Parte sin título 31

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Capítulo 31

En el otro lado, el señor Bolé atendía la inesperada visita de su hija mayor. Ésta, con mucho respeto, le recriminaba el hecho de haber botado a los neurólogos de su casa. De hecho, el doctor Cancel la hubo llamado, quejándose del mal trato que recibiera junto a su compañero de profesión de parte de señor Bolé.

—Ese doctor que trajo, me dio mala espina.

—Ay, papá, tú y tus prejuicios. Solo porque lleva marcado en su piel un tatuaje, no significa que sea un mal médico.

—Hija, no es eso. Es un presentimiento. No sé.

—Basado en prejuicios, papi.

—Carla, yo solo trato de protegerla. Igual hice contigo dentro de las limitaciones del asunto de tu custodia. Te repito que es un presentimiento que no sé cómo explicarte con palabras.

—Insisto. Debes llamar al doctor Cancel.

—Ni hablar.

—Papá. No para invitarlo a venir. Al menos discúlpate. Él es un profesional, de hecho, me comentó que está consciente de tu rol sobreprotector, que es común en progenitores que pasan por una situación similar a la tuya.

—Está bien. En la próxima visita rutinaria me disculparé. Eso sí, tendrá que venir solo. En eso no transaré —dijo tras haberse quedado pensativo por un breve rato.

—Aclarado el asunto ¿No vas a ir a trabajar? Titi María vendrá a cuidarla.

—No hija, hoy me cogeré el día.

En el otro lado del mismo mundo, Yamirelis y Lois despegaron en el ornitóptero. Él con su mirada al horizonte, ella con la suya hacia la isla hasta que se le desvaneció tras la distancia. Hubo transcurrido más de una hora cuando sintieron que algo golpeó la aeronave. Los golpes se hicieron repetitivos y constantes.

— ¿En serio? Nos atacan a flechazos.

—Eso es. Significa que llegamos. Trataré de aterrizar.

— ¿Qué? Estás loco.

Una de las flechas se atascó en una de las alas. Lois le explicó que el aterrizaje sería forzoso, aunque más bien iba en picada. Ambos gritaban. A menos de cien metros de alcanzar el suelo, ella se manifestó en una enorme pelota de hule, con Lois adentro, que hizo despedazar la aeronave. El golpe de la pelota al suelo fue tal, que rebotó con gran fuerza más de mil metros hacia arriba hasta que volvió a caer. Siguieron más rebotes de menor intensidad, llevándose árboles y otras plantas en su camino. Finalmente la pelota terminó estrellada en una choza de madera y paja en medio de lo que parecía ser una aldea. Se acabó la manifestación. Ella, mareada, trataba de restablecerse y él respirando con dificultad...

Yamirelis: en el otro lado del mismo mundoWhere stories live. Discover now