Cap. 13- Confesiones.

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Después de la cena, habían decidido pasar un rato en la sala. Polette decidió recostarse antes, quedando Patrick y Thomas conversando temas de trabajo y una que otra mención respecto a aquella hermosa castaña que ahora compartía un buen libro con sus hijos.

Le encantaba verla sonreír tan natural junto a sus hijos y que se llevaran tan bien.

– ¿Sophie? –preguntó una adormilada Annette sentada aún en el sofá de la sala, y con medio cuerpo apoyado en Sophie.

– Sí, cariño. –respondió ella con su dulzura habitual.

– ¿Me darías las buenas noches?

– Claro.

A nadie le pasó por alto que Anette pidiera aquello; hacía mucho que no lo pedía. Pero lo que más les llamaba la atención a los hermanos Müller, es que tomara tanta confianza con ella cuando al minuto uno se mostró tan arisca.

– ¿Vamos? –susurró Sophie cerca de su oído y ella asintió– ¿Alex, también vienes?

– No. Me quedaré un rato más. Quiero terminar este capítulo. –dijo exhibiendo el libro y Sophie sonrió.

Ambas se pusieron de pie y fueron escaleras arriba. Annette se apoyó en Sophie en el camino ya que iba con sus ojos cerrados.

Al llegar a su habitación, Sophie le ayudó a cambiarse la ropa por su pijama. Abrió la cama y acostó a la pequeña, y seguido la arropó con tanto cariño cómo lo haría una madre.

Bajo el umbral de la puerta, sin ella darse cuenta, Thomas observaba cada uno de sus movimiento. Cada gesto que Sophie hacía con su niña, cómo sí la estudiara.

Las anteriores institutrices jamás habían hecho aquello, porque claro, los mellizos jamás habían permitido que se acercasen tanto.

¿Pero por qué con Sophie, sí? Esa pregunta revoloteaba en su mente con frecuencia.

¿Qué tenía Sophie, que la hacía tan especial?

– ¿Estás bien, cariño? –preguntó Sophie mientras acariciaba aquel largo cabello azabache y Thomas se alejó de la puerta.

– Sí –respondió seguido de un bostezo–. ¿Te quedarás hasta que me duerma?

– Sólo sí quieres. –respondió en voz baja. No quería invadir su espacio. Sabía que Annette era un caso especial.

– Quiero –respondió algo tímida–. Buenas noches, Sophie. –dijo cerrando sus ojos.

– Buenas noches, Anni.

Sophie la observó con cariño. En ciertos aspectos le recordaba tanto a ella. Cómo le hubiese gustado que alguien hubiera hecho lo que ella estaba haciendo ahora con Annette.

Siempre necesitó de una madre y todo lo que ella pudiera ofrecer. Besos de buenas noches, abrazos que curan, consejos que alientan, sonrisas que iluminan, miradas llenas de amor. Todo.

Pero no lo tuvo y siempre existirá ese pequeño vacío en su interior.

Un nudo se formó en su garganta y sus ojos se cristalizaron.

– Descansa, pequeña. –dijo y besó la frente de Annette que ya estaba más que dormida.

Apagó las luces de su velador y se dirigió hacia la puerta, tomó la perilla y volvió su mirada hacia la pequeña una vez más. Cerró la puerta y mantuvo sus ojos en la misma.

Dejó escapar un suspiro de nostalgia y un par de lágrimas cayeron de sus ojos. Las dejó seguir su curso. No las detendría esta vez.

Había ocasiones en que dejaba que ese sentimiento la albergara por completo, anhelando en lo profundo de ella algo opuesto que la hiciera sentir completa. Anhelando algo tan simple cómo un abrazo que juntara todas sus partes y las volviera a unir con fuerza.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Where stories live. Discover now