Cuando decidí mudarme a New York nunca pensé que volvería a ver a Rachel y a Mónica, mis compañeras y amigas de la secundaria.
Pero ya hacía más de un año que vivía en su mismo edificio.
Phoebe, Mon, Rachel y yo estábamos sentadas en casa de Mónica y Rachel viendo al hombre desnudo de la ventana.
Joey Ross y Chandler estaban en el Central Perk pidiéndonos unos cafés porque, supuestamente, yo estoy enferma, enfermísima, tanto que no puedo moverme de la cama, y por lo tanto no puedo ir a trabajar al Central Perk y no quería que Gunter me regañase, por lo que no podía bajar.
Las chicas me preguntaban por Joey y nuestra relación. Ante eso solo podía sonrojarme y decir que nunca me habría imaginado que nuestra relación pudiese llegar tan lejos, sobre todo teniendo en cuenta lo mujeriego que era antes de que empezásemos a salir.
Phoebe sigue pensando que soy una especie de diosa mandada del infierno siendo la única mujer capaz de aguantar a Joey como pareja seria, por más de un par de semanas.
Los días van pasaron, tenía turno de tarde en el Central Perk y, por lo que me había dicho Candler, Joey y Ross deberías estar allí, por lo que no sería una tarde muy aburrida.
Iba caminando, y cuando estaba casi a punto de entrar oí una voz decir : "Me gusta Rachel"
Entonces me acerqué a cotillear. Venía de dentro de la cafetería, donde estaban Joey y Ross, pero ¿Qué hay de nuevo en que a Ross le guste Rachel? De todas maneras quería enterarme del chisme para contárselo a las chicas.
Pero todo cambió radicalmente, cuando Ross giró sobre sus talones quedando frente a Joey con una cara de sorpresa y terror.
— Lo siento....— dice Joey con la cabeza gacha.
El mundo se me cae encima.
A Joey le gusta Rachel.
¿Y que se supone que hace conmigo? ¿Jugar?
Seguro que solo quería tener a alguien accesible para pasarlo bien.
¿Cómo he podido ser tan ilusa? ¿Cómo he podido creer que de verdad le gustaba?
Estaba en shock.
Cuando conseguí salir del trance, me di cuenta de que había comenzado a caminar hacia mi apartamento.
Preparé la todas las cosas que necesitaba y salí de allí, era hora de un cambio de aires. Ya me las apañaría para conseguir que me mandasen el resto de mis cosas. En ese momento necesitaba marcharme.
Les iba a echar de menos, pero no podía aguantar la humillación de quedarme.
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