XXIV. LA TIENDA DE ARMAS

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Entre todos, pensamos en un plan. Era bastante sencillo, no podía torcerse de ningún modo. Esta vez no nos pillaría por sorpresa como la batalla de Starcourt. El único problema eran las armas. Pero Eddie tenía solución también para eso.

-Vais a flipar - dijo, abriendo sobre la mesa una guia de servicios -. La Zona de Guerra. Fui una vez. Es enorme. Tienen todo lo que necesitas para… bueno, matar de todo, básicamente.

-¿Incluso un monstruo asesino de otra dimensión? - pregunté.

-Sí, incluso eso.

-¿El tío disfrazado de Rambo tiene de todo? ¿Eso es una granada? - señaló Robin -. ¿Cómo puede ser legal esta tienda?

-Pues por suerte lo es, ¿vale? Y este almacén está lo bastante lejos de Hawkins. Mientras no cojamos la carretera principal, podremos evitar a la poli y a los… paletos enfurecidos.

-Si queremos evitar a los paletos enfurecidos, mejor no ir a una tienda llamada Zona de Guerra - indicó Erica.

-Tienes toda la razón, pero… necesitamos armas. Y creo que vale la pena - afirmó Nancy.

-Yo también - dijo Lucas.

-Ya, pero, ¿no perderemos tiempo? Se tarda un día en ir y volver en bici - explicó Dustin.

-No hace falta ir en bici - sonreí y miré a Eddie.

-¿Me has leído el pensamiento, preciosa?

-Espera, ¿tienes un coche y te lo habías callado? - preguntó Steve.

-Pues no es exactamente un coche, Steve - respondió Eddie.

-Y tampoco es exactamente suyo. ¿Me equivoco? - dije.

Eddie sonrió como respuesta y se giró hacia Max.

-Eh, pelirroja, ¿tienes algún pasamontañas, o un pañuelo, o algo parecido?

Max lo pensó un rato. Finalmente, afirmó. Se marchó un momento y volvió con una máscara de Michael Myers.

-Pues… tendrá que servir - suspiró Eddie, que posiblemente no tenía aquello en mente.

Se la puso antes de salir. Escondiéndonos y comprobando que nadie nos veía, seguimos a Eddie, avanzando hacia una de las caravanas del parque a la que pudimos entrar por una de las ventanas de la parte de detrás.

Eddie corrió al volante y yo le seguí. Steve vino justo detrás.

-¿Dónde aprendiste a hacerlo? - pregunté, asombrada, mientras Eddie manipulaba los cables con destreza.

Me dirigió una corta mirada antes de seguir atendiendo a los cables.

-Cuando los otros padres enseñaban a sus hijos a pescar o a jugar a béisbol, mi viejo me enseñaba a hacer puentes - explicó -. Y me juré a mi mismo que yo no acabaría igual que él, pero ahora me buscan por asesinato y, pronto, por robo de coches. Conque… ya soy un auténtico Munson.

Apoyé mi mano en su hombro de forma cariñosa. Sabía que su padre había sido un capullo, al igual que el mío, y que esa había sido una de las razones por las que habíamos conectado. Fíjate, al final aquellos imbéciles sí que habían servido para algo.

-Eddie - interrumpió Robin -, no me encanta la idea de que tú conduzcas la caravana.

-Solo voy a encender el motor - aseguró él, y le dirigió una mirada a Steve -. Harrington conduce. ¿A que sí, campeón? - preguntó, con la voz que usas al hablarle a un niño pequeño.

A Steve no le dio tiempo a responder. Eddie encendió el motor y enseguida los dueños de la caravana empezaron a golpear el cristal. Nos apartamos del volante para cederle el sitio a Steve y arrancamos de forma un poco violenta.

Stranger Things // La Tercera de los Hermanos ByersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora