8.1 Última vida.

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—Parece que te ha atropellado un tren, sin ánimo de ofender —dijo Lisa tendiéndome un vaso enorme de café—. ¿Qué has estado haciendo esta noche?

Todos los que estaban sentados en la misma mesa que nosotras nos miraban divertidos, alternando su vista entre la una a la otra, esperando por mi respuesta.

—He estado estudiando toda la noche para el examen de Historia —mentí.

Lo que había estado haciendo realmente durante las últimas dos semanas habías sido pensar en que iba a hacer con mi vida a partir de ahora. Seguía sin encontrar la respuesta correcta. Ninguna de las posibilidades que me rondaban por la cabeza me convencía lo suficiente. Por eso, era incapaz de pegar ojo por la noche. Pero no le podía decir eso a ninguno de ellos.

La respuesta no pareció complacerles de todo, por lo que dirigieron de nuevo toda su atención al almuerzo que tenían delante de ellos. Leo y David, su mejor amigo y mejor jugador de fútbol del instituto, devoraban el almuerzo sin respirar entre un cada bocado; Sarah, Lisa y Stella (mi compañera en clase de Francés), observaban distraídas su almuerzo, sin duda la comida del comedor para las personas que tuviesen sentido del gusto, a diferencia de los dos chicos que comían lo que le pusiesen en el plato, era la comida menos comestible que podría haber en la superficie de la Tierra. Devian me observaba con una mirada indescifrable desde la mesa de al lado, yo le enviaba frívolas miradas para que dejase de observarme de aquel modo que tanto me incomodaba.

—¿Qué tal lleváis lo del baile? —preguntó David con la boca llena, escupiendo pequeños trozos de comida sobre la mesa.

No era lo que se decía una persona sofisticada, pero no se podía esperar mucho de un chico que la mayoría del tiempo pensaba en cómo aumentar su masa muscular, estrategias de fútbol y en chicas.

—Si consideras que haber ensayado durante veinte minutos con el cateto de James Doe es un gran progreso, pues sí, lo llevamos muy bien —dijo Stella sin mostrar demasiado interés por el asunto— ¡Tropieza con sus propios pies! Jamás aprobaré educación física bailando con él, es demasiado torpe. —Estaba bastante claro que no le gustaba nada su pareja—. ¿Y vosotros?

—Nosotros casi hemos acabado la coreografía —dijo Leo mirando a Lisa, su pareja de baile—. Además, creo que Lisa se está enamorando locamente de mí —dijo poniendo voz de seductor. Lisa alzó las cejas sorprendida, arrancó un folio de la libreta que tenía en sus manos, lo estrujó en una bola. Se lo lanzó a la frente con fuerza. Recogió sus cosas rápido, se levantó indignada y al pasar por su lado le dio una colleja—. ¡Ay! No me pegues. Que era una broma. En serio, no te vayas —le suplicó—. No sé por qué se enfada así conmigo—dijo, dirigiéndose a nosotros—, sabe que lo digo de broma.

—A lo mejor es que es cierto. No lo querrá admitir, por eso se pone así —contempló Stella, llevándose el índice al mentón.

Noté como Sarah se movía nerviosa. Ella debía saber la verdad.

Leo apretó los labios para evitar sonreír. Todos nos reímos de su reacción.

Ya en clase, escuchando los aburridos monólogos del profesor alguien llamó a la puerta. Al abrir la puerta, apareció el director y con él un horrible olor a huevos podridos inundó el aula. ¿Por qué olía tan mal?

—¿Quién de vosotros ha puesto la bomba fétida en el baño de los chicos? —preguntó el director, mientras sujetaba un pañuelo con cuadros delante de su nariz para evitar oler aquel hedor.

—¿Por qué tiene que estar el culpable en esta clase? —apuntó Sam Levinson desde la parte delantera.

El director dirigió la vista hacia la parte trasera, para ser exactos, la mesa que estaba a mi derecha. El chico empezó a revolverse nervioso en su asiento.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora