Cap. 30

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30. ACCIÓN DE GRACIAS.

Busqué con la mirada un taxi resguardandome de la lluvia debajo de un pequeño techo fuera de una tienda de ropa.

Había salido a comprar verduras para ayudar a Katy con la ensalada del día de Acción de Gracias cuando a mitad de mis compras la luz del super se apagó, los niños comenzaron a gritar, las madres a ordenarles silencio y los bebés a llorar a grito abierto.

La tormenta que afligía a la ciudad llevaba dos días sin cesar desde el accidente en el auto con América. Las gotas de lluvia hacían un ruido ensordecedor al caer a cantaros sobre la ciudad, las calles estaban repletas de agua y el uniforme de toda la población en la ciudad había sido, esporádicamente, un impermeable amarillo. Al menos ahora nadie criticaba el atuendo ajeno en las iglesias o en la calle, y se podría decir que por primera vez en mis 24 años de vida me sentía a la moda.

Suspiré y apreté en un puño la tira de piel de mi bolsa mariconera. Junto a mi estaban reunidas alrededor de cincuenta personas fuera del supermercado esperando algún tipo de transporte seco en el cual pudieran volver a casa. La tormenta había sido tan grande que incluso la editorial Woodgeth había suspendido labores. Así que ya te puedes imaginar el Apocalipsis que se nos estaba viniendo encima.

—Se te están mojando las verduras —advirtió un bonito niño señalando mi bolsa de plástico blanca debajo de una gotera.

Perfecto, debajo de toda aquella enorme carpa tenía que ser yo la que se plantara justo debajo de la gotera continua.

—Gracias, amigo —dije retrocediendo un poco.

—Mensa —murmuró negando con la cabeza para si mismo.

—¿Cómo me llamaste? —pregunté en su dirección.

Pero el niño giró la cabeza hacia el lado opuesto y clavó a mirada en el techo. Su padre, por otro lado, estaba hablando por teléfono completamente ajeno a la situación.

Resistí el predominante impulso de golpear su pequeña cabeza rubia de corte de hongo con mi bolsa de verduras y respiré hondo cinco veces... no era correcto pelear con un niño.

—Enano —murmuré imitando su tono clandestino personal.

Que no fuera correcto no significaba que me iba a detener.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó repentinamente ofendido.

Giré la cabeza hacia el lado opuesto y clavé la mirada en el techo.

—Inmadura —dijo entre dientes apretando los pequeños puños.

—Peleonero.

—Fea.

Volví la cabeza hacia él mirando como me fulminaba con esos bonitos y tiernos ojitos azules. Engendro de Satán.

—No soy fea.

—¿Quién te lo dijo? ¿Tu madre?

Mi turno de fulminarlo con la mirada.

—¿Quién te hizo ese corte de cabello? ¿Un Vegano? —contraataqué.

Abrió la boca para responder a mi ataque pero la cerró de nuevo y en cambio decidió preguntar: —¿Qué es un vegano?

Por supuesto.

—Un vegetariano... —silencio—. Por tu corte de hongo —silencio—. Es que los vegetarianos comen todo menos productos de origen animal... —silencio.

—Bocona.

—Tonto.

—Solterona.

Abrí la boca muy dispuesta a soltarle algún otro insulto pero reparé en el anterior y no pude evitar abrirle paso a la curiosidad. —¿Y tú como sabes que estoy soltera?

Afortunado Desastre (LR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora