Cap. 39- Nostalgia.

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Con pereza Sophie, abrió sus ojos y se encontró sola en la cama; buscó con su mirada a Thomas, pero no lo encontró en la habitación.

Se sentó en la cama y recordó todo lo que Thomas le contó en la tarde, y al mirar por la ventana se dio cuenta que ya era de noche.

No pudo evitar sentir miedo a perderlo, a estar lejos de él y de todo lo que representaba para ella, pero las palabras que le dijo afirmando su amor, era una promesa que le aseguraban que todo estaría bien. Confiaría en ello con todo su corazón.

Se levantó con un mejor ánimo, directo al baño a darse una ducha y se alistó para bajar a la sala. Un mareo la retuvo camino a las escaleras y se sostuvo de la pared para no caer.

Respiró para tranquilizarse y una vez que se sintió mejor, siguió su camino directo a la cocina, por un vaso de agua y algo dulce.

Se dijo a sí misma que podía deberse al cansancio de hace unas horas y el no haber ingerido bocado en toda la tarde.

Sí, debe ser eso. –Pensó Sophie más tranquila, ignorando la verdadera causa de aquel síntoma.

Sus pies la llevaron directamente a la nevera por una rebanada de postre y seguido se sirvió un vaso con agua.

La casa se oía tan silenciosa que le resultó nostálgica. Sin querer un nudo se le formó en la garganta y no pudo desechar aquellos pensamientos negativos.

Amaba aquella casa y sus habitantes, tanto como a los viñedos. Y si resultaba ser que Michelle estaba convaleciente, seguramente volvería a ocupar su lugar en la casa, ¿y qué decisión debía tomar después de eso? No quiso ni pensarlo.

Apartó el platillo con desagrado y un revoltijo se hizo notar en su estómago, obligándola a buscar un baño pronto.

Esquivó a Diana cuando entraba a la cocina y buscó el baño que se encontraba en la planta baja. Una vez estuvo dentro, se arrodilló frente al retrete y vació todo lo que su estómago tenía.

Jaló la cadena y enjuagó su boca varias veces para deshacerse del mal sabor, y seguido lavó su rostro y el reflejo en el espejo, le hizo pensar que estaba a punto de enfermarse.

Ignoraba a grandes escalas que esos síntomas no eran de un dolor estomacal o cualquiera que se le pareciera. Pero ¿Cómo sacar conclusiones cuando no tenía conocimiento alguno sobre el tema en cuestión?

Regresó nuevamente a la cocina en donde una Diana, con ojos astutos y atentos, la inspeccionaban. Una sutil sonrisa se reflejó en su rostro y le sirvió un té.

– ¿Para mí? –preguntó Sophie con sus cejas elevadas.

– Sí, mi niña. Le ayudará con las náuseas –Sophie llevó su mano a su boca y sintió pena de que la haya escuchado–. Bébalo. Le vendrá bien.

– Gracias Diana.

Recibió la taza de té y tomó asiento en uno de los taburetes. El sabor caliente de la infusión le sentó de maravilla y volvió a agradecer esta vez con una sonrisa.

– ¿Dónde están los demás? –preguntó al cabo de un minuto.

– Los niños deben estar jugando, aún y la señorita Polette está en el porche junto al señor Pietro, conversando. –respondió Diana con tranquilidad.

– ¿Thomas está con ellos? –preguntó con interés.

– El joven Thomas, salió junto al joven Patrick.

– ¿Cómo dices? ¿A dónde fueron? –preguntó con cierto temor y sintió el corazón oprimirse.

– No lo sé. Pero parece que llevaban prisa.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora