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"Pero que malhumorado" fueron las primeras palabras que se cruzaron por la mente de Jamie Hewlett al admirar a aquel chico de ojos azules, y cabello rubio.

Esa sonrisa estúpida con la que se cargaba aquel hombre no solo era terriblemente incompleta, sino que también mostraba un gran ego, por la autosuficiencia que creía tener. Como si ser "famoso" fuese mucho, cuando lo único que sabía hacer era medio cantar.

Era de mañana, cuando Hewlett tenía entre dedos un cigarrillo, que después puso entre esos pálidos labios, para posicionar el fino lápiz que tenía más cercano, llevando gracias a mencionada acción, la punta a una hoja; Como para divertirse, dibujaría algo rápido, para evitar que la estúpida sonrisa de aquel joven se pasara de nuevo por sus recuerdos;

—Idiota. . . — Murmuró, al sacarse dicho vicio, y beber de esa humeante taza de café;

Oh, aquel sabor tan exquisito, que hacia se despertara por completo. Cerró los ojos, sintiendo como la inspiración recorría dulcemente por sus dedos. Era eso, o el efecto del café, pero aun así, ya se encontraba listo para dibujar.

Dejó que la primera curva en su mente se representara en esa hoja, previo a continuar con otro exquisito trazo el cual habría formado la cabeza de uno de sus amados personajes.

El chirrido del teléfono le arrebato ese momento, el terminar en ese mismo minuto mencionado plan.

No tardó en levantarse perezosamente de la silla frente a esa pequeña mesa redonda que ocupaba casi todo el espacio en su comedor, para llegar al causante de tan molesto ruido, que igual se encontraba en orden, sobre una mesa alta, de cristal; este mismo le avisaba de quien se trataba: Oliver.

Ah, Oliver, el chico con el que no tenía más de un año con una relación, al cual había conocido cuando se presentó en una firma de autógrafos por tu trabajo: Tank Girl, en Reino Unido

Si bien, no tenían tanto en común, Oliver de una forma extraña llamó su atención en aquel entonces. No como cualquier fan a medias, sino como un completo fan de su persona.

A aquel chico de cabellos claros no le había bastado con el arte que hacia publico el gran Hewlett. Lo deseaba para sí mismo, y lo consiguió, con méritos después de asistir a la fiesta que organizo el representante del artista.

Hermosas mujeres –y famosas- halagaban al gran Jamie, al cual, de ser por ellas lo habrían llevado para el desayuno.

De forma penosa, lo máximo que lograron fue tocar el pecho, u hombros de este mismo, mientras el solo pensaba en una simple cosa:

El peligroso ego. Un poco, como para amarse a sí mismo, era excelente, pero si dejaba que creciese, se haría un viejo insoportable –y solo- en menos de lo que se podía dar cuenta.

El mismo torpe fan asistió a dicho evento. Una cámara fotográfica y un barato gafete le regalaron la entrada.

Y allí estaba, sosteniendo esa vieja máquina de tomar fotos, mientras admiraba atónito el arte que estaba expuesto sobre esas paredes blancas, tras un marco y cristal.

Buscó a su amor platónico por largos minutos; 53, siendo exactos. Era extraño, ya que la fiesta era por, y para Jamie. Debía ser el centro de mesa, casi, pero este mismo se encontraba ocultándose, tímidamente, como un conejito, el cual solo salía a comer cada que el gato dormía.

Porque aun con aquella "fama" este era tímido; tanto, que llegaba a dar algo de vergüenza, puesto que después de años, las personas ricas y talentosas de acostumbran a las otras personas que rugen sus nombres, y exigen más, y más de sus mentes.

You can blame me -Jamion-Where stories live. Discover now