la vez que ella me dirigió una mirada recorriendo mi cuerpo de arriba abajo.

Me miró, formando una pequeña arruga entre las cejas, esperando a que siguiera hablando.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora