Capítulo 71

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Mi celular suena por milésima vez desde hace una hora y, por milésima vez también, rechazo la llamada y lo pongo en silencio. No sé por qué no hice eso desde el principio.

—¿Por qué no le contestas a Matthew? —inquiere Yoongi echándome una mirada fugaz mientras conduce—. ¿De qué me perdí?

Sigo molesta con él por haberle contado a Claire que soy esquizofrénica. Me prometió que no abriría la boca y se lo cuenta a Claire, que seguramente ya se lo contó a Henry también. No sé cómo me verán ahora: si con lástima o si ya no querrán estar cerca de mí. Probablemente las dos cosas.

Antes de darme tiempo a responder, su celular empieza a sonar y el nombre de Matthew aparece en la parte superior de la pantalla. Faltando un par de calles para llegar al consultorio de la doctora Mills, Yoongi se detiene a un lado y contesta.

—Sí, está conmigo y está bien —responde Yoongi, mirándome—. Y yo que sé. ¿Qué pasó?

Luego de recibir una breve respuesta de éste, Yoongi me pasa su celular.

—Quiere hablar contigo.

—No quiero hablar con él —digo fuerte y claro para que Matthew escuche y advierta que tan enojada estoy por el tono de mi voz.

—¿La oíste? —Yoongi se lleva el celular a la oreja otra vez, sin quitarme los ojos de encima.

Vivimos bajo el mismo techo, en algún momento tendremos que vernos y hablar, pero por ahora no quiero.

—¿Qué pasó? —pone fin a la llamada. Lleva su mano a mi mentón y me hace voltear hacia él—. Hazel...

—Le contó la verdad a Claire sobre que... —todavía me cuesta decirlo en voz alta sin automáticamente pensar en "loca".

—¿Y tienes miedo de lo vaya a pensar? —pregunta, como si estuviera leyendo mi mente. O tal vez mi mirada preocupada e intranquila me delata sin esfuerzo—. Ser esquizofrénica no te convierte en una mala persona, Hazel, y si ella piensa así, es una idiota menos con la que lidiarás. Además, ¿nunca escuchaste ese dicho que el monje no hace al hábito?

—Es al revés —sonrío, olvidándome del por qué me siento mal.

—Sí, lo sé. Pero te hice sonreír —acaricia mi mejilla con su pulgar y sonríe satisfecho.

Un gesto que cualquier persona vería como simple y cotidiano, pero para mí, es mágico. Es mágico el modo en que sus ojos brillan cuando se encuentran con los míos, con qué facilidad es capaz de hacer irradiar su luz interna, esa que casi siempre mantiene oculta, para mí. A pesar de tener sus propios demonios, se toma el trabajo de ayudarme a luchar contra los míos. Tiene la clase de fortaleza que me gustaría tener.

Estoy segura que no lo sabe, pero es una persona como pocas y tuve la extraordinaria suerte de toparme con él.


El consultorio particular de la doctora Mills difiere bastante del que tiene en el hospital. Además de ser más grande, tiene más cosas como diplomas y títulos enmarcados colgados en la pared a mi derecha; un escritorio de madera laminada color rojizo más pequeño que el otro refleja en brillo del sol, realzando la iluminación de la habitación; un ventanal cubierto con cortinas casi transparentes que dejan que la luz del sol se cuele sin problema y un juego de sillones de cuero negro, uno largo, en el que podrían sentarse cuatro personas a la vez; otro individual con el mismo diseño que el más grande y el típico estereotipo de sillón que usan los psicólogos que se utilizan en las películas.

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