Me encontraba junto a mis amigos en el club nocturno, el Pandemonium.
Adoraba a mis amigos, y celebrar su cumpleaños todos juntos, pero sin duda preferiría estar celebrándolo con ellos, en algún lugar solos, donde al menos pudiese escucharles sin necesitar que me griten en la oreja.
Me alejé un poco, por el agobio que me provocaba sentir que no existía mi espacio vital.
Salí del edificio bajando el ajustado vestido negro que mis amigos me habían animado a llevar. Fuera de la discoteca el caos no había acabado, la gente correteaba por todas partes y bebía fuera del establecimiento, para no tener que pagar las caras copas del interior.
Alguien me adelantó corriendo, golpeándome al pasar a mi lado.
Era un chico moreno, que me dedicó una mirada de disgusto y sorpresa antes de que otro chico, rubio, le golpease en el hombro para seguir corriendo juntos.
Caminé por algunas callejuelas. Olía a húmedo y a basura, pero todo me parecía mejor que volver a aquel antro donde la música y la gente no te dejan disfrutar de nada.
De repente escuché pasos, alguien estaba corriendo a mi alrededor, y me asusté.
Comencé a mirar a todos lados, buscando de donde provenía el ruido, pero no había nada. Un ruido sonó a mis espaldas y cuando me giré detrás de mi había un hombre que parecía estar derritiéndose y con los ojos completamente negros.
De repente, aquel oscuro, silencioso y solitario callejón se llenó de gente, el chico moreno con el que me había chocado y su amigo el rubio estaban acompañados por una chica pelirroja o otra que llevaba un hermoso vestido blanco.
Al haberme quedado observando a aquel grupo de chicos le había dado la espalda al hombre, y no recordé que estaba ahí hasta que no sentí su mano rodeando mi cuello.
No pude evitar chillar, y de repente aquel grupo de chicos se encontraba armado con una especie de espadas láser de color blanco.
— Suéltala— gritó el chico moreno saltando sobre aquel bicho y cortando el brazo con aquel cuchillo extraño.
El bicho comenzó a correr por la calle, y el grupo de chicos salió corriendo tras él, de repente me sentí mareada, toqué mi cuello y sentí como había una espina clavada en él.
Me tambaleé intentando no caerme, pero fue imposible.
Una vez en el suelo, el chico moreno llegó mi lado, sujetándome la cara. Le veía medio borroso, pero sabía que el rubio todavía lo acompañaba.
Lo último que vi fue como el moreno tomaba mi brazo, y después de eso un terrible ardor.
— ¡Alec no puedes hacer eso, es una mundana!
— ¡Hay que llevarla al instituto!
— ¿Cómo supiste que no moriría?
— ¡Pudiste haberla matado!
Oía voces a mi alrededor, de dolía el brazo, mucho más que el cuello. Sentía la luz en mis ojos y comencé a despertarme.
No sabía donde estaba, pero olía bien. Oí pasos acercándose a mi, alguien tomó mi brazo y me colocó algo frío. No sé si fue un acto reflejo o simple miedo pero abrí rápidamente los ojos e intenté golpear a aquella persona.
— Ten cuidado, te acabarás cayendo— dijo una voz masculina, el chico que me había estado tocando el brazo me estaba sujetando, para que no acabase estrellada en el suelo.
— ¿Qué hago aquí?... ¿Dónde es aquí?— pregunté mientras la persona detrás de aquella voz me ayudaba para volver a tumbarme en la cama.
— A ver, deberías ir poco a poco, llevas tres días inconsciente— dijo el chico, era el chico moreno de aquella noche, él que me había ayudado con aquella cosa que me atacó.
— Soy Alec— dijo él tendiéndome la mano, intentando ser cortés.
Me quedé embobada observándole, era tan guapo que no parecía real, y por la forma en la que mi corazón palpitaba entre mis costillas, sabía que mi cara sería un color tan rojo como el tomate.
Le iba a tender mi mano cuando me di cuenta de que en mi brazo había un extraño dibujo que me sorprendió tanto que casi caigo por el otro lado de la cama.
Alec, tuvo reflejos de lince y consiguió sujetarme antes de que cayese, quedando demasiado cerca de mi, haciendo que mis nervios aumentasen todavía más.
Y como un gato lo empujé por los nervios, haciendo que cayese al suelo.
