ARDER EN LIBERTAD

By ElizabethBermudez156

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"Besar su piel me sabía a vida, en sus manos alcanzar el cielo y encontrar libertad." Jessica Giovanna Blosso... More

DEDICATORIA.
UNO.
DOS.
TRES.
CUATRO.
CINCO.
SEIS.
SIETE.
OCHO.
NUEVE.
DIEZ.
ONCE.
DOCE.
TRECE.
CATORCE.
QUINCE.
DIECISEÍS.
DIECISIETE.
DIECIOCHO.
DIECINUEVE
VEINTE.
VEINTIUNO.
VEINTIDOS.
VEINTITRES.
VEINTICUATRO.
VEINTICINCO.
VEINTISEIS.
VEINTISIETE.
VEINTIOCHO.
VEINTINUEVE.
TREINTA.
TREINTA Y UNO.
TREINTA Y DOS.
TREINTA Y TRES.
TREINTA Y CUATRO.
TREINTA Y CINCO.
TREINTA Y SEIS.
TREINTA Y SIETE.
TREINTA Y OCHO.
TREINTA Y NUEVE.
CUARENTA.
CUARENTA Y UNO.
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES.
CUARENTA Y CUATRO.
CUARENTA Y SEIS.
CUARENTA Y SIETE.
CUARENTA Y OCHO.
CUARENTA Y NUEVE.
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO.
CINCUENTA Y DOS.
CINCUENTA Y TRES.
CINCUENTA Y CUATRO.
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS.
CINCUENTA Y SIETE.
CINCUENTA Y OCHO.
CINCUENTA Y NUEVE.
SESENTA.
SESENTA Y UNO.
SESENTA Y DOS.
SESENTA Y TRES.
SESENTA Y CUATRO.
SESENTA Y CINCO.
SESENTA Y SEIS.
SESENTA Y SIETE.
SESENTA Y OCHO.
SESENTA Y NUEVE.
SETENTA.
SETENTA Y UNO.
SETENTA Y DOS.
SETENTA Y TRES.
SETENTA Y CUATRO.
SETENTA Y CINCO.
SETENTA Y SEIS.
SETENTA Y SIETE.
SETENTA Y OCHO.
SETENTA Y NUEVE.
OCHENTA.
OCHENTA Y UNO.
OCHENTA Y DOS.
OCHENTA Y TRES.
OCHENTA Y CUATRO.
PENÚLTIMO CAPÍTULO.
ULTIMO CAPÍTULO.
EPILOGO.
Agradecimientos y Nueva temporada!

CUARENTA Y CINCO.

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By ElizabethBermudez156

—Bueno, ya completaste la semana, lo que es admirable. —Mencionó Ethan. Harry a su lado asintió hacia mí.

—¿Qué aprendiste de la experiencia? —Preguntó el moreno entonces.

Lo pensé.

—Que, aunque finjan ser amables son detestables. —Respondí. Ellos comenzaron a reír. —No tengo ni idea si todos serán así, pero...

—Por supuesto que no. ¿Tú eres así? —Me preguntó Harry, enarcando una ceja.

—Espero que no. —Emití.

—Te veo cada día platicar animada con el jardinero, Jessica. Esta casa es muy linda, por ustedes. —Me dijo Ethan. Harry me observó, con una sonrisa pequeña.

—¿Imaginas si hubiera una empleada que limpie y sirva a todos en esta casa? —Exclamé, con solo imaginarlo. —¿Cómo sería mamá? —Le pregunté a Lou. Ella lo pensó.

—Ella no es mala... —Comenzó. —Pero... —Esta vez solté una risa, asintiendo.

El celular de Harry sonó, y al extraerlo emitió un quejido.

—Ustedes los invocaron. —Emitió.

Me levanté del sofá y corrí hacia él para leer el mensaje, pero me lo impidió.

—No, Jessica. —Me dijo.

—¿Por qué no? —

—No quiero que vayas, nena. —Se quejó.

—Si me lo muestras puedo opinar al respecto. —Me quejé.

Harry me lo tendió.

"Harry, necesitamos a Ana hoy mismo, sé que es su día libre, pero tenemos una reunión con familiares y amigos de trabajo y necesitamos que ayuden a servir y limpiar luego el desastre. Pagaremos el doble cada hora como extra. Contamos con ella."

Suspiré.

Ethan exigió verlo, se lo tendí.

—¿Les dijeron que ya no iría? —Pregunté.

—No, no pensamos en ninguna excusa. —Miró Harry al moreno.

—Podemos decirle que te surgió un viaje a Colombia.

—No podemos poner una excusa ahora cuando ya cuentan conmigo. —Me quejé. —Debieron hacerlo antes para que buscaran a alguien más con tiempo.

—Jessica, no es importante, no vayas, eso es todo. —Harry tocó mi pierna. —Debimos hacerlo, es cierto, pero no te preocupes por esto.

—No quiero volver a esa casa, Harry, pero solo hay una señora de unos sesenta y algo trabajando en esa casa. Dejarán que ella se encargue de todo si no tienen a alguien más. No puedo dejar que haga ella sola todo. —Me quejé. —Esa gente no es bonita, si hace algo mal la tratarán mal. La única razón por la que no me despidieron por ese maldito ángel fue porque el tipo dijo "odiaba ese ángel, mi esposa no, pero son mujeres, puedo comprarla con otra cosa" —Lo imité, molesta.

Entre ellos se miraron.

Harry señaló a Ethan.

—Es tu culpa. —Emitió. Y cuando creí que discutirían el moreno asintió, aceptándolo.

—Irás, Giovanna. —Me miró, duramente. Fruncí el ceño. —Pero le dirás antes a esa gente que ya no puedes trabajar más, porque conociéndote tendrás mil motivos para no dejar sola a esa señora los próximos días. —Habló Pierce, cansado. Era cierto.

—De acuerdo.

Harry confirmó sin querer realmente que iría.

—A las veinte te quieren ahí. —Me dijo luego de unos minutos.

Asentí.

Me arrojé hacia atrás sobre el sofá, quejándome internamente.

—Saldré a... tomar aire. —Le dije de pronto, poniéndome de pie.

Harry me dio una miradita. Subí a mi habitación y me alisté para ir a correr al parque, mis claras intenciones no eran ejercitarme, sino, oxigenar mi mente.

Salí de allí sin que me detuvieran antes porque de esa forma tardaría más en salir.

Tomé una gran inhalación y comencé a correr hacia mi objetivo. El aire caló dentro mío provocándome alivio al instante. No me sentía mal. De hecho, hace días sentía una calma extraña, un control improvisado de mi alrededor.

Pensé en Harry y sonreí al saber lo que causaba en mí y en respuesta sobre mi vida. Corrí alrededor de unos largos minutos a un parque más lejano del que tenía en mente.

Calmé mi velocidad y me detuve, agitada. Respiré profundo.

Comencé a hidratarme cuando noté una cámara pequeña, pero profesional, a la distancia disparar en mi dirección.

Era un tipo vestido de negro, casual. Lo miré insegura, notando la forma en la que fingió que yo no lo veía. Volví hacia la dirección contraria, pensando que quizás, no era yo a quien fotografiaba, pero allí me encontré a otros cuatro más cerca. Y antes de que me sintiera en pánico ellos comenzaron a fotografiarme más y más, acorralándome.

Oculté mi rostro, y corrí a casa, me sentí invadida, pero a la vez me sentí muy asustada.

Llegué posiblemente en menos tiempo que el que usé en salir. Abrí el sistema de seguridad y me metí adentro, resguardándome. Me recargué en el metal frio, buscando aire, ahora exhausta.

Mi corazón latía con fuerzas.

Recordé esos comentarios en las redes sociales que una y otra vez ignoré fingiendo que no me afectaban, pero que involuntariamente terminaron por causar que ni siquiera pudiera abrir más mis cuentas.

Caminando rápido hacia la puerta recuperé mi respiración.

Fui a la sala y allí me encontré a aquellos dos que me miraron extrañados.

Rebusqué desesperada mi celular entre los almohadones. Harry al notarlo me lo extendió. Lo tenía él.

—No salgas sin él, por favor. —Me pidió.

Abrí las redes sociales y todo explotó en mi mente.

Estaba etiquetada en mil publicaciones. Fotografías comentarios y agresiones. Comencé a deslizarme con miedo entre ellas y cada una me angustió.

La gente parecía odiarme.

Parecía que les desagradaba.

¿por qué?

Un sinfín de fotografías comparaban mis caderas con las de otras modelos, haciendo ilusión aquella medida que debía tener para ser una de ellas. No creían que fuese digna de esa agencia.

Los seguidores en Instagram subieron por las nubes, pero no vi nada bueno de ellos, nada bueno salía de sus comentarios, mucho menos de sus posteos.

Me angustié.

Bajé el celular un instante, sin querer siquiera mirar a quienes por supuesto ya me miraban. Y sin poder más, antes de romper en llanto frente a ellos, me largué de ahí.

Sentí un profundo odio a todo el exterior y era tan fuerte que también poco a poco con cada pensamiento y cada comentario en mi memoria, fue haciendo estragos sobre mí. Sobre la mujer que era y como lucía siendo una.

Apagué la luz y corrí a la cama, cubriéndome con las mantas. Por un instante temí que esos tipos supieran donde vivía.

Me sentí muy mal, y con el celular en la mano frente a mis ojos no podía dejar a leer y ver cuánto me humillaban, y me odiaban. Incluso utilizaban Photoshop para acentuar defectos y hacerme sentir y ver como un monstruo. Distorsionaban la realidad, pero así era como me veían. Mi garganta ardió y no pude más. Mi corazón estaba roto.

La puerta se abrió y allí vi a Harry. Al verme entró, cerrando la puerta.

—Hey. —Emitió.

—No sucede nada. —Le dije. Encendió la luz.

—Si no sucede nada dime por qué te sientes mal. —Se sentó a mi lado.

Él acarició mi mejilla con cariño, profundizando aquello que sentía dentro mío, haciéndomelo sentir aún más, pero exteriorizándolo. Ese amor con el que siempre me miraba me destrozaba, no entendía como pero siempre rompía mis fuerzas y mis barreras, y lo soltaba todo. Era él.

—Que sucedió. —Susurró.

—Harry... —Emití, presioné con mis dedos mis ojos, evitando que cayeran las malditas lágrimas. —Habían... paparazis en el parque. Y me fotografiaron. Y... —Respiré profundo entre cortadamente. Lo oí exhalar, molesto. —Luego fui a las redes sociales y todo el mundo me odia. —Logré decir, entre lágrimas. Él frunció el ceño a penas me oyó.

—El mundo no te odia, Jessica. —Negó, como si fuera absurdo.

—Harry, tu no viste esos posteos. Son horribles. Les desagrado y lo hacen ver, me humillan, y me detestan, me odian. Utilizan Photoshop y... —Presioné mis labios, —Crean fotos horribles de mí.

Lo que salía de mi boca era una locura según sus expresiones. Él dejó de mirarme para mirar el suelo. De su boca soltó un suspiro.

—¿Puedo verlo, amor? —

Negué, avergonzada. Aparté la mirada. Harry respetó eso, aun así, me apartó el teléfono de las manos para que no continuara viendo nada más.

—Nada, absolutamente nada de lo que viste o leíste de ti, es cierto. No dejes que esa gente influya en quien eres. Ellos solo conocen lo preciosa que eres, solo tienen tu imagen y eso les da el poder de hacer o deshacer lo que quieran con ella, son personas horribles que solo buscan herir cuando algo no encaja en el sistema, cuando algo sale de la línea fina, pero mi amor siéntete bien por no agradarle a esa gente tan horrible porque de lo contrario sí deberías preocuparte. —Acarició mi mejilla. —Sal al mundo de allí afuera mostrando lo hermosa que eres y presúmelo tanto como quieras y lo suficiente para que les moleste aún más. Eres mucho más que ellos, y eso es lo que les afecta.

—Harry... —Emití.

—Bonita.

—Te amo. —Sollocé. Él sonrió, inclinándose hacia mí para besarme repetidas veces. Acarició mi cabello y suspiró.

—Salgamos.

Negué, angustiada.

—Vamos a caminar juntos en la ciudad o en la playa. No quiero que te vayas a esa casa sintiéndote mal porque no tendrás energías para terminar la noche. —Lo miré un instante.

—¿Y si está esa gente y me fotografía más? No quiero que haya más... material de mí para las personas que hacen daño. Si era suficiente las de Tiffany's no quiero fotografías mías en la calle. No puedo creer que eso exista es abusivo, es horrible. —

—Podemos buscar algún lugar vacío de gente. —Sugirió. —Vamos, te espero.

Me reincorporé afligida. Limpió mis lágrimas.

—Los medios desaparecerán en cuanto tengan otra cosa que filmar, Jessica. Ellos van a donde está la atención. —Me dijo con cuidado. —En un par de semanas se detendrán.

Asentí, esperando realmente que eso sucediera.

Ambos salimos a caminar en el centro. Entre risas mi mente se concentró en él. Vi vitrinas de ropa y nos escabullimos lejos de la gente.

—¿Pensaste en qué excusa dar para no volver a esa casa? —Me preguntó entonces.

—No, no realmente. Pensé en irme de allí normal y luego informar que... ya no volvería. —

Lo oí reír.

—No es un mal plan... solo...

—Le falta algunos ajustes. —Sonreí. Él asintió.

Vimos a una mujer a unos metros sentada en el suelo de la calle, una lata pequeña traía en su mano, rogando dinero para comer.

Vi ropa de bebé a su lado, entre suciedad e inmundicia, pero no lo vi allí con ella. Aquella mujer, de largo cabello nos miró, pero apartó la mirada al instante.

Mi corazón se estrujó.

Me solté de él para acercarme, en cuanto lo hice me acuclillé frente a ella.

Ella subió la mirada.

—Hola niña.

—Hola señora. ¿Cómo está? —Le pregunté, mirando su alrededor.

—Estoy viva, preciosa, por lo que estoy agradecida. —Me dijo, con una sonrisa. Una sonrisa apagada, acentuando la falta de tanto, pero genuina, porque el sentimiento era real. Harry que se había detenido a metros se acercó.

—¿Necesita para comer? —Le pregunté. —¿Dónde duerme y come? —Miré su alrededor. La señora palmeó el suelo.

—Aquí mismo, cariño, entre la ropa y el cartón. —Volví a mirar las prendas de bebé, pero no pude preguntar por él. Ella al notarlo tomó una gran respiración, pero no dijo nada al respecto.

—Yo... —Metí mis manos en el bolsillo de mi abrigo, y al sentir un celular y tarjetas di un respingo. Me reincorporé. Metí las manos dentro del bolsillo de mi pantalón trasero. —Mierda. —Susurré. Jamás manejaba sencillo a menos que lo usara en emergencias.

Miré a Harry, extendiéndole una tarjeta de débito.

—¿Puedes ir a sacar dinero de algún cajero?

Él extrajo su billetera de su pantalón y la abrió.

—Ven. —Me dijo. Me acerqué. —Dime cuánto.

Ver los billetes me hizo mirarlo a él.

—Si tomo de ahí no me dejarás devolverte después. —

—Jessica...

—Anda ve, la contraseña es dos siete seis cero. Yo me quedaré aquí platicando. —Le indiqué, obligando a que la tomara. Me senté frente a la señora.

—Señorita usted es muy amable, pero no debería hacerse problema. Si no tiene unas monedas todo está más que bien. —Me sonrió.

—Y dígame. ¿Tiene esposo? —Le pregunté. Ella sonrió, asintiendo.

—Él está a unas cuadras, limpia vidrios en tiendas que pueden pagarle un poco con el servicio. Estamos muy agradecidos.

—¿Y cómo se lleva con él? —Curioseé.

—Él es increíble. —Sonrió. —Es un gran hombre. Y si estoy aquí sin poder ayudarlo es porque mi pierna duele desde hace un tiempo.

—¿Qué tiene?

—Algo de la circulación, no lo sé. Pero él es muy atento. Es muy bueno, y yo muy afortunada. Al final del día podemos comer algo.

—¿Cada día?

—La mayoría de los días, sí. —Sonrió. —Hay veces que no hay nada de dinero y hay que aceptarlo, porque en el siguiente habrá.

Mi estómago se presionó.

—¿Qué me dices de ti? —Me sonrió.

—Yo... Que puedo decirle, trabajo en una agencia de modelos y el mundo me odia por eso. —Comenté.

—El mundo es muy injusto a veces cariño, pero al final del día tenemos más de lo que creemos, somos muy afortunados.

—Es cierto. —Sonreí.

—Pero dime, ¿Por qué son crueles?

—Según ellos, no merezco estar en esa agencia. No soy como las demás chicas.

—Eres bellísima, seguro es envidia. Cariño, no dejes que la envidia de otras personas haga estragos en ti porque podría lastimarte mucho. —Me dijo, con dulzura. —Recuerda el lugar donde estas y si ellos son horribles e intentan dañarte es porque tú eres lo que ellos no se animan a ser. Mira, tengo algo para ti. —Ella rebuscó entre sus cosas. Entonces extrajo un hilo rojo, tomó mi muñeca izquierda y me la coloco, haciéndole siete nudos. Rezó en ella. Y sonrió luego al cortarla con una tijera. —Tú serás grande, niña, solo debes aprender a verlo.

Mi corazón se encogió tanto que sentí de pronto ganas de llorar nuevamente. La sentí como un ángel.

—Gracias. —Susurré. Ella al ver lo que sentía limpió mis lágrimas. —De verdad, usted es muy dulce. —Miré mi muñeca.

—Dulce eres tú. Escucha niña, y dime, ¿Quién es ese guapo que fue al banco por mi dinero? —Bromeó, entre risas junto a mí.

—Mi futuro novio. —Le dije, riendo.

—¡Así se habla niña! ¡Será tuyo! —Exclamó alegre.

—¿Y su marido? —Le pregunté. —¿Es tan guapo como usted? —Le pregunté.

Ella sonrió tímida.

—El hermoso. Recuerdo que cuando nos conocimos tenía novia, lo trataba muy mal. Entonces aparecí yo y nos enamoramos. Él siempre fue más de lo que deseé. Es un hombre increíble. Recuerdo que huía de mi padre para verlo a escondidas. Recuerdo que bailábamos bajo la luna. Que cantábamos, siempre fuimos felices juntos. Siempre.

—Eso es muy hermoso. —Susurré.

Un tiempo pasó entre platicas y anécdotas.

—... ¡Y entonces le di un puñetazo! —Exclamé. Ella soltó una carcajada.

—Eres increíble. Y muy valiente. —Emitió, entre risas.

—Amor... —Harry a mis espaldas me asustó.

—Oh, ya llegaste. —Emití.

—Bueno, puedo irme por unos minutos más. —Bromeó, riendo.

Me puse de pie, acercándome a él.

Él abrió nuevamente su cartera, mostrándome lo que había extraído del cajero.

—Saqué un cuarto del dinero, para que manejes efectivo tamb... —El silenció sus palabras cuando me vio tomar todo.

—Cariño... —Ella negó, observando lo que le extendía. —Solo...

—Escucha, el dinero desaparece en cuestión de segundos. Lamento no poder... darte más, pero de verdad apreciaría que lo aceptaras porque...

—Cielo. —Suspiró, sus ojos se cristalizaron, rápidamente limpió sus lágrimas, deshaciéndolas. —No puedo aceptarlo.

—Usted me habló de su proyecto, puede comprar materiales con este dinero, puede invertir en el emprendimiento que desea. En cuanto lo haga, podrá por fin comenzar a vender para generar su dinero, tendrás más y más por su cuenta, y podrá crecer y... todo podría cambiar. Usted debe creer en sí misma. —Ella me miró con angustia. —Con el dinero que ingresa cada día solo alcanza para comer, esto podría ser mucho si lo inviertes en lo que quieres y sabes hacer. Permítete aceptarlo. Lo mereces. Ambos lo merecen.

Ella me abrazó, y sollozó. La abracé también, con la angustia en mi garganta.

Dejé el dinero entre sus piernas, bajo la manta.

—Eres un ángel, Jessica. Eres nuestro ángel. Sé que... el que hayas aparecido por aquí tuvo su razón. Tienes un corazón precioso. Todo lo que tu das se multiplicará, y serás más de lo imaginas. —Sujetó mis mejillas. Sonreí, entre lágrimas. —Gracias, cielo. Muchas gracias.

—Gracias a ti. Todo lo que dijiste fue muy importante para mí. —Toqué mi muñeca.

—Lo invertiré. —

Sonriendo asentí.

—Los sweters y cárdigans no son económicos, cuestan alrededor de veinte o treinta dólares y suben, por supuesto. No temas cobrar lo que cuesta tu trabajo. Debes tener en cuenta lo que usaste en material y tu mano de obra, a eso lo multiplicas el doble para tener ganancia. —Le expliqué. —¿No es así Harry? —Él con una sonrisa asintió, y procedimos a explicarle cómo debía hacer para hacer ganancias. Ella lucía muy feliz y agradecida. 

Pronto le dije a Pierce que Adelina sufría dolor en su pierna. No sé como sucedió pero extrajo unos guantes médicos descartables de sus bolsillos y comenzó a revisarla. Me estrujé de la risa. 

—¿Siempre los traes contigo? —

—Por supuesto, nunca sabré cuando deba examinar a alguien. —Explicó, riéndose. —Señora tiene un problema de circulación. Voy a necesitar que me vaya a ver mañana mismo al hospital Blosson. Pregunte por mi, me llamo Harry Pierce. Ellos la guiarán a mi consultorio. Yo dejaré todas las indicaciones para que guarden su turno. No debe pagar nada. —

Ella lo abrazó, entre lágrimas agradeciéndole. Finalmente nos despedimos de ella, prometiendo volver a verla.

