No puedo hacerlo

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—¡Damon!— La voz de Alex apenas y se escuchaba tras las dos puertas que le impedían al de cabello oscuro saltar sobre el vocalista para molestarlo, y a su vez, levantarlo, despejandolo por completo del periodo de sueño en el que medio se encontraba.

En lugar de continuar tocando la puerta –como en los últimos 10 minutos- cambió a gritar el nombre del vocalista, una y otra vez, en diferentes tonos. Canturreaba, gritaba de nuevo, y de vez en cuando hacia unas cuantas burlas raras aun con que bien sabía que los vecinos podían escucharlo a la perfección. 

Por su lado, Damon rezongaba en su habitación, sin que nadie lo pudiese escuchar; le pesaban bastante los parpados, y claro que deseaba seguir durmiendo, pero desde que tomó conciencia no pudo volver a dormir bien gracias a su amigo, y su ruido de fondo que se volvía insoportable cada que Albarn trataba de ignorarlo. 

Aun en pijama trató de recorrer aquel corto camino, de puerta a puerta; Tenía el pelo enmarañado, y sus labios aun ligeramente hinchados gracias a las ocho horas de sueño que ya empezaba a merecerse. Sus piernas temblaban ligerammente, y como pocas veces se sentía extremadamente débil.

—Mira, cariño, sé que te debo lo de la vez pasada, pero ahora no tengo dinero. . .— Dijo el músico, recargando la frente en la superficie plana de la puerta principal, al tiempo que soltaba su pequeña broma con voz frágil, mientras buscaba a tacto las llaves; acariciaba la pared a su lado, en busca de aquel ganchito en el que Jamie las había dejado. De vivir solo, las habría buscado por horas, debajo de sus sábanas, entre su ropa, y para finalizar, con desesperación entre los sillones.

—La segunda es gratis— Respondió Alex, con ese mismo todo agudo que ejecutó anteriores veces; No le quedaba tan mal, al menos, según Damon, parecía una excelente imitación. Y eso que James tenía su voz algo grave, y todos habrían apostado que el tono de chica que usaba en ese momento era exagerando. 

—Mi cuarto es un desorden. . .— Albarn arrastró las palabras, ya con las llaves entre sus dedos, las cuales torpemente ayudaron a quitarle tantos seguros a la puerta; Jamie era un paranoico de marca.

Cuando llegaron, hacía tantos meses, la puerta solo constaba del seguro que portaba el pomo, y no más.

Damon cuando se dio cuenta de tanta protección ya era algo tarde; llegó del estudio, y claro que primero trató de abrir girando como siempre mencionado pomo, pero por obvias razones no pudo. Solía ser descuidado, era una manía –específicamente esa clase de descuido no se daba en su casa, gracias (a veces) a Justine, y otras, regaladas por cómo era que seguían a Albarn. Eso le asustaba más de lo que expresaba en voz alta-. Aun con que sus dedos estaban cansados no le gritó al dibujante que le abriese; buscó sus llaves, en todos los bolsillos, hasta que dio con ellas en uno que ya había revisado. El que revisó primero, especificamente. Bufó para si mismo, un tanto frustrado, pero lo dejó pasar.

Y allí estuvo, unos cinco minutos empujando la puerta por sí solo, hasta que bien tuvo que rogarle a Jamie que le ayudara, con una serie se quejidos. Para esto grito un par de veces, porque el dibujante había terminado un relajante baño –uno de esos en los que te puedes dormir, y despertar con tanta tranquilidad, ya que no te fijas en tu entorno en absoluto-.

Ahora Damon debía cargar con tres llaves más, lo cual se le hacía una tontería, pero no apeló en contra de Hewll, solo terminó por tratar de acostumbrarse.

Y de tratar de entrar por la ventana que estaba subiendo las escaleras. Muchas veces Jamie cerraba bien esa ventana que estaba en la cocina –muy útil cuando preparaban algo que creaba mucho vapor- pero cuando se le pasaba, Damon se arrastraba hasta entrar –cuando se le olvidaban sus llaves-. Bendecido estaba con ese escultural cuerpo, el cual le convenía conservar si deseaba pasar por alto sus llaves.

You can blame me -Jamion-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora