Capítulo 67

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Es un atardecer más frío que el de Santa Mónica. Al abrigo de plumón claro que llevé puesto prácticamente todo el día, debo agregarle una bufanda de lana blanca que se me ocurrió meter en mi bolso sin pensar que realmente la usaría.

Me resulta casi imposible disimular mi expresión taciturna mientras Matthew conduce por el centro de San Francisco en busca de un buen lugar para cenar. Un rato antes de que saliéramos, Yoongi dijo que tenía que hacer algo y que luego nos alcanzaría. No entiendo qué tiene hacer en esta ciudad que no puede esperar a mañana.

Apoyo la cabeza contra la ventanilla y cierro los ojos, deseando que fuese el hombro de Yoongi y no un gélido vidrio.

Escucho las voces de Matthew, Claire y Henry discernir entre cuanto lugar pasamos por delante. De repente, del bullicio que arman éstas, surge una cuarta muy distinta a la de ellos.

Te dejó sola, zorra.

Abro los ojos de golpe y permanezco paralizada, con la vista puesta en el respaldo del asiento del acompañante que ocupa Claire. El aire se congela en mis pulmones. Hasta mis latidos se desvanecen.

Eres una zorra asquerosa. ¿Cómo puedes desear a tu propio primo?

En ese momento, Henry pone su mano en mi hombro y me volteo hacia él, sobresaltada.

—¿Qué dijiste? —pregunto con la respiración entrecortada.

—Que si estás bien —el semblante de Henry es ligeramente preocupado—. Hazel, ¿estás bien? —repite, acentuando su expresión.

El pavor me impide hablar. Apenas soy capaz de recordar que debo respirar. Lo único que puedo pensar es «otra vez no, por favor.» Esos constantes acosos a cualquier hora del día y de la noche; esa sensación de no ser yo quien controla mi mente y todo lo que pienso y hago. Otra vez, no.

—Estoy bien —encuentro mi voz, que creí perdida en mi interior.

Estoy bien. Todo está bien. Me lo acabo de imaginar. Los tres estaban hablando a la vez en un tono bastante elevado y sus voces se mezclaron en mi cabeza. Sí, fue eso. Definitivamente fue eso.

Sin embargo, en el fondo, soy consciente de que lo que me estoy exigiendo creer es muy improbable.

Finalmente, Matthew aparca en la acera contraria a un restaurante con un cartel luminoso con el nombre de Barvatti. Desde afuera pueden verse, a través de las paredes de vidrio transparente, varios clientes disfrutando el rato, comiendo y charlando entre sí y pienso que sería maravilloso que, al poner un pie dentro de aquel lugar, ese afable humor que parece acompañar a cada persona, se me contagie. Aunque sea un poco.

—Esperen. Se me cayó la billetera en el asiento —Matthew se regresa al auto.

Inhalo profundo, llenando mis pulmones casi a su capacidad máxima, y cuando exhalo, me siento un poco más tranquila. Es como si todas mis preocupaciones y miedos me abandonaran a un ritmo lento junto con el aire que expulso de mis pulmones. Cierro los ojos y repito la misma acción una vez más. Esta vez me concentro en cómo se siente el aire frío en mi garganta al recorrerla. No es muy agradable al principio, sin embargo, cuando éste toma la temperatura de mi cuerpo, se vuelve tolerable.

Abro los ojos, todavía mirando hacia el restaurante cruzando la calle. Hay alguien parado frente a la vidriera. La luz que proviene del interior del establecimiento ennegrece su aspecto y hace que su rostro sea difícil de distinguir. La luz del sol está debilitándose cada vez más a medida que el atardecer continúa dándose, por lo que ésta no es suficiente para permitirme ver el rostro de que aquella persona.

|| Damaged || Suga ||Where stories live. Discover now