—Tendrás un gran éxito, y tendrás un hogar, Adelina. No te faltará nada.

Emocionada asintió.

Cuando nos fuimos de allí lo hicimos en silencio, yo no tenía nada para decir, pero Harry sí, lo noté en la forma en la que me miraba, intentando decir tantas cosas a la vez, y nada salía.

Finalmente lo miré también, soltando una risa, provocándole una suya.

—¿Quieres decirme algo? —Le pregunté.

—Sí, pero... no lo tengo concreto. Cuando pueda te lo diré. —Concluyó.

Él me llevó a aquella casa donde esperaban por mí.

Al entrar, por la puerta trasera impidiendo que alguien pueda verme, como se lo habían recordado a Harry, me encontré con la señora de la casa regañando a Beti.

—¡Ana! ¡Al fin llegas!

—Lo siento señora, fue imposible llegar antes.

—Ser puntual en el trabajo es importantísimo Ana, de otra manera tus empleadores pueden pensar que no te importa conservar el trabajo. —Me dijo ella. Presioné mis labios, asentí, comprendiéndolo.

—Vístete. Esta noche deberán servir.

La observé extenderme el mismo atuendo que vestía Beti.

Lo tomé.

—Cuando estés lista ve con Beti, ella te guiará.

—De acuerdo.

Ella desapareció. En cuanto me alisté en el cuarto de empleadas salí atándome un delantal blanco en mi falda negra. También tenía zapatillas blancas de muy mal gusto.

Me acerqué a Beti.

—Apresúrate niña, los invitados están en la sala, en cuanto el plato principal esté casi listo deben acercarse a la mesa. —Me apresuró ella, indicándome como poner cada servilleta de tela en cada plato, luego continuar por la inmensidad de cubiertos y luego las copas. La mesa era larguísima, alistamos veinte lugares.

Corrimos a la cocina. Allí alistamos la entrada que consistía en mariscos, rabas y pequeños copetines de salsas.

Los ordené visualmente bien mientras ella terminaba de cocinar.

—¿Suele hacer esto a menudo?

—Sí, pero solían haber más empleadas trabajando en casa.

—¿Y qué sucedió?

—Tenían problemas con el señor. —Confesó, refiriéndose al esposo de la mujer que me había contratado. Fruncí el ceño.

Terminamos de alistar todo y finalmente aparecimos frente a todas esas personas. Servimos con calma cuidado y eficacia, bastante coordinación también procurando que todo saliera bien. Luego nos alejamos cinco pasos hacia atrás, quedando a disposición de ellos.

No pude evitar prestar verdadera atención a su conversación y parecerme absurdo cada palabra que salía de sus bocas, tan inciertas en cada cosa que mencionaban, que me pareció incluso divertido que vivieran en esa burbuja que terminaría por consumirlos.

—Ana...

Me parecía incluso divertido, pero a la vez triste que su ignorancia pudiera llevarlos a tener pensamientos tan egoístas y que esto alimentara sus egos de tal forma que se creyeran superiores, como si tuvieran el mundo en sus manos.

—¡Anastasia! —Exclamó el señor Mendler.

Mierda.

—¿Si? Disculpe... yo...

Él levantó su mano, para que me callara.

—Solo sirve agua, Ana. —Me indicó, fingiendo amabilidad. Beti había mencionado en otra oportunidad que no debía dar tantas explicaciones, solo aceptar regaños y hacer silencio.

Dando una respiración me acerqué a la mesa, tomé la jarra de agua que estaba sobre la mesa y comencé a serviles a cada una de las personas que claramente podrían servirse solos.

—¿Es nueva? —Preguntó una mujer, con el cabello platinado señalándome con elegancia.

—Sí, está en modo prueba, pero creo que nos la quedaremos. —Sonrió la señora Mendler.

—Es linda.

—Lo es.

Presioné mis labios. Tomé la otra jarra y le serví por ultimo al señor.

—Es linda, pero distraída. —Mencionó él, dándome una pequeña sonrisa. —Debes siempre servirme primero Ana. —Susurró luego. Asentí, alejándome.

Una hora más tarde les dimos el plato principal. Luego de treinta minutos el señor Robert levantó su copa a la altura de su hombro, insinuando que la llenara, sin siquiera mirarme. Beti intentó hacerlo, pero con una mirada él se lo prohibió. Me acerqué a la mesa, tomando la jarra con agua.

