Cap. 24- Confianza.

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«El estruendo de un vidrio al romperse fue lo que lo despertó en la noche, ni siquiera eran las 12. Afuera la luna brillaba en la oscuridad del cielo, y una lechuza posada en la rama del árbol que daba contra su ventana, ululaba como el augurio de un mal suceso.

Otro ruido más lo obligó a levantarse de su cama. Con pasos sigilosos se acercó a su puerta y salió hacia el pasillo. Nadie se encontraba allí, pero la luz proveniente de la planta baja iluminando las escaleras lo hizo descender.

Cada vez que sus pasos lo acercaban al origen del ruido, fue percibiendo las voces que discutían intentando mantener la voz baja.

¡Sólo dímelo, maldición! la voz grave de su padre lo hizo detenerse a unos pasos de allí te revolcabas con ese imbécil, eso ya lo sé pudo escuchar con claridad los sollozos de su madre. Dime si a quien creo es mi hija, lo es; dime o te sacaré la verdad a la fuerza. No me retes, Isabella.

Los sollozos aumentaron y otro cristal fue roto.

¿Qué haces aquí, Thomas? preguntó su hermano en un susurro ocultándose como él lo hacía.

Vete a dormir, Pack. reprendió.

No. También quiero escuchar.

Rebelde cómo solía ser, se quedó a su lado.

Isabella, no me hagas repetir la maldita pregunta. Polette ¿es o no es mi hija?

Lo es, maldición respondió conteniendo las lágrimas–. Sólo basta con verla para saber que es tuya.

Te quiero fuera de esta casa, no me hagas cometer una locura, Isabella.

No puedes hacerme esto, Nathan. Sabes lo que el doctor dijo sobre mi condición.

No me importa ya, aun así decidiste engañarme –respiró con pesadez–. No te valdrás de tu enfermedad para librarte de esto. Te irás porque te lo mereces por infiel. espetó.

No te fui infiel, debes creerme – rogó, pero él no escucharía razones. Las fotografías que había recibido en la tarde la comprometían– Nathan, escúchame, por favor.

No puedes explicar esto –con furia señaló las fotografías que descansaban en la mesa–. Claramente se ve que lo estás besando.

No es así, cariño; jamás te haría algo cómo eso. –intentó acercarse, pero él, la alejó.

¡No me llames cariño! –escupió con furia terminando de beber el trago de su vaso y estrellándolo contra la pared cómo había hecho con los anteriores– Lárgate, Isabella, vete.

No me iré. Quiero que entiendas que no es cómo se ve en las fotografías.

¿No eres tú, acaso? –tomó una de las fotos y la puso frente a ella– ¿No es tu cabello? ¿no es tu ropa? ¿no es tu rostro? ¿me crees tan estúpido? –la miró con ojos furiosos y la hizo encogerse en su lugar. La mujer que amaba besaba a otro y deseaba matar al infeliz– Voy a matarlo. –sentenció.

El pequeño Thomas que escuchaba junto a su hermano, se miraron entre sí y se movieron de allí cuando los pasos de su padre se escuchó cerca. Ocultándose detrás del sofá lo vieron entrar y salir de su oficina con algo en manos, que Thomas supo era un revólver.

Nathan, por favor; no cometas una locura.

No defiendas al maldito. Sé quien es y lo mataré.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora