Cap. 54- Milagro.

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Sophie, temblaba ligeramente en los brazos de Thomas, quién al igual que ella, estaba destrozado. Su llanto no cesaba ni por un segundo. Podía sentir que se ahogaba en cada intento por respirar y el corazón se le oprimía en cada latido.

Para Thomas, fue desgarrador escucharla llorar de ese modo, intentó con todas sus fuerzas no dejarse arrastrar por ese dolor, pero le era imposible. Dolía cómo los mil demonios, cómo si literalmente le arrancarán el corazón del pecho sin piedad alguna.

Bien sabía que su pequeña, lo necesitaría y debía estar firme para ella, por lo que contuvo su propio llanto en su garganta.

De pronto ambos escucharon el ruidito proveniente de su bebé que cargaba Sophie, aún en sus brazos. Sophie, abrió sus ojos y fijó su enrojecida vista en ella. Dejó escapar un tembloroso suspiro. Ahora ella era su nueva esperanza. Por ella le tocaba ser fuerte una vez más, por más que el mundo se le viniera encima.

– Quiero a mi bebé –logró decir Sophie con la voz aún rota–. Quiero a mi bebé. Quiero despedirme de ella. –y una vez más sus lágrimas abandonaron sus ojos como el caudal de una presa.

Nadie se opuso ni objetó nada. La enfermera Eva, envolvió el cuerpito de la bebé con una manta rosa y caminó con ella en dirección a Sophie.

Un llanto escapó de la boca de Sophie, que intentaba contenerse con todas sus fuerzas, pero resultó inútil. Aún con su otra bebé en brazos, la recibió. La observó por largos segundos, parecía sólo estar dormida, tranquila. Se inclinó y besó su pequeña frente, dejando en el camino un par de sus lágrimas.

– Siempre serás mi ángel... mamá siempre te va a amar, ¿Sabes?... –su voz volvió a romperse con cada sílaba– serás mi estrella favorita del cielo. Te amo. –volvió a besar su frente.

Thomas a su lado hizo lo mismo que Sophie, y besó su cabecita por primera vez y tal vez la última. Sus lágrimas, aquellas que intentó apresar con fuerza, también cayeron sobre ella. Thomas cerró fuertemente sus ojos, el nudo en su garganta le impedía pronunciar palabras.

«¡Dios! ¡Esto no puede estar pasándonos! Quiero que mi hija viva, por favor. Por favor. ¡Regrésamela! La quiero de vuelta». –rogó Thomas, desde su interior con desesperación, esperando como jamás en la vida por un milagro.

– Papá también te ama, mi pequeña ángel... –logró pronunciar.

Entonces sucedió lo que nadie ahí presente esperaría que pasara. La segunda bebé en nacer emitió un pequeño jadeo y estiró su pequeño bracito, tal vez sintiendo la presencia de su hermana a su lado, y tocó parte de su rostro. Ambas bebés estaban muy cerca una de la otra sobre el pecho de Sophie.

Sophie no pudo evitar el llanto al ver cómo, de alguna forma, su bebé se despedía de su hermana. Y entonces sucedió lo impensable, un milagro se hizo presente ante los ojos de todos. Recordándoles que sólo Dios tiene la última palabra. Que jamás Él, abandona a los que ama y menos a aquellos que piden con fe. Porque las palabras de Thomas, su ruego había sido escuchado. El ruego de todos los presentes.

Su primer bebé recuperó su color al mismo instante en el que emitía su primer llanto, inundando la habitación de sorpresa, alegría y amor. Fue un llanto poderoso, como un rugido. Anunciando a todos que ella, estaba ahí presente.

El asombro del doctor fue inmenso sintiendo algo en el pecho que había experimentado a lo largo de sus 25 años de experiencia, la inmensa alegría de los milagros. Junto a él, las enfermeras se abrazaban entre lágrimas y sonrisas. Aún sin poder creer que de verdad habían presenciado el mejor de todos los milagros. La vida vencía a la muerte una vez más.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Where stories live. Discover now