Capítulo 41

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El salón estaba repleto de gente, quienes sonreían de oreja a oreja y cuchicheaban entre ellos, alegres. Mi sonrisa era igual de falsa que la de ellos, era un sacrificio que debía hacer, sobre todo si estaba junto a Dmitrei. Practicamos el vals real, el que bailaremos oficialmente como esposos el día de la ceremonia. Luego de estar casi una hora bailando sin cesar, el vals había quedado perfecto, Dmitrei bailaba con agilidad y yo seguía sus pasos con destreza, por lo que, cuando la música dejó de sonar, e hicimos una reverencia mientras éramos envueltos por los aplausos de la multitud, sonreí, esta vez de verdad. Al fin me había librado de este vals tan tortuoso.

Observé a mi padre y madre, quienes me sonreían ampliamente, y, mi hermano, también, los tres me ofrecieron sus más radiantes sonrisas. Me estaba encaminado para reencontrarme con mis padres y hermano, pero alguien se acercó a susurrarle algo a mi padre, a lo que este asintió y se retiró junto a mi madre, y George, fue a encontrarse con Damian, quien hacía caso omiso a su presencia.

Al ver que no tenía nada más que hacer aquí, empecé a caminar hacia la salida.

—Jenara, ¿podemos vernos luego? — preguntó Dmitrei, con el semblante serio.

Lo observé de arriba a abajo, hasta llegar a sus ojos grises, los cuales no transmitían emoción alguna. Penetré sus ojos, manteniendo mi expresión serena, como si no me importara en lo más mínimo su pregunta o su presencia me afectara. Solté una risa incrédula, me giré y salí de ahí. Si fueran otros tiempos, de seguro hubiera temblado ante su penetrante mirada, o no hubiera tenido el valor de mirarlo así para luego irme sin más, pero pasar tiempo con Dakott, tenía sus ventajas. La chica era tan inexpresiva, que aprendí de ella, de cierta forma, servía como un arma, una forma de enfrentar los problemas sin tener que manifestar mis sentimientos o emociones.

El día estaba demasiado tranquilo, los pájaros cantaban y el sol brillaba con todo su esplendor. Me parecía un día demasiado perfecto, y todos sabemos que la perfección, siempre tiene un punto de quiebre.

Al ingresar a mi habitación, vi a Eike sentado al borde de la cama, de brazos cruzados, me miraba con reproche. Estaba enojado, eso era seguro, y el motivo era porque últimamente lo había dejado en mi habitación, sin dejarlo salir a menos que no fuera conmigo, pero ¿Qué quería que hiciera? Lo amaba, por eso lo protegía de tal forma, no dejaría que saliera sin mi supervisión, prefiero eso a que le ocurra algo malo.

Me dirigí a la otra habitación para quitarme el incómodo y pomposo vestido escarlata que traía. Saqué del gran closet un vestido color beige, con bordados blancos, las mangas llegaban hasta el antebrazo con un vuelo blanco, me lo puse sin pensarlo dos veces, para luego calzar unas zapatillas color perla. Me observé en el espejo, jamás creí que amaría tanto un vestido como lo hacía ahora, sentía que fue diseñado completamente para mi, que era especial, por eso lo apreciaba tanto.

Luego de asentir con la cabeza ante mi reflejo, me senté frente al tocador para desarmar el elaborado peinado que traía, Eike no tardó en subirse al tocador, comenzando a chillar.

 —Sé que quieres salir, pequeñín, pero hoy no — preguntó porque, a lo que yo solté un suspiro, dejando mi cabello en paz — Eike, dentro de una semana y media, me casaré y seré coronada reina, los preparativos y ensayos me mantienen ocupada todo el día. — el moinckius aceptó, con pesar — Te prometo que cuando vuelva de acordar unos asuntos con mis padres, saldremos ¿va? — chilló de emoción, para luego salir corriendo de la habitación, sonreí.

Acabé de deshacer mi peinado para luego sujetar dos hileras de mi cabello y amarrarlas atrás de mi cabeza, haciendo un peinado medio, sencillo pero sofisticado. Me despedí de Eike, y salí de la habitación.

Heredera Perdida [Completa]Where stories live. Discover now