Parte sin título 26

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Capítulo 26

Mientras, en el castillo de Cornelius Rhoads, específicamente en un calabozo, estaba tirado en el suelo el maestro Figoren, quien sangraba por la nariz; su rostro estaba magullado y repleto de moretones. Un guardia se acercó a los barrotes. Le gritó:

—Hoy no hablaste ¿Pero, sabes qué? En persona, el señor todo poderoso, vendrá a interrogarte mañana. Aún estás a tiempo. ¿Qué dices? (pauso un rato, luego prosiguió) No escucho nada. Eso debe ser un no. Está bien.

Se alejó sonriendo el guardia. Rato después de haber subido al último piso, se paró frente a la puerta de la habitación principal del castillo. Dos fornidos guardias frente a la puerta, uno con un arma de fuego, el otro con una espada. Le abrieron la puerta y una imagen fue mostrada: Cornelius recostado sobre un largo sofá color naranja con pequeñas almohadas blancas. Él estaba semidesnudo, acompañado de siete féminas, la mayoría de ellas jóvenes, algunas desnudas y otras semidesnudas. Cuatro de ellas parecían estar contentas; le acariciaban, le masajeaban, en fin, lo mimaban. Las otras tres también lo hacían, pero lucían algo asuntadas. El dion, con la voz ronca y profunda que poseía, le preguntó al recién llegado:

— ¿Para qué me interrumpes, Tobías?

—Mi señor, mil disculpas —contestó luego de haberse arrodillado y dirigido la mirada al suelo.

—Habla entonces.

—Mi señor, el principal prisionero no ha querido hablar. Soportó los diversos interrogatorios. Mil disculpas por nuestra incompetencia.

—Disculpa no aceptada, pero, tal como lo supuse. Mañana hablará. ¿Otra cosa?

—No mi señor.

—Entonces retírese, no quiero más interrupciones. ¿Entendido? Ahora limpia mis gafas con tu camisa. Acércate, con cuidado.

Un poco tembloroso, le quitó los lentes de su rostro. Las limpió. El dion quedó satisfecho, a juzgar por su expresión facial. Se las puso de nuevo. Por poco se le hubieron caído.

— ¡Ah! Otra cosa Tobías. ¡El escudo! (escudo representativo del gobierno, de más de seis pies de diámetro que estaba fijado a una de las paredes de la amplia habitación) necesita un retoque. Llévenlo mañana a los artesanos. Que le den lustre a mi imagen sobretodo, está algo opaca.

—Se hará conforme a su voluntad, mi señor.

Se retiró del lugar sin dejar de mirar al suelo. Mientras, en Cayo Dientes, Lois y Yamirelis descansaban sobre la arena. En un momento dado, ella le dijo que no tenía novio — ¡Soltera y sin compromiso! Le explicó que su ex Daniel era ahora su mejor amigo varón. Lois se ruborizó, ya que le había hecho preguntas indirectas al respecto.

—A quien extraño mucho es a mi papá, a mi amiga Valerie y a mi hermana paterna Carla-

—Diferentes madres.

—En realidad, yo no tengo madre. Más bien, nunca la tuve. De hecho.

— ¿A qué te refieres?

—En el otro lado de mi mismo mundo, como se diga, existen diversas y novedosas maneras de concebir hijos. (Lois volvía a ruborizarse) En mi caso, mi papá le pagó a dos mujeres, desconocidas para mi hasta el día de hoy, una para donar su óvulo y a otra para que tuviera en su vientre el feto, el bebé, o sea a mí, durante los nueve meses hasta el parto.

—No sé qué opinar. Estoy perplejo.

—Por mi padre haberme ocultado por muchos años la verdad, estuve casi un año muy enojada con él. Rebelde desde que me contó todo. Antes de eso me había contado que mi madre falleció durante el parto. Que había cremado su cuerpo y que las cenizas las arrojó al mar. ¡Increíble! Hace poco nos reconciliamos. Terapias, sicólogos, etcétera, de por medio.

En el otro lado del mismo mundo, en ese instante, Daniel y Valerie estaban sentados uno junto al otro en un cine. En un momento dado se agarraron las manos. Al principio, su rostro denotaba cierta incomodidad, solo al principio, luego parecía sentirse cómoda, más bien; contenta...

Yamirelis: en el otro lado del mismo mundoWhere stories live. Discover now