37. De cazadores y salvadores

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No podría calcular cuánto tiempo me había arrastrado alejándome de aquella cosa que parecía ser Leo. Las palmas de mis manos estaban en carne viva y corría el mismo peligro para las rodillas. Quienquiera que fuese, no se había molestado en perseguirme, ya que de haberlo hecho me habría alcanzado en dos pasos. Miré una vez más a mis cuestas, con el corazón en un puño. No había rastro de él. Había preferido dejarme y desaparecer; como ya lo había hecho el Leo real.

Si bien estaba segura de que no me había encontrado con mi amigo, sí lo estaba de que me había encontrado con la persona que había confundido con Leo hacía unas cuantas semanas. Aunque por lo visto, no había sido una confusión, ya que en el aspecto físico eran como dos gotas de agua. Sin duda, lo que quiera que fuese aquella cosa, era capaz de adquirir otras identidades. Tal vez fuese un harkad.

Mi prioridad ahora era encontrar a los chicos, no me podría marchar sin ellos, aunque no es que tuviese conocimiento de cómo hacerlo.

El sonido de las gotas de sangre volvió, está vez acompañado de estática, como si alguien quisiese hablar a través de un micrófono, pero no lograse conectar el cable correcto. Recordé mi cara manchada y no pude evitar pensar que se debía a que estaba rodeada de más ángeles de lo común.

—Atención —Una voz deformada, que recordaba a la electricidad, habló—. Esto no es un simulacro, es una situación de alerta —Una sirena que sonaba a lo lejos fue subiendo de volumen progresivamente—. Los reclusos de la sección 32 han abandonado sus celdas. Se dirigen hacia la Sala de Central de Control y Experimentación. Repito, esto no es un simulacro. —La urgencia en la voz era palpable—. Pelotón del Capitán Emmanuel, prepárense para reducir a los prófugos. Fin de conexión. —Volvió a sonar estática, pero a la voz pareció olvidársele algo—: Roxy, huid de una vez, aunque no seáis vosotros a quien persigue hoy la Cúpula no os librareis de las reprimendas si os cogen. —No me movía. Tenía la vista clavada en lo que creía que era el techo como si sirviese para escuchar mejor—. ¡Quieres moverte de una vez! Sigue recto unos cuantos metros más, encontrarás una puerta; tus amigos están detrás de ella.

—¿Quién eres? —grité, sin saber al dedillo si podría escucharme.

—Por favor, avanza hacia la puerta. Hazlo por mí. —Un fuerte golpe se oyó al otro lado del altavoz—. ¡Huye! ¡Están llegando!

La conexión se terminó.

Un retumbo metálico me sacó de mi ensimismamiento. Una puerta eléctrica se estaba abriendo. No me estaba engañando, quienesquiera que fuesen la Cúpula estaban detrás de una puerta que en menos que canta un gallo estaría abierta de par en par. Y a decir verdad, no me apetecía descubrir por mí misma quienes eran. Así que le obedecí; hui.

A fin de cuentas, es lo que mejor se me da, ¿no?

Si alguien tratase de huir arrastrándose se daría cuenta de que no es la tarea más sencilla que se le podría encomendar a quien no siente el cuerpo de cintura para abajo, pero no tenía otra alternativa. La puerta que tendría que atravesar para supuestamente encontrarme con mis amigos estaba a unos escasos metros, pero parecía que estaba recorriendo la distancia de un campo de fútbol.

Podía sentir la presencia del pelotón del tal Capitán Emmanuel y si afinaba el oído conseguía escuchar golpes metálicos, sus armas, golpeándose entre ellas o contra el suelo. No tenía ni la menor idea de cómo sería la sala de grande, pero sin duda no lo suficiente para que me diese tiempo a llegar a mi objetivo antes de que algún miembro del pelotón me viese.

Cuando ya temía lo peor, la puerta se abrió y un brazo me rescató de lo que podría haber sido mi muerte. Aunque me gustaba valerme por mí misma y librarme de las garras de la muerte por mis propias acciones, agradecí que tuviese que salvarme el trasero una vez más.

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⏰ Última actualización: Mar 20, 2017 ⏰

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