Segundo interludio

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Una paz exquisita, junto con la calma que llegaba, como bien decían, después de la tormenta. ¡Pero que tormenta! No había arrasado con todo, como otras, porque de cierta manera era un tanto divertido recordar aquellos meses en los que aunque el mayor había tenido una serie de problemas podía decir que continuaba con el más serio de ambos, así como con lo cerca que se encontraron incontables veces.

Crecer era algo que se repetía en medio de su terror por las noches entre el calor de aquel hombre. Muy extraño, no podía decir gran cosa más que eso: Extraño.

¿Qué estaba haciendo? Parecía que notar que funcionaban juntos le estaba afectando, al grado de tener reflexiones incluso más largas de las que ya poseía en los momentos más tranquilos.

Apreciarle sentado junto a la batería, casi con banderitas que ponían bien expuesto el nombre de su banda, era como un despertar en medio de todos esos saltos y entonaciones sobre el escenario.

Y ni siquiera era como cuando le despertaba su madre para ir a la escuela, sino como, -en comparación muy real- aquellos que le daba su representante irrumpiendo el cuarto de hotel; gritaba, moviéndose de un lado a otro exclamando que tenía que estar en el vestíbulo en una entrevista en die minutos, mientras el rubio solo ponía las sabanas a su alcance sobre su cara, cubriéndose bien de la intensa luz que a los segundos ya atravesaba su ventana.

Un despertar abrupto, pero que se fue dando poco a poco sin que lo notase.

Crecer, al lado de una persona que dejaba todo por él. Crecer, y de alguna manera arrastrar a aquel hombre tan estupendo a aquella autodestrucción que de una forma u otra se daría, y acabaría, por fin, con todo.

Ya no tenía mucho que hacer, ya no tenía presiones. . . solo tiempo. Para la paz en medio de una cálida mañana de hot-cakes, tranquilidad entre sus brazos, y sus labios. . .

Albarn era tan, tan competitivo. . . nunca se retiraba de una pelea sin haber dado un montón de problemas, y supuso que así sería con cualquier situación, pero... se equivocó.

El, su querido dibujante, era el único hombre que podía dejarle en claro, cuando quisiera, que era mil veces mejor, sin tener como consecuencia una eterna guerra hasta demostrar lo contrario. Era una realidad clara, una que se comía las migajas de pan que tiraba cual niño en el laberinto de su mente, y el montón de pensamientos.

You can blame me -Jamion-Where stories live. Discover now