Capítulo 31

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Lo que Hope estaba viviendo bien podría considerarse el sueño de cualquier otra mujer que habitara en Manhattan o en cualquier otra parte del mundo. Es decir, llevaba un vestido de cuento de hadas —palabras de Joy, alegando que el color oro rosa era la mejor creación que se incorporó en el mundo de la moda—, un anillo de compromiso cuyo diamante no cualquiera podría portar —porque sí, era enorme y pesado—, su esposo era malditamente atractivo y la miraba con adoración y ahora iba de camino en una limusina al hotel Rivers, uno de los más lujosos del país, para asistir a la recepción de su boda porque acababa de dar el «sí» en el altar.

¿Qué más podía pedir?

Tenía un marido que no se cansaba de decirle cuánto la amaba a pesar de estar ciega, un defecto de ligas mayores desde su perspectiva; su hermana desde el día que fue a cenar a la casa de Cedric se oía más alegre y menos quejumbrosa de lo normal. Era lo mejor que a alguien como ella podría pasarle porque incluso sus amigos estaban ahí, disfrutando del acontecimiento.

Aunque debía admitir que Edward le hacía falta, era una lástima que el rubio no quisiera saber de ella, comprender que realmente nunca la apreció como Damon y Grover llegaron a hacerlo le dolía.

—Vi que solo vino un gemelo —comentó su esposo de pronto, entrelazando sus dedos—. A decir verdad, durante la última semana sólo he visto a uno.

—Edward se fue a Miami, prefirió hacerse cargo de los clubes que están allá.

—Ya veo... —arrastró sus palabras.

—Joy me dijo que Miranda está entre los invitados.

—Ella y mis amigos vinieron desde muy lejos para esta boda, Hope, no puedo echarla, pero si te sirve saberlo, el martes regresarán a Londres.

—¿Todos?

—Sí, los tres se marcharán.

—Al único que extrañaré será a Samuel.

—¿Por qué? —preguntó ofuscado—. Ni siquiera es tu ami...

—Sé que por él llegaste al club, Cedric, de no haber sido por tu amigo, ahora tú estarías en tu extremo y yo en el mío yendo a la recepción en un silencio sepulcral.

—Y a mí me dolería en el alma no poder tocarte ni besarte cómo puedo hacerlo ahora. —Dejó un casto beso en sus labios, robándole una risilla—. Tienes razón, ahora que lo pienso, yo también lo echaré de menos.

Ambos soltaron una carcajada y los nervios la carcomieron por dentro cuando la limosina se detuvo.

—¿Qué sucede?, ¿por qué estás tan nerviosa?

—¿De verdad no te afecta tener una esposa ciega? —Quiso saber—. Hay tanta gente que debe admirarte, me resulta incómodo saber que tendré que estar entre ellos sin saber a dónde ir.

—Eres la esposa más perfecta que pudieron otorgarme, Hope. —Le dio un apretón de manos, tratando de relajarla—. Y más que admiración, ahora me tienen envidia.

¿Sería verdad?

—Ten, es un pequeño regalo para ti. —Le entregó un bastón y frunció el ceño.

—Dejé el mío en casa porque me avergüenza que me vean con él —gruñó con enfado.

—Quiero que la pases bien y lo necesitas para moverte con mayor seguridad. Además, combina de maravilla con tu vestido, Sandra me ayudó a escogerlo.

La idea de tener un bastón fuera de lo normal y ordinario la llevó a tocarlo con curiosidad. Ciertamente el metal parecía muy bueno y tenía una textura extraña, como si estuviera lleno de brillantina.

—Tal vez podría usarlo.

Sonó indiferente, pero en el fondo se sentía emocionada, Cedric la mostraría al mundo como realmente era.

—Es hora de entrar, mi amor.

La ayudó a bajar con mucho cuidado y sin necesidad de tener sus dos ojos funcionando, fue plenamente consciente de todos los fotógrafos que estaban a su alrededor, tomándole un sinfín de fotos.

Posó la mano en el brazo de Cedric y con ayuda de su bastón, ingresó con total confianza al hotel Rivers, como si realmente se hubiera metido en el papel de la princesa que estaba viviendo su historia de amor de ensueño.

Todos los invitados ya estaban en el lugar y su entrada captó su atención, no obstante, ni siquiera así titubeó y le entregó su bastón a Joy para poder danzar el primer vals.

La música era algo valioso para ella y su hermana, ambas tenían el don de poder cantar y bailar bien, por lo que se llenó de seguridad y dejó que tanto Cedric como la melodía la llevaran.

Fue maravilloso, un momento tan mágico, que por el resto de la tarde olvidó que era una ciega rodeada de gente importante y posiblemente muy poderosa.

No le pasó desapercibida la ausencia de Miranda —a quien imaginó muy pegada a Cedric durante la fiesta, estorbándolos— y la incomodidad de Damon, que, si bien estaba cerca de ella junto a Grover, parecía haberse quedado sin palabras.

—Es extraño —comentó Cedric mientras le entregaba una copa de champán para acabar con el calor que la consumía por dentro de tanto bailar.

Hizo bien en no comer mucho del banquete, de ser así ahora preferiría estar sentada en vez de en la pista de baile junto a su esposo.

—¿Qué? —Le dio un sorbo, agradeciendo que el líquido estuviera frío—. ¿Qué estás viendo que no te gusta?

—Felicity y Joy están muy juntas.

—Sí, es extraño —admitió, preocupada—. ¿Debería ir con Joy para separarlas?

—William las está vigilando, él hizo que lo notara.

—¿Tu hermano cuidando de dos adolescentes en vez de estar de picaflor en la fiesta? —bromeó y pronto Cedric rodeó su cintura.

—Soy yo o el trago te achispó los sentidos.

Posiblemente, pero esa no era la razón de su felicidad.

—¿Por qué crees eso?

—Te ves y suenas muy feliz.

Lo abrazó por el cuello.

—No es el trago —aseguró y unió sus labios con ternura—. Es por ti, me gusta estar contigo. 

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Déjame quererte *Almas perdidas* (EDITADA)Where stories live. Discover now