13.2 Una noche en la feria del terror.

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—Por favor, este no es muy buen momento. ¿Cómo hemos llegado aquí? —Respiraba muy rápido, estaba muy alterada. La pregunta había sonado muy forzada, intentaba parecer desorientada, pero no lo conseguía—. No sé dónde está Sarah. Necesito encontrarla con urgencia.

—Te ayudo a buscarla.

—¡No! —clamó. Retrocedí asustada—. Lo siento, no. No vengas conmigo, por favor.

Desapareció de mi vista antes de que tuviese tiempo a replicar.

De acuerdo, tal vez Devian tuviese razón, pero nadie podría asegurar que clase de ángel era.

Lo encontré tirado en el suelo. Estaba inconsciente y tenía magulladuras por todo el cuerpo. Ya llevaba allí un buen rato, ya que tenía la ropa y el pelo empapados y la nieve que lo rodeaba esta derretida.

Me arrodillé junto a él y puse mi oreja sobre su pecho. Su corazón no latía o por lo menos, era incapaz de oírlo.

Los ojos me escocían como nunca antes y la cabeza me dolía de aguantar las lágrimas que luchaban por salir. Me mordí el labio inferior con tanta fuerza que pronto noté un sabor metálico en la boca.

No lloraría porque no había motivos para llorar. Devian no había muerto. No permitiría que muriese bajo ningún concepto. Intentaría reanimarlo, que decía, lo reanimaría aunque la vida se me fuese en ello.

Puse una mano sobre otra y comencé a presionar su pecho repetidas veces.

—Vamos, idiota. —Seguí presionando su pecho sin descanso—. No puedes dejarme sola, no te lo permito, es más, te lo prohíbo.

Probaría a hacerle el boca a boca si era necesario. Me acerqué a sus labios precipitadamente, pero me detuve unos milímetros antes de rozarlos. Mi corazón latía desbocado tal y como debería latir el suyo. Me estaba poniendo nerviosa. Era imbécil… Cerré los ojos como si no quisiese ver lo que estaba a punto de hacer.

—¿Ha sido cosa mía o me has llamado idiota? —preguntó una voz débil debajo de mí.

Abrí los ojos de golpe. Devian me estaba observando, con una sonrisa triste en los labios. ¿Estaba vivo? ¿Lo había reanimado presionando el pecho?

—Eres el ser más detestable que he conocido en toda mi vida —dije, intentando recuperarme de todo lo que acababa de pasar.

—Roxy, los ángeles somos muy duros de matar, por no decir imposible —dijo, apoyándose sobre su codo.

—No te soporto —dije amenazándolo con la mirada.

—Si no me equivoco, hace solo apenas unos segundos dijiste: no puedes dejarse sola, no te lo permito, es más, te lo prohíbo —dijo intentando imitar mi voz.

—Yo no he dicho eso. —Alzó una ceja, interrogándome—. No hubiera dicho eso si no te hubieses hecho el muerto —concedí, asestándole un frágil puñetazo en el estómago.

Sonrió complacido. Para él, aquellas palabras eran más que suficientes para elevar un poco más su ya enorme ego. Me reincorporé lentamente.

—¿Qué te ha pasado? —pregunté al fin.

Su rostro ensombreció visiblemente.

—Hay ángeles de fuego por aquí.

Empecé a delirar:

—Estamos acabados. Nos matarán a todos. Es nuestro fin. No he hecho nada en este vida que sea digno de mención y hoy voy a morir en manos de unos seres repelentes con alas —dije atropellándome al hablar.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora