16.3 Tic-tac boom.

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Estaba sentada en el sillón de mi habitación mirando al techo, ensimismada en mis pensamientos. Algo cayó de mi mesita de noche, con un fuerte ruido. Me acerqué a recogerlo. Mi diario. Lo sostuve un buen rato en las manos sin saber muy bien qué hacer con él. Finalmente, decidí echarle un vistazo e incluso dibujar algo en él, por lo que busqué un lápiz en uno de los cajones de la mesita de noche. Pasé la mano por encima de las letras que ponían mi nombre. Al abrirlo, un olor a tinta inundó mis sentidos. Habían sido muchas cosas las que había escrito. Muchos engaños. Pasé todas las páginas, una a una. De cada página que pasaba, leía un trozo de lo que había escrito, sintiéndome irremediablemente necia. La mitad de lo que había escrito eran experiencias que jamás había experimentado, la otra mitad eran comentarios estúpidos. Había decidido no volver a escribir hasta que recordase todo, por lo que no había escrito desde hacía bastante tiempo. Las últimas dos entradas eran dibujos. Un gorrión con la cabeza girada con curiosidad, que había dibujado a carboncillo hacía dos meses y unos ojos rojos, los ojos del chico de la pesadilla de Lisa. Me puse a dibujar en una página en blanco, sin saber muy bien lo que estaba haciendo. Poco a poco, el dibujo fue cogiendo forma, hasta convertirse inconscientemente en las alas. Unas alas negras tatuadas en la espalda de Devian. Me quedé observando en dibujo, pensativa.

Un ruido atronador me despertó de mi estado de aturdimiento. ¿Qué había sido eso? Cerré mi diario con brusquedad y lo dejé donde estaba. Me dirigí corriendo hacia el piso de abajo. El mismo ruido se volvió a repetir varias veces, cada vez con más intensidad. Provenía de la sala de entrenamientos, por lo que tenía una ligera idea de lo que podía estar sucediendo.

Sarah estaba luchando de tal manera, que parecía que estaba dándole una paliza a un enemigo real. Porque así era, estaba machacando a Devian de lo lindo.

Ella con una daga no más larga que su antebrazo. Él con otra daga, pero un poco más pequeña. Podía observar desde la distancia a la que estaba como Devian tenía varios cortes en la camiseta manchada de un poco de sangre. Sarah se movía magistralmente, con movimientos premeditados y elegantes. Su pelo negro, recogido en una cola de caballo alta, se balanceaba con gracia. Tenía el flequillo pegado a la frente debido al sudor.

La chica se agachó para esquivar la daga que se dirigía hacia su hombro. Lo esquivó por una milésima de segundo, pero lo logró. Antes de que su adversario tuviese tiempo a reaccionar, dirigió su rodilla a su entrepierna, con energía. No era un movimiento muy profesional, pero al menos surtía efecto. Devian se tiró al suelo, con un gesto de dolor marcando su rostro. Se tumbó boca abajo, dando golpes en la colchoneta con el puño, revolviéndose incómodo.

—Te dije que acabaría contigo en menos de cinco minutos —exclamó Sarah sacudiéndose las manos, satisfecha.

Devian se levantó, la miró con cara de pocos amigos y comenzó a perseguirla por toda la sala amenazándola con hacerle cosquillas hasta que se arrepintiese de haberlo humillado de aquella manera. Sarah respondió que jamás se arrepentiría de haber destruido su diminuto mundo viril sin apenas esfuerzo. Se persiguieron pasando por delante de mí, como si no estuviese en la misma sala que ellos. Los continué observando con el ceño fruncido, ligeramente irritada.

Finalmente, Devian atrapó a Sarah, agarrándola por la cintura. Le hizo cosquillas mientras ella lo amenazaba con romperle los dedos de ambas manos si no paraba. Me sentía extraña y fuera de lugar observándolos, así que decidí marcharme.

Subiendo las escaleras escuchaba como continuaban riéndose y gritándose el uno al otro sin cesar. Por alguna razón me molestaba. Me molestaba mucho. ¿Por qué me molestaba tanto? No lo entendía.

—Eh, Roxy —llamó alguien recuperando el aliento—. ¿Por qué te has ido así? Parecías enfadada.

Miré hacia su sudada cara, sintiendo un hormigueo en la punta de los dedos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora