Habían pasado un par de semanas y todavía no podía creerme todo lo que había pasado.
De repente había pasado de ser una huérfana con una vida muy normal a ser una especie de guerrera medio ángel.
— Tienes que concentrarte, sino jamás aprenderás a pelear— me decía Clary, que me estaba enseñando a usar el sable láser que tenía un nombre raro Seramín o algo así.
— Es que tengo demasiadas cosas en la cabeza, he sufrido muchos cambios últimamente— dije señalando el instituto, y mi ropa, la cual se había teñido de negro, y parecía ser de manera permanente.
— Es normal, pero sé que hay cierto moreno en tu cabeza que tampoco te deja concentrarte— dijo mandándole una rápida mirada a Alec, que se encontraba entrenando con Jace en la sala de al lado.
— ¿Alec?, noooo, solo me parece atractivo— dije mientras me tocaba el codo, recordando aquella caída en la enfermería, cuando le conocí.
— Puedes mentirte todo lo que quieras, pero he visto las miradas que os echáis, y ahí sé que no mientes jajaajajjaja—dijo la pelirroja riéndose, mientras veía como mis mejillas se teñían de rojo.
— Deberíais hablar— dijo Isabella metiéndose en la conversación y ofreciéndonos unas chocolatinas para recuperar fuerzas después del entrenamiento.
Miré a Alec, y nuestras miradas se cruzaron, me sonrojé y aparte la mirada rápidamente, haciendo que Clary e Isabella se riesen de mi.
Caminaba hacia las habitaciones, tenía que guardar mi cuchillo luminoso y darme una buena ducha.
— ¡T/N!—oí que alguien gritaba a mis espaldas, no me hizo falta girarme para saber quien era, se había vuelto dueño y señor de mis sueños y pensamientos.
— Alec— dije girándome hacia él saludándole.
— ¿Qué necesitas?— pregunté cuando me alcanzó y se colocó a mi lado.
— Solo quería hablar contigo, te he visto entrenar, y eres horrible con el cuchillo serafín. Así jamás te destinarán a una misión— dijo medio riéndose de mi, señalando el cuchillo que llevaba en la mano, y con el que me había cortado varias veces las manos intentando aprender a usarlo.
— O dios mago y señor del cuchillo sinfin, enséñame tus conocimientos— dije siguiéndole el rollo y haciendo que soltase una carcajada por mi comentario.
— Mañana, a las siete en el gimnasio, y, por quinta vez, es un cuchillo serafín— dijo continuando por el pasillo y despidiéndose de mi con la mano, antes de doblar una esquina.
No pude evitarlo, aquella noche dormí fatal, no quería llegar tarde a mi cita con Alec, y estuve entrenando porque no quería quedar totalmente en ridículo con él.
Así que, exhausta y con mil tiritas en las manos me dirigí al gimnasio al día siguiente.
Alec ya se encontraba allí, lanzando flechas a una pequeñísima diana con forma de demonio y que se movía rápidamente por la sala. Temí por mi vida cuando Alec me apuntó, asustado porque hice ruido.
— Has venido— dijo demasiado emocionado.
— Claro, no quiero quedarme aquí de por vida, sin poder salir— respondí desenfundando el cuchillo.
Comenzamos a entrenar, él era muchísimo más bueno que yo, tenía más reflejos, más agilidad y su fuerza era mucho mayor.
En una maniobra sorpresa me hizo la zancadilla para hacerme caer, yo, temiendo por mi vida me agarré a lo primero que pude, su camiseta y lo acabé tirando conmigo.
O más que conmigo, lo tiré sobre mí.
Nuestras caras estaban muy cerca DEMASIADO cerca y no pude evitar sonrojarme, él sonrió ante mi reacción, mostrando su perfecta y blanca dentadura.
Saqué fuerzas de donde no las había y lo agarré de la cara, besándole.
Reaccioné y me alejé de él rápidamente, ahora era él el que estaba sonrojado. Justo cuando estaba a punto de salir corriendo fue él quien tomó la iniciativa y me volvió a besar.