Capítulo 66

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El primer día del fin de semana es un día ideal; cielo totalmente despejado y una leve brisa fresca sopla, que pasa inadvertida para quien lleva puesto un abrigo adecuado. Mi celular marca casi las seis y media de la mañana cuando bajo a desayunar con Matthew. Ann y Louis siguen durmiendo. ¿Y quién no? Es sábado y la mayoría de las personas que trabajan y estudian toda la semana, lo aprovechan para dormir.

Cuando terminamos y estamos a punto de irnos, Ann aparece envuelta en una bata y usando pijamas.

—Si no me despertaba, se iban a ir sin siquiera saludar —advierte Ann con una expresión de estar media enfadada.

—No queríamos molestarlos —me apresuro a aclarar.

—No van a volver hasta mañana. Con más razón todavía deberían habernos despertado para que los despidiéramos —Ann aprieta la bata contra su cuerpo un poco más y se cruza de brazos—. ¿Es necesario que se queden allá hasta mañana? —insiste por enésima vez desde que le dijimos sobre el viaje.

—Ann, ya lo hablamos. Es un viaje de casi seis horas en auto. Doce de ida y vuelta. Seis horas aguanto en un día, pero doce no —le explica Matthew.

Ann desvía su mirada insegura hacia mí. Yo soy la razón de que no esté tan convencida de que dejarnos viajar solos es una buena idea.

—¿Crees que no la cuidaré bien? —sugiere Matthew con un atisbo de burla.

—No. No es eso... —responde Ann con voz débil y aparta su mirada de mí.

Desde el primer día que puse un pie en esta casa, Ann no se ha dejado de comportar como una madre para mí. Sin ir más lejos, el segundo día de mi estadía aquí, ella ya me había llevado de compras, a pasear por el centro de la ciudad y me había dicho que era como la hija que siempre quiso tener. Al principio me incomodaba un poco, pero sin darme cuenta, fui acostumbrándome a ello. Obvio, por más maternal que se muestre conmigo, nunca podrá compararse con mi madre, no obstante, me agrada esa calidez maternal que me brinda. Por lo general, las personas que no tienen hijos no están muy familiarizadas con las emociones que se desarrollan en las relaciones entre padres e hijos. Ann es una excepción; parece como si hubiera criado a niños durante toda su vida adulta.

Me acerco a ella y le digo con una sonrisa:

—Tranquila, estaré bien.

Luego de vacilar un momento, Ann me devuelve la sonrisa y me da un ligero apretón en la mano.

—Si yo no te inspiro demasiada confianza, sabes que también irá Yoongi —bromea Matthew.

—Porque mi sobrino es el chico más responsable del mundo —se une a la broma.

Ann se voltea hacia a mí y, por un momento, por la manera en que me mira y sonríe, pienso que sabe lo que hay entre Yoongi y yo.

—Sé muy bien que él también la va a cuidar —dice con un tono peculiar que no logro distinguir.

Para las siete y media, Henry y Claire ya están esperándonos en la entrada de la universidad para viajar hasta el Museo de Arte Asiático en San Francisco debido a nuestro proyecto final de Literatura Oriental. Debemos hacer una monografía sobre un autor y la manera en que veía al mundo de su época representado en sus obras.

Ya que ninguno de nosotros tiene un auto, Matthew se ofreció a llevarnos en el suyo. Está de más decir que Claire está más que contenta de la vida con la idea de pasar, prácticamente, un día y medio con Matthew. Estaremos Henry, Yoongi y yo además, pero estoy segura de que será como si no estuviéramos ahí.

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