—Quizás lo mejor sea invertir en el mercado de los automóviles. —Mencionó mientras le servía. —¿No crees Ana?

Todos hicieron silencio.

Lo observé. Sus ojos me indicaban que verdaderamente esperaban una respuesta.

—Si tiene la posibilidad financiera de invertir en ello y no endeudarse en el intento sería increíble. —Emití. Ellos rieron.

—También lo creo Ana. —Sentí su mano rosar mi pierna desnuda haciéndome dar un respingo y apartarme al instante. Ellos continuaron hablando. Miré a Beti con mis latidos en la boca, ella frente a mí del otro lado de la mesa no se había dado por aludida.

Cinco minutos más volvió a terminar su vaso, y había sido tan rápido y tan forzado que supe que lo volvería a intentar.

Él, luego de un minuto de reloj, levantó su vaso. Beti le sirvió al instante. Exhalé.

Ella se acercó a mi lado y permaneció en su lugar.

—En dos minutos cambiamos el plato principal por el postre. —Me indicó. Asentí.

Comencé por el extremo contrario de ese tipo, pero en cuanto me di cuenta debía levantar yo su plato y no Beti porque ella servía el lado contrario.

Con calma me acerqué a él y junté los cubiertos sucios, todos y los dejé a un lado, luego tomé su copa y en cuanto estaba por levantar el plato sentí su mano posarse en mi trasero y presionarlo, al instante quité su mano de mi cuerpo, furiosa y sin disimulo, haciéndola caer al vacío, pero ni siquiera me miró. Sin poder soportarlo tomé el resto de la copa, llena, y sin miedo se lo arrojé en el rostro, ahogándolo y tomándolo desprevenido. Oí a todos gritar. Entonces tomé su plato y a las sobras que había dejado se lo arrojé también, arrojando luego el plato al piso junto a la copa creando un gran estruendo en la sala, silenciándola por completo.

—Maldito imbécil. —Escupí. Él me miro furioso, y en su mirada supe que jamás hubiera pensado que haría un escándalo en respuesta de su abuso. —¡¿Crees que por trabajar para ti debo callar y soportar sin chistar tus abusos?! ¿creías que podías seguir haciéndolo con cada una de nosotras porque ninguna te enfrentaría por no tener poder como tú? ¡Ya verás bien el poder que tengo! ¡Eres un desgraciado, te pudrirás en tu miseria! —Grité, arrojándole mi delantal a la cara.

Me alejé furiosa de allí. Corrí al cuarto y me vestí con mi ropa. Luego fui a la cocina. Esperé impaciente a Beti.

—¡¿Qué hiciste Ana?! —Exclamó en cuanto entró por los postres. —¿Cómo pudiste enfrentarlo así? Pueden hasta denunciarte, Ana.

—Beti, tranquila, en realidad yo podría denunciarlo. —Suspiré. —No te preocupes. Debo irme, pero quería despedirme y agradecerte por ser tan amable conmigo, por los chismes y hacerme reír cuando debía hacer silencio.

Ella me abrazó.

—Trata de borrarte nena, temo que difundan esto y que no puedan contratarte en ningún lugar más. —

—No te preocupes Beti. Estaré bien. —Besé su mejilla. Al observarla exhalé. —Beti tuve que trabajar, pero no necesitaba el empleo. No necesito el dinero, te mandaré lo que me pagaron aquí. Acéptalo por favor, yo no lo necesito.

Ella abrumada me observó. Sujetó mis mejillas y las presionó.

—¿Eres adinerada? ¿Acaso te castigaron niña? —

Llame a Harry, él confundido por la hora me dijo que estaría en cinco minutos.

Volteé de nuevo hacia ella.

—Debes buscar un trabajo en donde no te maltraten, Beti. Habrá un lugar donde sepan apreciarte. Tengo una amiga que su familia incluso podría necesitar de ti. Son bellísimos.

Lucía asustada.

—Niña sal de aquí, pueden intentar lastimarte.

—Que desagradecida resultaste ser Ana. —La señora Francesca apareció a mis espaldas. —Te damos un trabajo y tú...

—Y yo me defiendo. ¿Usted es consciente de lo que su marido hace?

—No son mis asuntos, Ana.

—Es una lástima que no esté de nuestro lado, porque cuando él caiga lo hará también usted.

—¿Quién diablos te crees que eres para hablarme así?

Abracé a Beti quien lucía apenada con todo esto.

—Mandaré aquí el dinero en una caja a tu nombre, pero luego busca algo mejor, siempre hay algo mejor, Beti. —Susurré a su oído. En cuanto tomé mi abrigo y quise irme hacia la salida, por la puerta principal, porque de manera contraría debía caminar toda la extensión de sus tierras, la mujer me detuvo tomándome del brazo en el camino.

—¡¿Quién diablos te crees que eres! —Exclamó. —No sé quién te piensas, pero no saldrás de aquí sin un castigo.

—¿Un castigo? ¿es broma? No soy su empleada. ¿entiende?

—¡Puedo denunciarte por lo que hiciste! ¡¿eres consciente de eso?! —Me habló furiosa.

—Inténtalo. —Sonreí. —Ahora suéltame, porque iré yo a hacer la denuncia por abuso sexual laboral. —Ella presionó mi brazo, intentó decir algo, pero la detuve. —¡Suéltame ahora! —Grité, y la fuerza de mi mirada la hizo cerrar la boca y soltarme. La miré unos instantes, furiosa.

Salí de allí y en cuanto lo hice el auto de Harry ya esperaba por mí.

Caminé un poco por el frio hasta finalmente llegar y entrar.

Liberé un grito una vez adentro y golpeé mi frente contra la gabetera. En silencio liberé todo el aire que guardaba hace minutos. Lo miré, recargada en mi mano.

Me miraba confundido.

—¿Qué sucedió nena? —

—Bueno, parece ser que renuncié. —Lo miré.

—Que pasó.

—Ese viejo asqueroso me tocó en cuanto estaba recogiendo sus sobras en la mesa. —Escupí furiosa. Su mirada cambió por completo. —Primero la pierna, la segunda vez el culo. Le arrojé toda su comida y su agua en la cara y luego hice un gran escándalo arrojando todo al piso. —Exhalé. —No sé si hice bien, pero... descubrí que tuvo problemas con sus anteriores trabajadoras domésticas.

Noté su mandíbula presionarse y deslizar su mirada a la casa. Entonces sin pensarlo lo suficiente se bajó del auto y caminó hasta la puerta los metros que nos separaban a paso rápido.

Exhalé, angustiada.

Tocó la puerta con calma.

Allí Beti lo atendió con mucha amabilidad.

—Buenas noches, quería hablar con el señor Mendler, ¿Podría buscarlo y decirle que quiero disculparme por el comportamiento de Ana? —Lo oí decirle al tener las ventanas abajo. Ella asintió, retirándose.

En cuanto el viejo asqueroso salió Harry le propinó un puñetazo que al instante lo dejó en el suelo.

Harry lo miró furioso desde arriba, podía desde aquí sentir sus latidos desbocados y su respiración dificultosa. Mendler, lastimado, le respondió la mirada de la misma forma.

—Te metiste con la chica equivocada, no tienes idea de quién es. Te aconsejo tenerle miedo, porque si quiere puede destruirte. —Me señaló. —Pagarás por todo lo que has estado haciéndoles. Prepárate. —Lo amenazó, colérico. No hizo falta que dijera más, volvió al auto y salimos de allí.

Besé su mejilla.

—No es culpa de Ethan. —Dije de pronto. —Están en todos lados y él no podría haberlo supuesto, ¿okey? Además, en la descripción de la familia por supuesto no diría que el hombre de la casa era un auténtico abusador.

—No es culpa de Ethan. —Repitió, aceptándolo. Él me dio una miradita, mientras conducía. —Es mi culpa por haber aceptado que vinieras.

—Harry... claro que no. No podías saberlo y no puedes pensar continuamente que algo puede pasarme.

Exhaló, cansado. Lucía terrible.

—Estoy muy orgulloso por la fuerza que tienes en enfrentarlos, aunque sea peligroso. Es muy importante que no te quedes callada y que no aceptes jamás nada algo intente lastimarte aún en la situación que sea. 

—También lo estoy. —Susurré, pensando en ello, algo abrumada también. En otro momento de mi vida me hubiera aterrado, hubiera temblado y quizás hubiera permanecido inmóvil. —En cuanto actué, me di cuenta del cambio que hay en mí. Creo que me siento bien. Creo que el enojo colapsando todo tu cuerpo cuando ya no lo soportas más después de la angustia nos hace despertar. Me siento un poco más fuerte, Harry. 

Su sonrisa me cautivó, me observó un segundo quitando la mirada del frente.

—Eres impresionantemente fuerte. Desde el segundo cero.

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