Parte sin título 23

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Capítulo 23

El animal cayó sobre una enorme piedra. Se le rompieron casi todos los dientes más quedó inconsciente. Dejó de ser una enorme roca, adquiriendo de nuevo su estado normal de chica. Apenas Lois se volteó, vio a una ensangrentada Yamirelis.

— ¿Estás bien?

—Sí, esta sangre es del tibu.

—Deshazte de él.

—No lo remataré.

—No, solo lánzalo lejos. Concéntrate. Manifiéstate.

Yamirelis se transformó en una catapulta. Lanzó al animal tan lejos que se le perdió de vista. Lois le agradeció por salvarle la vida.

—Otra vez. Voy anotar cada vez que te salve la vida, ja, ja.

— ¡En serio loca ¨head¨!

—Copión.

—Nada chica; a lo que venimos.

—Tengo sed.

—Sí, yo también. Ese animal nos puso hacer un poco de cardio. Tengo las botellas de agua en mi mochila. Están en el bote. Ahora me doy cuenta que perdiste la tuya.

—Lois, me pregunto, si esos cocos (señala la única palma del islote) también contienen agua, como en el lado de mi mundo. No sé, lucen algo diferentes.

—Sí, contienen agua de coco. Sabe igual chica. No te dejes llevar por la diferencia de colores. ¿Por qué nunca ha llegado un dion o diona daltónico? ¡Es broma! El tronco es negro, las hojas rojas y cocos blancos por fuera y marrón la pulpa. Pero créeme, las piñas coladas saben igual.

Lois comenzó a escalar la palma, que medía como unos veinte pies de alto. Lo hacía con algo de dificultad. Ella le ofreció ayuda, pero él le declinó tal ayuda contestándole:

—Ni lo intentes. Yo puedo.

Sin que él se diese cuenta, ella caminaba sigilosamente hasta que llegó a la orilla del mar. Se volteó para ver si él se había dado cuenta. El seguía ocupado en su intento de apoderarse de varios cocos; Ella se volteó de nuevo, caminaba con sus pies sumergidos en el agua. Se transformó en un tiburón sumergiéndose por completo en el agua. Salió enseguida con un pez en la boca. Saltó hacia tierra firme y en ese instante se transformó de nuevo en ella misma. En ese tiempo ya Lois se hubo bajado de la palma; con su rostro dibujado de gran satisfacción. Al verla tirada en el suelo, toda mojada y con un pez, todavía en su boca y que entonces dejó caer a la arena, le preguntó:

— ¿Qué rayos hacías?

— ¡Buscando la cena!

—Ok. Estás toda recién mojada. Ni preguntaré...

Ella transformó su mano derecha en un secador de cabello y comenzó a secarlo. Él le contuvo tras soltar los cocos. Le explicó que no debía manifestarse ni de manera caprichosa, ni abusiva, ni superficial. Aunque de todos modos era su elección. Ella se disculpó pero él le aclaró que no debía disculparse. No era una orden, era un consejo.

—Partiremos en breve, primero tengo que mostrarte algo —le dijo a ella cambiando de tema.

Llegaron hasta la puerta de uno de los apartamentos en el primer piso de uno de los edificios. Tras varias patadas (y tras rechazar la ayuda de ella) finalmente la abrió. Entraron al apartamento, en cuyo interior no habían muebles, enseres ni objetos algunos; excepto lo que parecía ser (y resultó ser) un telégrafo.

Yamirelis: en el otro lado del mismo mundoWhere stories live. Discover now