15.2 Alas de hielo.

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Me desperté poco a poco, tras dormir lo que parecieron al menos dos siglos. Sarah apoyaba sus manos a ambos lados de mi cabeza mientras me observaba con ojos de loca. Su rostro estaba a unos cuantos centímetros del mío y su cabello me hacía cosquillas en las mejillas.

—¡Ah! —grité—. ¿¡Es que no existe la privacidad en esta casa!?

Ignoró mi protesta por completo. Se arrodilló en el colchón dando pequeños botes de alegría.

—¡Despierta de una vez! ¡Hoy es un día muy muy importante para todos nosotros! —chilló emocionada—. ¡A Dev le están creciendo las alas!

Bajé al piso de abajo con calma, todavía con el pijama puesto. Espera, ¿desde cuándo tenía un pijama puesto? ¿Me habían desnudado en mi inconsciencia? Sería mejor no saberlo, no quería saber la respuesta. Me dirigí hacia la cocina para desayunar unas tostadas con mantequilla y un vaso pequeño de zumo de naranja. Saludé a Lisa, que estaba leyendo las noticias en el periódico con una mirada de odio. No mencionó nada sobre lo que estaba leyendo, pero supuse que tendría relación con algún desastre causado por el ser humano contra el medio ambiente, se preocupaba mucho por el tema y siempre tenía la misma expresión de odio para eso. Sarah apareció con sus apuntes de historia en las manos, en breve tendría un examen que sería de una importancia vital para la nota global del trimestre.

Parecía ser que ambas se estaban adaptando bien a los cambios, a pesar de que no había pasado ni un día, me alegraba sinceramente por ellas.

Sarah estaba repasando por tercera vez sus apuntes sobre la Revolución francesa, Lisa iba por el undécimo gruñido de descontento y yo iba por la tercera tostada engullida cuando comenzamos a escuchar bramidos. Se miraron entre ellas, después me miraron a mí, pero continuaron con lo suyo como si no hubiesen oído nada. Alcé una ceja, interrogándolas, pero no se dignaron a responderme. Tendría que averiguarlo por mí misma, aunque sospechaba de quien podían provenir esos gritos.

Me dirigía hacia la sala de entrenamientos siguiendo los ecos de los gritos, cuando Alban apareció de la nada para detenerme.

—Será mejor que te quedes aquí arriba. Los ángeles suelen acabar con todo lo que pasa a su lado cuando les están creciendo las alas. Es como si no fuesen dueños de sus actos, como si algo maligno los poseyese. —Se rascó la nariz—. Posiblemente se comporten así por lo que duele, de ahí que grite tanto.

Seguí caminando, sin tener en cuenta su curiosa advertencia. No me gustaba oírlo gritar de aquel modo. Cuando llegué al portal que separaba la sala de entrenamientos con el resto de la casa, pude comprobar que estaba cerrada con llave. Otra vez de la nada, Alban apareció para tenderme la llave y advertirme de nuevo sobre lo que estaba a punto de hacer. Me pregunté cuan peligroso sería como para tenerlo encerrado con llave.

Giré la llave sobre la cerradura, haciendo de tripas corazón. Lo vi en el medio de lo que se suponía que era el ring de lucha, de rodillas, con la cabeza baja. Tenía la frente y parte del cabello empapado de sudor. Llevaba sus pantalones vaqueros ajustados como única prenda. No tenía puestos las deportivas azules que solía poner con esos pantalones, ni siquiera tenía calcetines. Tampoco llevaba camiseta encima. Me aproximé a él con sigilo, evitando que se percatase de mi presencia. Tenía la parte superior del torso surcado por pequeñas líneas negras, de formas desiguales, semejantes a las venas. Cada vez que expiraba, las líneas desaparecían, para volver a aparecer de nuevo cuando inspiraba. Su respiración era entrecortada, agitada, intranquila. Me arrodillé a su lado, aunque a una prudente distancia, no olvidaría con facilidad lo que había dicho Alban de lo peligrosos que podían llegar a ser, aunque en aquel instante estaba tan exhausto que parecía demasiado indefenso.

Todavía con la cabeza baja, comenzó a gritar. Su abdomen se convulsionaba. Las venas de su cuello se marcaban mucho más de lo normal, incluso sobresalían un poco. Las líneas del torso se volvían más negras a cada paso. De sus ojos apretados con fuerza salían lágrimas.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora